Un sector de la izquierda no quiere un Estado que resista las presiones y los lobbies indebidos de las grandes empresas. Quiere más que eso, quiere un Estado en guerra contra las grandes empresas, ya no para desaparecerlas, porque los tiempos han cambiado, pero sí para recordarles quién manda.
Es decir, la pretensión de lo épico es consustancial al izquierdismo
arcaico. No le basta con que el Estado ponga reglas para que los actores
económicos hagan lo suyo dentro del marco de las leyes. Eso es muy
aburrido. El Estado tiene que...
atacar. El Estado requiere de enemigos. De
esa manera se justifica su omnipotencia y abuso de poder. Para esos
izquierdistas, la arbitrariedad no es un rasgo o estilo de gobierno. Es
una política perfectamente legítima, aunque, claro, solo cuando ellos
están al mando. Para este sector, el equilibrio de poderes y el Estado
de derecho son conceptos extraños a los que no termina de acostumbrarse.
Así, no es sorprendente escuchar a alguno de ellos, en una reunión
académica sobre la democracia, preguntar, muy orondo: “¿Y qué pasa
cuando el Estado de derecho es contrario a la voluntad popular?”.
Por eso es que personajes como Hugo Chávez les son irresistibles, más
allá de que puedan objetar, muy tibiamente, una que otra de sus
acciones. No importa entonces que, a lo largo de sus distintos viajes
para tratarse de su mal, el líder venezolano se haya llevado en sus
maletas la función presidencial y haya gobernado ya no desde Caracas,
sino desde La Habana. Es decir, no importa la hiper-personalización del
poder en desmedro de la institucionalidad. En todo caso, se considera
que es un tema de “estilo” que se puede o no criticar, pero que no es
tan grave. Por supuesto, se destaca que el conductor de la “revolución
bolivariana” ganó claramente la última elección presidencial, pero se
oculta la aplastante desigualdad entre su candidatura, sostenida por el
aparato estatal, y la otra.
Fuente: http://diario16.pe/noticia/21836-izquierda-e-izquierda
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