“Hay finales que son también comienzos, muertes que son nacimientos” dijo el escritor uruguayo Eduardo Galeano con motivo de la muerte de José Saramago, ese portugués infinito que vivirá para siempre en el sabor de sus libros. Y es que este Premio Nobel de Literatura (1998), fallecido la madrugada del viernes 18 de junio, lega a las generaciones por venir las palabras con las cuales entender el mundo y sus múltiples aristas. Nos deja sus libros y también el ejemplo de un hombre que se animó a decir lo que pensaba y que sobre todo, tuvo la valentía de vivir como decía. De esos seres humanos hay pocos y nunca sobran, sino que siempre faltan.
Saramago, como dice Galeano, “seguirá siendo una voz entrañable y extrañable”, por necesario, por justo, porque su palabra nos convocó a ser más y mejores, a volar más alto, a sentir más hondo, a vernos en el espejo de las otredades...
José Saramago es capaz de “estar al lado de los que sufren y en contra de los que hacen sufrir”; es un “hombre de una sola palabra, de una sola pieza”, subrayó Pilar del Río, esposa del escritor, cuando en 1998 le entregaron el Nobel.
En su carrera, el portugués supo entretejer su prolífico trabajo con el compromiso humanístico y político, pero sobre todo fue un hombre profundamente crítico y librepensador. “Sólo soy alguien que, al escribir, se limita a levantar una piedra y a poner la vista en lo que hay debajo. No es culpa mía si de vez en cuando me salen monstruos”, afirmó en 1997...
De cómo el personaje fue maestro y el autor su aprendiz
A Pilar
“Ciegos. El aprendiz pensó "estamos ciegos", y se sentó a escribir el Ensayo sobre la ceguera para recordar a quien lo leyera que usamos perversamente la razón cuando humillamos la vida, que la dignidad del ser humano es insultada todos los días por los poderosos de nuestro mundo, que la mentira universal ocupa el lugar de las verdades plurales, que el hombre dejó de respetarse a sí mismo cuando perdió el respeto que debía a su semejante. Después, el aprendiz, como si intentara exorcizar a los monstruos engendrados por la ceguera de la razón, se puso a escribir la más simple de todas las historias: una persona que busca a otra persona sólo porque comprende que la vida no tiene nada más importante que pedirle a un ser humano. El libro se llama Todos los nombres. No escritos, todos nuestros nombres están allí. Los nombres de los vivos y los nombres de los muertos.
Termino. La voz que leyó estas páginas quiso ser el eco de las voces conjuntas de mis personajes. No tengo, a buen decir, más voz que la voz que ellos tienen. Perdóneseme si les ha parecido poco esto que para mí es todo”.
Fragmento final del discurso ante la Academia Sueca, 7 de diciembre de 1998.
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