La directora del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, el más importante de la región y uno de los tres más grandes del mundo, conversó con LaMula.pe en medio de los ajetreos de la XV edición que se lleva a cabo hasta fin de mes. Aquí algunas claves de la gestión cultural más... exitosa de Colombia.
“Ok”. “Perfecto”. “Sí”. “Hazlo”. “Correcto”. “No”. “Procede”. La directora del evento cultural más grande de Colombia solo usa una palabra para responder cada una de las diez llamadas que entran a su celular en menos de media hora. Detrás de los 18 días de teatro en el que 3872 artistas llevan a cabo 1356 funciones en 44 salas y 88 espacios con los que cuenta el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá (FITB) existen dos pisos de oficinas donde los trabajadores van y vienen agitados de un cuarto a otro. La mayoría de las veces acuden a Ana Marta de Pizarro, la actual directora del festival que ha hecho de su biografía y su look de pelo azul un símbolo de la gestión cultural colombiana.
El FITB es considerado uno de los tres mejores del mundo por su capacidad de convocatoria tanto de artistas como del público que cubre el 50% del presupuesto total. Al haber logrado convertir cada peso invertido en 4,3 más se ha posicionado como la fiesta cultural que más dinero genera en Colombia. En un país agitado por el narcotráfico y la violencia de las guerrillas ha logrado realizar quince ediciones bienales sin interrupción.
Pero detrás del éxito siempre hay estrés. “Es que no lo entiendo”, dice con la voz baja Ana Marta. Hoy debía ser entregada la autorización de funcionamiento de Ciudad Teatro, una sede instalada en un parque de diversiones en la que por quince mil pesos (17 soles) se puede ver diez obras cortas y recibir 3 talleres en un recorrido de tres horas. Al parecer la resolución se ha quedado firmada en la oficina de la encargada del municipio. Es feriado y no hay acceso a ella. “Nosotros contamos con ocho mil espectadores diarios”, explica. “Hasta esta hora debemos haber perdido dos mil visitantes”.
Cada vez que
Ana Marta aparece en un periódico, una radio o un canal de televisión
se mencionan los hitos de su historia: estudios de antropología en la
Universidad Nacional, militante del Partido Comunista por diez años,
dejó de lado el flamengo por ser burgués, casada con el hermano mayor
del máximo comandante del M-19, directora del Teatro Jorge Eliécer
Gaitán, discípula de la actriz, directora y empresaria Fanny Mickey, y
finalmente, directora del festival fundado por su mentora.
En un momento decides dejar de bailar flamenco porque era considerado una actividad burguesa pero, con los años, terminas dirigiendo el Teatro Jorge Eliécer Gaitán y desde el 2010 el Festival de Teatro. ¿Cómo así cambia tu relación con las artes?
- No es una relación o perspectiva de las artes en general, sino exclusivamente sobre el flamenco. En este país a todas las niñas de clase media nos pusieron en algún momento a bailar flamenco. Era una moda. Hasta antes de empezar este festival, antes de 1988, por esta ciudad solo pasaba el ballet clásico, el ballet español e incluso el flamenco era considerado demasiado sensual. Por eso el que yo bailaba era el español, no exactamente el flamenco. Los grandes conciertos de rock, por ejemplo, también nos pasaban por encima. Lo mismo pasaba con las artes escénicas. Todo era muy conservador. Fanny (Mikey) y Ramiro (Osorio) crearon esta locura que es completamente distinta del preconcepto que había en ese momento del flamenco. Además, el cambio, tiene que ver con que ya no formo parte tampoco del Partido Comunista.
- ¿Cuál fue el hecho crucial que puso fin a tu militancia?
- Mis cuñados eran del M19 y se da una ruptura muy fuerte entre el partido y el M19. Eso provocó una cacería de brujas en el partido para ver quiénes eran del M19 y quienes no. Luego vino Invasión soviética de Afganistán. No recuerdo exactamente cómo fue el conflicto, pero recuerdo que para mí fue muy duro darme cuenta que ese era el nuevo hombre por el que yo estaba luchando. (Las muertes de civiles se calculan entre los 600 mil y los 2 millones).
- ¿De qué manera crees que te sirvió esa militancia para el trabajo que haces ahora?
- Sigo creyendo en una utopía, en un hombre nuevo y en la necesidad de unos cambios políticos y económicos en este país. Trabajar en un festival de teatro es como militar en un partido porque sabes cuándo entras pero nunca cuándo sales. En cada reunión siento que estoy ayudando a cambiar este país, creo que mi trabajo sirve para eso y procuro que además se haga evidente lo que yo creo. Creo en la necesidad de que el festival sea muy incluyente, pero ahora ha llegado el momento de demostrarlo más y por eso, por ejemplo, a través de un convenio con la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional hemos logrado traer cien muchachos afros que trabajan en actividades culturales para que puedan participar en los talleres en el día y en las noches como asistentes.
- ¿Cómo te das cuenta que la gestión cultural era una mejor herramienta para lograr esos cambios?
- Eso se va dando con el tiempo. Es como una enfermedad que te pica y se te riega por el cuerpo como una infección y luego ya te cuesta mucho trabajar en otras ramas. Después de trabajar en el Jorge Eliecer Gaitán volví a trabajar como antropóloga en un proyecto de investigación hasta que un día me encontré con Fanny y me dijo que me estaba buscando.
- Sobre ella haz aclarado varias veces que no la reemplazaste, sino que asumiste su legado. ¿Cuál dirías que son las características del festival hoy en día que llevan tu sello?
- En este festival sobre todo creo que es el trabajo con la Unidad para las Víctimas, que es algo en lo que me empeñé en trabajar. Hice un esfuerzo también en que hiciéramos una inauguración gratuita. Siempre se había hecho en una sala de teatro para 1200 invitados. Esta vez era gratuito en el parque más grande de la ciudad. Elegimos la obra de La Fura del Baus porque incluía 85 artistas locales y a mí me interesaba que de ellos una parte fueran de zonas de alto conflicto y que pudieran trabajar en la obra. Lo logramos y ahí hay una gran diferencia. Creo que el festival debe seguir siendo el carnaval que no tiene Bogotá y creemos que ese carnaval debe ser irreverente y también tocar los temas fundamentales que hoy nos aquejan o que son importantes para el hombre moderno: la paz, la inclusión a nivel sexual, racial y político, y temas relacionados al cuidado del medio ambiente. No queremos que se vuelva un festival, como decimos acá, mamerto. Es decir, que solo se queje de lo malo. Queremos que tenga elementos de gran espectáculo, que sea muy poético, visualmente muy rico, pero que tenga profundidad.
¿Cuál es el papel o la función de un festival de teatro en el medio de un proceso de paz?
(Foto de portada: Revista Arcadia)
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