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Las cosas que uno medita mucho o quiere que sean 'perfectas', generalmente nunca se empiezan a hacer...
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"Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no cuenta es lo humano". (Ernesto Sábato, Antes del fin)
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miércoles, 2 de enero de 2019

Visiones y revisiones de un nuevo teatro

¿Es factible tener criterios, los menos subjetivos posibles, para elegir a los virtuosos? Es la pregunta con la que culmina el artículo de Rubén Quiroz sobre “Lo mejor del teatro 2018” en el Diario Exitosa. Lo interesante no es el ejercicio probable de una respuesta, es por el contrario, aquello que nos sitúa en...
un territorio ambiguo, líquido y hasta peligroso. Lugar que otro peruano, con tremenda vitrina, hubiese usado para exhibir su ránking. Quiroz no lo hizo. Eligió no hacerlo. Sin embargo, lo aterrador tampoco está en hacer pública una opinión o incluso convocar a personalidades del medio para dialogar al respecto. Lo terrible está en apropiarse de términos como “teatro peruano” para pontificar aquello que un sector hace y, por lo tanto, normalizar a nivel global una sistemática segregación que solo refuerza el histórico centralismo limeño.

O mejor aún, favorece a las cuatros salas que se sortean el futuro del teatro nacional como pitonisas de la pasarela. El teatro peruano es de todos y todas. ¿Y si de una vez se autodefinen y dejan de joder? ¿Teatro miraflorino? ¿Teatro pituco? Vayamos a google y hagamos el ejercicio de revisar los recuentos teatrales que hacen otros países: “Lo mejor de la cartelera…”, “El teatro de Broadway…”, “Top 15 del teatro madrileño”, “Lo mejor de la temporada 2018…”. Y así sucesivamente.
En serio, no encontré tanta arrogancia como imaginaba. ¿Se han puesto a pensar cómo se sienten los y las colegas lectoras de otras ciudades y pueblos donde también hay teatro? ¿Se imaginan además lo que debe significar cuando les dicen “lo mejor” del teatro peruano? O sea, lo mejor está en Lima y no en otro lado. Así se lee, coleguitas. Así lo copian los incautos que, por obvias razones, lo creen ingenuamente en vez de señalarlo. ¿Tanto nos cuesta pensarnos como país sin ser acosados por los fantasmas de la colonia? Felizmente los hermanos mayores del teatro ya no tienen los picos de excelencia de otrora y su intento influencer nunca será suficiente. Felizmente mis referentes teatrales siempre serán los más jóvenes.
Pocas obras de teatro me han impactado realmente este 2018. Podría decir que ha sido un año sin grandes sorpresas. Seguimos en las mismas búsquedas de los últimos cinco años. La nueva dramaturgia sigue transitando por los mismos lugares. El canon es el mismo del siglo pasado. Réplicas de fórmulas y recetas infalibles con microclima incluido. La presencia de Sergi Belbel, Mauricio Kartún y Rafael Spregelburd no han sido (parece) realmente movilizadoras. Sin embargo, lo más interesante viene de propuestas que han partido de la escena misma y no de textos como estructuras intocables: La sonrisa de niño araña escrita y dirigida por Desly Angulo, Solo repetición de Araceli Arreche dirigida por Javier Quiroz, Los inocentes de Oswaldo Reynoso en dirección y adaptación de Sammy Zamalloa, Mundo de M escrita y dirigida por Mirella Quispe Ramos, Streptoccocus pneumoniae escrita y dirigida por Jhon Arhuata, Trío de Katiuska Granda dirigida por Roller Ayosa Sánchez, ¡Infierno! Ejercicio escénico sobre la Divina Comedia de Dante escrito y dirigido por Mauricio Rodríguez-Camargo, Cuando el día viene mudo una versión libre de mi texto dirigida por Luis Ramírez.
De profundis un texto de Elard Serruto basado en las cartas de Óscar Wilde realizado por Pedro Adolfo Herrera, Cinco metros de poemas de Miguel Gutti y El elefante y la flor de Elard Serruto dirigida por Alexander Silva. Estos dos últimos son homenajes al poeta puneño Carlos Oquendo de Amat. Ambas muy distintas, pero en clara conjunción. Toda gente muy joven de distintos lugares del Perú. Quizá lo que les diferencia del resto es que no hacen solo lo que les gusta, hacen lo que deben y necesitan como creadores. No ponen al espectador a su servicio, se ponen al servicio del espectador y por lo tanto de su arte. Con cada obra buscan dinamitar las formas hegemónicas que operan en nuestra sociedad y que de algún modo los rebela. Hay una interesantísima aproximación a una escritura más femenina que pone en cuestión (o relevancia) el rol de la masculinidad como vórtice de otras miradas. Este contingente de nuevas generaciones imagina su país mientras se hace carne en su día a día. En cada marcha. En su propia rabia. En su estar con el otro para decidir desde dónde empezamos a sanar heridas. Las nuevas generaciones de la resistencia no necesitan refreír obras peruanas, necesitan reescribirlas con verdadera conciencia de clase o escribir lo suyo con resiliencia y temor de un dios harto/poco conocido: la posverdad. Carnaval de Miguel Ángel Vallejo dirigida por Mirella Quispe Ramos y Renzo García Chiok es un excelente ejemplo, otra vez muy joven, de cómo dialogar con la historia dolorosa de nuestro país sin caer en panfleto o liviandad.

Felizmente ninguna de estas obras es signada como la mejor del 2018. Ni se arrogan ser dueñas del teatro peruano. Sin embargo, son propuestas que realmente proponen, y eso las hace invaluables. Lo que nos toca es hacerlas visibles. Alentarlas a seguir en el ruedo del inquieto proceso creador. ¿Saben que fue lo mejor del año para mí? Las 7 publicaciones de la Editorial ENSAD, los 345 proyectos que ganaron por primera vez los Estímulos Económicos del Ministerio de Cultura y la aprobación del reglamento que permitirá implementar mecanismos de promoción a los más de 300 Puntos de Cultura reconocidos en todo país que vienen trabajando por el desarrollo comunitario desde el arte y la cultura. En un país, donde no hay paridad en el pago de impuestos entre libros, juegos de azar y las iglesias que simplemente no pagan, el sentido de deber se hace más urgente. Más comprometido.
Finalmente, este año, y pese a las dificultades, se logró realizar el Encuentro Internacional de Teatro de Grupo Ayacucho 2018 gestado por Mario Delgado y sus Cuatrotablas desde 1978. Un espacio para el contagio y el intercambio que probablemente sea el último en su especie. ¡Un gran logro! Y para terminan con un poco de humor, el papelón del año lo hizo La Plaza y su mal tramitado permiso para versionar Un tranvía llamado deseo de Tennessi Williams. La primera institución en contratar dramaturgistas debería conocer ciertas reglas. Anécdota para recordar con cariño y, por qué no, con la carcajada que produce cuando la patrona se cae de la silla.

Publicado en: https://limaenescena.pe/visiones-y-revisiones-de-un-nuevo-teatro/?fbclid=IwAR2_ZhUfeeYQPfN64PVfXGCU5zZP6RCpTMTv24PZvvH61L2WSxB2k0v3GqU

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