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Las cosas que uno medita mucho o quiere que sean 'perfectas', generalmente nunca se empiezan a hacer...
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"Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no cuenta es lo humano". (Ernesto Sábato, Antes del fin)
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lunes, 9 de abril de 2012

“Estamos perdiendo (en el conflicto con la Iglesia Católica)”

“Estamos perdiendo (en el conflicto con la Iglesia Católica)”

Presento aquí mi perspectiva, personal y representativa tan solo de mi parecer, sobre la situación en la que se encuentra la PUCP en su intento de resolución del conflicto con la iglesia católica. No es una explicación ni un intento de encontrar salidas, sino un ejercicio de ordenación de ideas para aportar a una conversación colectiva.

Quizá es necesario comenzar diciendo que estamos todavía en un proceso de negociación, y que en realidad recién comienza el proceso hacia adentro, donde la misma comunidad universitaria tiene que conversar sobre un tema estructural, que definirá la universidad por una buena cantidad de años. Es pues un asunto sumamente complejo y que requiere hacer las cosas con calma, para evitar caer en errores de apasionamiento o de exceso de confianza.

Desde este punto de partida, lo primero es que el mensaje del Rectorado no es precisamente tranquilizante. Tras haber convocado a...
la unidad, bajo la premisa que no se iba a ceder en lo fundamental y que juntos íbamos a triunfar, ahora se nos dice que debemos aceptar como hecho consumado un acuerdo que por lo menos nos deja dudas en abundancia. En el camino, se ha pasado del optimismo jurídico al catastrofismo rotundo, sin etapas, y básicamente se espera que se acepte el acuerdo bajo esa premisa. No descarto que sea el camino más pertinente, o que sea en realidad el único camino viable, pero tampoco me parece que sea posible correr hacia una decisión sin considerar qué implica lo que se acepta, incluso, insisto, si es el único camino viable ante la amenaza legal del Arzobispado.

También me resulta preocupante la falta de claridad respecto a con quién se está negociando y, sobre todo, quién es el que tomará la decisión final de aceptar o no el acuerdo. Es muy distinto si es el arzobispo de Lima el que decide o si esto todavía depende de una aprobación oficial en el Vaticano. Al interior de la universidad hay una cuestión formal de aprobación por la Asamblea Universitaria, pero es necesario reconocer que esta situación es mucho más grande que una votación en la Asamblea, y que se necesita una discusión no para decidir, sino para entender qué decidirán nuestros representantes, los que cargarán con la enorme responsabilidad de definir la PUCP no solo de los próximos años, sino de décadas. No obstante, entiendo que es una negociación difícil y que el Rectorado tiene una tarea compleja, y por ello es posible que la única ruta para garantizar un buen término requiera algo de opacidad; lamentablemente, el compañero inevitable de la opacidad es el rumor, y sometidos a él estamos ahora.

Incomoda también que se opte por una lectura formalista que ofrece una perspectiva precisa de cada disposición, pero sin considerar el valor simbólico del total: que de ahora en adelante el clero puede, cuando no debe, opinar sobre cada aspecto de la marcha institucional, que puede y debe decirnos qué es correcto y qué no lo es cada vez que quiera; ciertamente no significa que podrán sancionarnos o botarnos, pero tampoco hace bien a una universidad que existan vigilantes de la ortodoxia metiéndose en cada tema, potencialmente fomentando (acepto que es un extremo, pero no es absurdo) una cultura del chisme y el trascendido, alrededor de lo que está bien o no, de acuerdo con la definición de un sector preciso, y hostil, de la iglesia católica.

Pero lo que más desazón me deja es el intento de disimular, en ese lenguaje más bien formalista ya mencionado, lo que en realidad es una derrota institucional. Sostener que la autonomía está incólume o que en realidad nada de fondo cambia es, por lo menos, un exceso de optimismo, una opción para ver los resultados como solamente positivos, sin margen para malas intenciones o acciones desmedidas de parte del adversario. Para todo efecto práctico, el estatuto reformado será un documento discriminatorio, que reducirá el grupo de potenciales rectores y vicerrectores, colocando además sobre los interesados en estos cargos la espada de Damocles de una opinión clerical. Que históricamente la universidad, es decir, el conjunto de profesores y estudiantes, no haya considerado pertinente escoger a un no creyente como rector, no significa que haya que convertir este criterio implícito en norma y cerrar caminos de desarrollo institucional, y esto no es un tema que me parezca tenga que ver con el actual inquilino del palacio arzobispal, sino que es un criterio de sumisión, una aceptación que como colectivo, somos inmaduros, yaciendo bajo la tutela de la iglesia.

Este es un caso que pongo como ejemplo, para no entrar en cada detalle, en cada ambigüedad, aunque sí creo que cada una de ellas debe ser discutida, aclarada y aceptada o rechazada con todas sus posibles consecuencias, con paciencia y sin temores, pero con realismo y perspectiva. Es un retroceso fundamental y una concesión que, si se está dando bajo condiciones de fuerza mayor, es entonces el resultado de un chantaje.

A esto hay que añadirle que la discusión de fondo nunca ha tenido lugar: siempre se ha hablado de autonomía, de rechazo a la intromisión, pero todo se ha planteado en términos legales y poco o nada en términos políticos. ¿Qué universidad queremos realmente? ¿Una continuación del status quo de siempre, con sus vaguedades y tensiones de marea y resaca con la jerarquía eclesial? ¿Una universidad claramente secular pero que se reconoce como católica de inspiración? ¿Una universidad laica sin relación con la iglesia? ¿O la universidad que es primero pontificia y católica, y luego universidad, como lo plantea el documento de acuerdo? Ese debate nunca se ha dado, y por eso no hemos tenido claro el end-game, el "a qué jugamos". Todavía no está claro.

Si enfrentamos esta situación porque no existen otros caminos más favorables, creo totalmente válido que como colectivo se pueda llegar a la conclusión que no tenemos otro recurso y que debemos aceptar ser despojados de parte de nuestra autonomía para preservar el bien mayor. No creo que las inmolaciones institucionales sean posibles sin consensos muy amplios, el cual difícilmente puede construirse; hay que decirlo, es altamente probable que la mayoría, por múltiples razones, pueda aceptar este nuevo status quo. Personalmente no estoy de acuerdo con ello pero aceptaré esta decisión de ser la que se alcance. Lo que me parece inaceptable es que se pretenda decirnos que en realidad nada de fondo está cambiando.

Pero sí está claro algo: estamos perdiendo. Disculparán la metáfora, pero estamos en el minuto 89, sin más cambios disponibles, con un jugador menos y embotellados en nuestra área. Podemos optar por salir todos a intentar el milagro, o por minimizar el desastre y perder por un gol. Si no hay voluntad de todos por salir a intentarlo, el milagro será imposible; pero llamar empate a lo que es una derrota está mal, y no aceptar los errores cometidos también está mal. Sea cual sea la decisión que se tome, necesitamos unidad, pero la unidad no se puede construir desde un ilusión.

EDUARDO VILLANUEVA: Tomado del blog: http://evillan.blogspot.com
Profesor de Comunicaciones, Pontificia Universidad Católica del Perú.

Fuente: http://diario16.pe/noticia/15327-estamos-perdiendo-en-el-conflicto-con-la-iglesia-cataolica

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