Iniciativa Eclesial 50° VAT II
Escribe: José María Rojo*
Hace unas semanas he visitado Ica después de casi 3 años lejos del lugar. Algunos cambios son notables: en el casco urbano siguen los grandes “pampones” sin edificar (las huellas no borradas del terremoto del 2007) pero con todo tipo de... grandes Centros Comerciales, parkings, restaurantes nuevos, etc.; señal evidente de que el gran capital sí se ha asentado en la ciudad e, indudablemente, se nota que hay más dinero. En las afueras: muchos y nuevos asentamientos humanos; acá sí se ven las esteras y la presencia de migrantes pero poco se ve o se siente el dinero. Y en las chacras (hablo sólo del norte, la salida hacia Lima y la Pampa de Villacurí) mucho más campo sembrado ganado al desierto, mucha más extensión verde (se supone que mucha menos agua y más profunda debajo de la arena). La novedad: el predominio absoluto de las viñas para uva de mesa, “dizque en gran medida para el mercado chino”.
Visto globalmente y “desde fuera”, no cabe duda de que ha habido un fuerte crecimiento de la economía –en la ciudad y en el campo- y justificado, por ello el que se siga considerando a la región Ica como modelo de este sistema de desarrollo que incluso ha logrado casi ofrecer empleo pleno, atrayendo a buena cantidad de migrantes, sobre todo de la sierra vecina (pero no sólo pues hasta colonias de puneños me encontré en los últimos asentamientos humanos).
Tuve la suerte de poder caminar por algunos asentamientos y, con la ayuda de amigos que conocen muy bien, descubrir la otra cara. Por poner algunos ejemplos: gran necesidad de wawa wasis y wawa utas (albergues infantiles en quechua y aymara, respectivamente) para los niños pequeños cuyos padres y madres se van temprano a la chacra y regresan tarde; problemas familiares serios de desintegración; niños dejados a cargo de hermanitos “mayores” (hasta de 8 años), unas veces encerrados en casa con riesgos de heridas, incendios y otros accidentes y otras dejados fuera de la casa, la cual se deja con candado, hasta que lleguen los padres en la tarde-noche; adolescentes a su aire y sin posibilidad de dialogar con sus padres cuando regresan cansados y ni tiempo ni humor tienen para sus hijos.
¿Tugurización? “¡Eso sólo se da en el centro de las ciudades!” ¡Pues no! He podido comprobar que, en medio de la pampa, quien consiguió un lote con solo dos cuartitos para vivir adelante, dividió el resto en 6 u 8 cuartitos de esteras que alquiló a otras tantas familias que acababan de llegar para trabajar en la chacra. Por supuesto, ni mencionar servicios básicos…
Mis amigos me dieron otros varios ejemplos que obligan a unas preguntas radicales: ¿Es lo mismo crecimiento económico que desarrollo (real desarrollo)? El crecimiento económico, ¿necesariamente equivale a mejor calidad de vida? El empleo por sí mismo ¿significa condiciones de vida dignas? En todos los casos la respuesta es negativa. Puede haber lo uno y faltar lo otro en todo o en casi todo. De hecho, estudios serios en el valle de Ica han llegado a la conclusión que para un alto porcentaje de familias trabajadoras en la agroindustria no ha significado un verdadero y real aumento en calidad de vida, pues con frecuencia el mayor ingreso familiar va ligado a peores condiciones en la alimentación, la salud y la educación de los hijos (a veces hasta sin mejoras sustanciales en la vivienda).
Esto nos lleva a lo que insistentemente nos dice el Papa Francisco: estamos bajo un sistema y un modelo económico que ya no da más, que ha reventado, que hace aguas por todos lados. La razón nos la da también él: no se ha colocado a la persona humana (por lo tanto a las familias) en el centro, no se piensa en ellos al implementarlo y desarrollarlo. Se ha puesto en el centro la ganancia, el crecimiento económico, el mercado… Se logra esto pero se resiente la calidad de vida de las personas y las familias.
Es obvio que nos compete a todos denunciar este engaño y buscar alternativas que apunten a un verdadero desarrollo.
(*) Sacerdote. Director del Instituto Español de Misiones Extranjeras
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