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Las cosas que uno medita mucho o quiere que sean 'perfectas', generalmente nunca se empiezan a hacer...
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"Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no cuenta es lo humano". (Ernesto Sábato, Antes del fin)
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jueves, 1 de agosto de 2013

“Rayuela” es una especie de libro infinito, se pueden añadir partes hasta morir


 

* Julio Cortázar y las cartas que cuentan el proceso de creación de un libro exquisito y memorable

* “Rayuela” llegó hace 50 años para revolucionar la literatura. Al proceso de su escritura, el escritor dedicó una serie de cartas –algunas de las cuales reproduce el diario español ABC– en las que calificó el libro de “bomba atómica”. Es la historia epistolar de una antinovela

DIARIO ABC
De una carta a Jean Barnabé
17 de diciembre de 1958. Terminé una larga novela que se llama “Los premios”, y que...
espero leerán ustedes un día. Quiero escribir otra, más ambiciosa, que será, me temo, bastante ilegible; quiero decir que no será lo que suele entenderse por novela, sino una especie de resumen de muchos deseos, de muchas nociones, de muchas esperanzas y también, por qué no, de muchos fracasos. Pero todavía no veo con suficiente precisión el punto de ataque, el momento de arranque; siempre es lo más difícil, por lo menos para mí.
De una carta a Jean Barnabé
27 de junio de 1959. Usted cree que yo puedo quizá llegar a ser un novelista. Me falta, como me dice, un peu de soufflé pour aller jusqu’au bout. Pero aquí, Jean, intervienen otras razones, y estas estrictamente intelectuales y estéticas. La verdad, la triste o hermosa verdad, es que cada vez me gustan menos las novelas, el arte novelesco tal como se lo practica en estos tiempos. Lo que estoy escribiendo ahora será (si lo termino alguna vez) algo así como una antinovela, la tentativa de romper los moldes en que se petrifica ese género. Yo creo que la novela “psicológica” ha llegado a su término, y que si hemos de seguir escribiendo cosas que valgan la pena, hay que arrancar en otra dirección. El surrealismo marcó en su momento algunos caminos, pero se quedó en la fase pintoresca. Es cierto que no podemos ya prescindir de la psicología, de los personajes explorados minuciosamente; pero la técnica de los Michel Butor y las Nathalie Sarraute me aburren profundamente. Se quedan en la psicología exterior, aunque crean ir muy al fondo.
El fondo de un hombre es el uso que haga de su libertad. Por ahí se va a la acción y a la visión, al héroe y al místico. No quiero decir que la novela deba proponerse esta clase de personajes, porque los únicos héroes y místicos interesantes son los vivientes, no los inventados por un novelista. Lo que creo es que la realidad cotidiana en que creemos vivir es apenas el borde de una fabulosa realidad reconquistable, y que la novela, como la poesía, el amor y la acción, deben proponerse penetrar en esa realidad. Ahora bien, y esto es lo importante: para quebrar esa cáscara de costumbres y vida cotidiana, los instrumentos literarios usuales ya no sirven. Piense en el lenguaje que tuvo que usar un Rimbaud para abrirse paso en su aventura espiritual. Piense en ciertos versos de “Les Chimères” de Nerval. Piense en algunos capítulos de “Ulysses”. ¿Cómo escribir una novela cuando primero habría que des-escribirse, des-aprenderse, partir à neuf, desde cero, en una condición pre-adamita, por decirlo así? Mi problema, hoy en día, es un problema de escritura, porque las herramientas con las que he escrito mis cuentos ya no me sirven para esto que quisiera hacer antes de morirme. Y por eso –es justo que usted lo sepa desde ahora–, muchos lectores que aprecian mis cuentos habrán de llevarse una amarga desilusión si alguna vez termino y publico esto en que estoy metido. Un cuento es una estructura, pero ahora tengo que desestructurarme para ver de alcanzar, no sé cómo, otra estructura más real y verdadera; un cuento es un sistema cerrado y perfecto, la serpiente mordiéndose la cola; y yo quiero acabar con los sistemas y las relojerías para ver de bajar al laboratorio central y participar, si tengo fuerzas, en la raíz que prescinde de órdenes y sistemas.
En suma, Jean, que renuncio a un mundo estético para tratar de entrar en un mundo poético. ¿Me hago ilusiones, terminaré escribiendo un libro o varios libros que serán siempre míos, es decir, con mi tono, mi estilo, mis invenciones? A lo mejor sí. Pero habré jugado lealmente, y lo que salga será así porque no puedo hacer otra cosa. Si hoy siguiera escribiendo cuentos fantásticos me sentiría un perfecto estafador; modestia aparte, ya me resulta demasiado fácil, je tiens le système, como decía Rimbaud. Por eso “El perseguidor” es diferente, y usted habrá pensado en él al leer estas líneas tan confusas. Ahí ya andaba yo buscando la otra puerta. Pero todo es tan oscuro, y yo soy tan poco capaz de romper con tanto hábito, tanta comodidad mental y física, tanto mate a las cuatro y cine a las nueve... Para subir a la Santa María y poner proa al misterio hay que empezar por tirar la yerba a la basura. Y con este mal anacronismo cierro este capítulo que sin embargo estoy contento de haber escrito para usted, como una confidencia y un anuncio.
De una carta a Jean Barnabé
30 de mayo de 1960. Escribo mucho, pero revuelto. No sé lo que va a salir de una larga aventura a la que creo aludí en alguna otra carta. No es una novela, pero sí un relato muy largo que en definitiva terminará siendo la crónica de una locura. Lo he empezado por varias partes a la vez, y soy a la vez lector y autor de lo que va saliendo. Quiero decir que como a veces escribo episodios que vagamente corresponderán al final (cuando todo esté terminado, unas mil páginas más o menos), lo que escribo después y que corresponde al principio o al medio, modifican lo ya escrito, y entonces tengo que volver a escribir el final (o al revés, porque el final también altera el principio). La cosa es terriblemente complicada, porque me ocurre escribir dos veces un mismo episodio, en un caso con ciertos personajes, y en otro con personajes diferentes, o los mismos pero cambiados por circunstancias correspondientes a un tercer episodio. Pienso dejar los dos relatos de esos episodios, porque cada vez me convenzo más de que nada ocurre de una cierta manera, sino que cada cosa es a la vez muchísimas cosas.
Esto, que cualquier buen novelista sabe, ha sido en general enfocado como lo hizo Wilkie Collins en “The Moonstone”, es decir, un mismo episodio ‘visto’ por varios testigos, que lo van contando cada uno a su manera. Pero yo creo ir un poco más lejos, porque no cambio de testigo, sino que le hago repetir el episodio... y sale distinto. ¿No le ocurre a usted, al contar algo a un amigo, darse cuenta en el momento que las cosas eran diferentes de lo que creía? A mitad del relato, un golpe de timón desvía el barco. Lo justo, en ese caso, es presentar las dos versiones. Pero, como el lector se aburriría si tuviera que leer dos veces seguidas un mismo relato, en el que los cambios serían siempre pocos con relación al total, he fabricado una serie de procedimientos más o menos astutos, que sería un poco largo contarle ahora. Baste decirle que el libro ocurre mitad en B. A. y mitad en París (creo tener ya bastante perspectiva de ambas como para hacerlo), pero que con frecuencia los episodios se cumplen en un no man’s land que la sensibilidad del lector deberá situar, si puede. En realidad me propongo empezar por el final, y mandar al lector a que busque en diferentes partes del libro, como en la guía del teléfono, mediante un sistema de remisiones que será la tortura del pobre imprentero... si semejante libro encuentra editor, cosa que dudo.
De una carta a Paco Porrúa
19 de agosto de 1960. Por carta es siempre difícil decir algunas cosas, pero quiero que sepa todo lo que valoro su opinión sobre lo que escribo. Ya se lo dije, creo, en mi primera carta, pero ahora usted vuelve a emplear palabras que me conmueven profundamente, no por el elogio que encierran sino porque quien las dice es un crítico sin concesiones. Un día le pediré que lea lo que estoy haciendo ahora, y es imposible de explicar por carta, aparte de que yo mismo no lo entiendo. Ignoro cómo y cuándo lo terminaré; hay cerca de cuatrocientas páginas, que abarcan pedazos del fin, del principio y del medio del libro, pero que quizá desaparezcan frente a la presión de otras cuatrocientas o seiscientas que tendré que escribir entre este año y el que viene.
El resultado será una especie de almanaque, no encuentro mejor palabra (a menos que “baúl de turco...”). Una narración hecha desde múltiples ángulos, con un lenguaje a veces tan brutal que a mí mismo me rechaza la relectura y dudo de que me atreva a mostrarlo a alguien, y otras veces tan puro, tan poco literario... Qué sé yo lo que va a salir. Hay una sola cosa cierta, y es que ya no sé escribir cuentos, y que “Los premios” se ha quedado tan atrás que me va a costar horrores corregir las pruebas. Le cuento todo esto como una manera un poco menos torpe que las otras de decirle cuánta confianza tengo en su amistad; y la alegría que me da poder confiarle, por lo menos como una primera impresión, lo que estoy haciendo y lo que quisiera hacer.
De una carta a Paul Blackburn
15 de mayo de 1962. Casi he terminado “Rayuela”, la larga novela de la que te he hablado varias veces. Como es una especie de libro infinito (en el sentido de que uno puede seguir y seguir añadiendo partes nuevas hasta morir) pienso que es mejor separarme brutalmente de él. Lo leeré una vez más y enviaré el condenado artefacto a mi editor. Si te interesa saber lo que pienso de este libro, te diré con mi habitual modestia que será una especie de bomba atómica en el escenario de la literatura latinoamericana.

“He empezado el relato por varias partes a la vez y soy a la vez lector y autor”
“Rayuela es una especie de libro infinito, se pueden añadir partes hasta morir”
“Muchos lectores habrán de llevarse una desilusión si publico esto”
 

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