* Sergio Ramírez, escritor nicaraguense y ex vicepresidente de ese país, confiesa a sus propios personajes dentro de un laberinto felliniano en Flores oscuras
Ninguno puede ser salvado. Fueron escogidos porque la luz de su miseria hizo contacto o brilló de manera particular logrando su traslado a otros planos más peligrosos: la ficción, la fabulación, la extensión de...
sus propias historias hacia lugares aún más trágicos. Sus cuerpos, sus rostros y sus pasos fueron guardados en el recuerdo de quien los escribiría y conduciría a circunstancias aún más infelices para volverlos piezas fascinantes y temblorosas. Ellos son los personajes de Flores oscuras, del escritor nicaragüense Sergio Ramírez, quien los desmenuza en medio de sus propias estructuras como si asistiéramos, de manera privilegiada, a sus procesos de creación.
“Este libro me tocó escribirlo en un momento en el que debí regresar… bajar de la colina, detenerme. Entonces pude juzgar lo que había dejado atrás, en mi propia vida. Todo lo que he visto está en este libro, no sé si desesperanza, pero… los personajes se presentan así, tan derrotados, como los perdedores, como si llevaran en la frente marcada la estrella del verdadero perdedor, ese que por mucho que se esfuerza no lo logra, como Kid Gavilán por ejemplo…” .
Amado Gavilán observa una pelea junto a su hijo. Usa pañales, y va calculando en ese otro, el del ring, los golpes que recibió él mismo hasta perder el control de sus esfínteres. Nunca volverá a boxear ni a ser el mismo. Algunas personas parecen fuertes, pero solo consiguen resistir para recibir más golpes, y destruirse de maneras perversas y…
“entrena y entrena pero tú no ves a un campeón, solo va a salir un telonero. Pero a él le ocurre no porque estuviera a punto de llegar a la cima sino porque ya era un personaje de la sombra”, comenta Ramírez como si volviera a sentir la tristeza del boxeador o lo estuvieran viendo los mismos ojos del hijo que encuentra a su padre vencido, viejo y acabado.
“Yo estaba en la Universidad de los Ángeles una mañana leyendo LÁ Times y me encontré la historia del boxeador que hace de telonero y yo dije aquí tengo un personaje, una historia y cuando eso me pasa, no me toca más que construir la mía sobre la del otro, es decir sobre lo que me está contando el periódico. ¿Si les quito algo? Pues me quedo muy en deuda con ellos, aunque en el cuento sufran estas transformaciones. Es como si fueran las fotografías de Andy Wharhol… terminan como retocadas”.
¿Retocadas? Parece que pudieran mascar su mal aliento, alimentarse de eso y seguir así, acostumbrados a la baba amarilla alrededor de la boca.
Cuando uno trata personajes marginales se encuentra con que hay poco espacio para la felicidad, esos pequeños seres sin relevancia en la vida social viven en los rincones oscuros del tablero y de pronto los iluminan y ese foco es la desgracia o el hecho de recoger su propia ficción. Aparecen y vuelven a desaparecer son como carne de cañón de la crónica policiaca. Abbott y Costello, por ejemplo...
Natividad Canda Mairena es una mancha difusa en el link de Youtube que Sergio Ramírez incluye en el cuento que cita. Uno podría creer que no hallará el video de un hombre siendo atacado por dos rottweiler, pero no, está ahí.
La imagen puede repetirse innumerables veces. “El dueño prefirió ver morir a un hombre antes de matar a sus perros” dirá el narrador de noticias mientras la mueca de asco se forma en nuestras caras.
Canda Mairena era un migrante nicaragüense sin papeles. Una noche se mete a robar a un taller de mecánica en Costa Rica y lo destrozan unos perros durante dos horas seguidas sin que nadie haga nada, con la policía observando y riéndose, haciendo tiempo mientras los dientes de los perros llegan a los huesos. Algún tiempo después se convirtió en un personaje de Flores oscuras, entre la crónica y la ficción, punto delicado, cuya estructura el escritor desarrolla así:
“Mi intención era volver a los orígenes de este hombre y hacerlo como lo haría un cronista, un periodista. En mi cabeza, no en la realidad porque yo no fui a hablar con la madre, ni con los hermanos. Fui creando una crónica en la que el narrador va a hablar con ellos, que es lo que haría un periodista. Quise develar la personalidad de quien no es nadie, de un simple migrante que roba para mantenerse en el exterior y creando los elementos que me lleven a construir la crónica sin comprometerme en ella. Uno debe narrar con distancia sin involucrarse. No puedes caer en la compasión. Es una distancia quirúrgica. No puedes ponerte a llorar porque ves el cadáver de una mujer hermosa en una mesa de disección. El papel del cronista en este caso está en la ficción. ¿Y como manejas eso? es un asunto de procedimiento. Debe haber una soldadura que no pueda verse entre realidad y ficción”. Apuntado.
La fascinación por Mireya, la puta de circo
Su pelo amarillo, sus pies feos sobre la mesa, sus ojos asqueados, los años de más que aparenta. Acabada, sucia, gastada. ¿Ella, como el boxeador o Canda Mairena fue un titular del periódico, retocado, mascado?
Las cascaras de naranja, las colillas de los cigarros y demás suciedades. Mireya lo barría todo, lavaba el vestuario de todos en el río, vendía los boletos y fotografías suyas como postales. Después de las funciones se alejaba hacia las quebradas con una lámpara y esperaba echada sobre una manta a sus clientes. Una puta de circo, una puta por hambre, una mujer destruida envejeciendo bajo hombres de pueblo que se abrían el cierre como si fueran a orinar sobre ella. ¿Existió?
“No, la mujer del circo sale de la fabulación de mis recuerdos. A mi pueblo llegaban muchos circos pobres. No tenían carpa, uno se sentaba en las escaleras de la iglesia para verlos. Las mujeres que trabajaban en el circo tenían que prostituirse al aire libre, eso yo lo recuerdo muy bien. Es una imagen de absoluta miseria. Mireya es un hilo negro alrededor de los otros personajes, como su marido el tragafuegos, que además la prostituye, el enano que la cela, el amante, todos en un mundo muy felliniano rescatado de mis recuerdos. Me intrigaba mucho este mundo de la máscara, del disfraz, de los payasos, trapecistas, bailarinas. Mi padre tenía una tienda en el pueblo y los cirqueros llegaban siempre a comprar cosas, comida; sin maquillaje. -de civil? Sí, de civil (Risas). La literatura tiene esta fascinación por la dualidad". Sentencia y finaliza.
Cecilia Podestá
cpodesta@diario16.com.pe
Fuente: http://diario16.pe/noticia/35048-cuando-uno-trata-personajes-marginales-encuentra-poco-espacio-para-felicidad
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.