Más de la mitad de sus 3000 panales estaban...
desiertos, con tan solo la abeja reina y unas cuantas obreras guardianas. Los alrededores tampoco mostraban cadáveres de abejas. Los insectos se habían desvanecido. “Fue como si caminara por un pueblo fantasma”, contó a Scientific American.
Cuando Hackenberg contó el hecho a sus colegas, le costó ser tachado como un apicultor descuidado. Pero poco tiempo después, la desaparición de abejas se propagó entre muchos apicultores que no encontraron restos de insectos, ni señales o pistas que pudieran explicar la tragedia.
En la primavera de 2007, los investigadores descubrieron que una cuarta parte de los apicultores estadounidenses habían sufrido pérdidas catastróficas. Pero el desastre se propagó a otros países: Brasil, Canadá, Australia, y también en Europa, en Francia y España.
En la televisión saltaban noticias como la desaparición de 10 millones de abejas en Taiwán. Desde aquel otoño de 2006, se repiten las desapariciones masivas. Hackenberg pasó de apicultor descuidado a pionero. Fue el primero en dar la alarma: millones de abejas desaparecen cada año.
Carlo Polidori, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España y experto en comportamiento de himenópteros e investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, señala que es un fenómeno global y que en Europa, las pérdidas de colmenas se suceden anualmente a un ritmo de un 20%.
Existen alrededor de 20.000 especies de abejas, pero las abejas de la miel (Apis mellifera) son extraordinarias, ya que polinizan una amplia variedad de flores. Cada individuo es un prodigio de la ingeniería biológica: está equipado con sensores de temperatura, de dióxido de carbono y de oxígeno, y su cuerpo está diseñado para cargarse de electricidad estática permitiendo que los granos de polen se adhieran a ellas y viajen hasta otra, la cual se fertiliza.
En un panal puede haber unas 60.000 abejas, de las que 40.000 salen en busca de alimento. Cada obrera realiza hasta 30 salidas diarias, y en cada viaje puede llegar a polinizar un total de 50 flores. En una sola jornada de trabajo, una colmena puede lograr la fertilización de millones de flores.
Meses después de lo ocurrido con las colmenas de Hackenberg, los investigadores catalogaron el fenómeno como: “desorden de colapso de la colonia” (CCD, siglas en inglés de colony collapse disorder). Cinco años después, las interrogantes persisten.
Hasta ahora sólo se han encontrado muchas pistas pero ningún culpable. Los inmensos campos de monocultivos que sostienen la agricultura mundial son un festín continuo para legiones enteras de insectos devoradores. La única manera de mantenerlos a raya es rociándolos con nuevas fórmulas de plaguicidas e insecticidas cada vez más letales.
Estas sustancias tóxicas podrían alterar el comportamiento y el sistema nervioso de las abejas. En concreto, un tipo de pesticidas sintéticos –llamados neonicotinoides– atacan los centros del sistema nervioso de los insectos. Cuando las abejas entran en contacto con la substancia se desorientan y no pueden volver a su colmena a kilómetros de distancia.
Los apicultores en todo el mundo se enfrentan a un nuevo reto. “Cada país es diferente, pero los apicultores están teniendo dificultades para mantener el número de las abejas de sus colonias” señala el Dr. Eric Mussen, del Departamento de Entomología de la Universidad de California en Davis.
Una colmena al lado de una gran plantación de maíz está casi condenada a muerte, por ejemplo. Los insectos no encuentran alimento y además se impregnan de insecticidas. La malnutrición afecta a sus defensas y a los sistemas para desintoxicarse y se hacen más débiles frente a agresores.
Para evitarlo, los apicultores suelen rociar las colmenas con sustancias antiparasitarias para mantener lo más baja posible la población de ácaros. Pero muchas veces es como añadir gasolina al fuego. “Con ello aportan otra sustancia química a la cual tiene que enfrentarse el sistema de desintoxicación de la abeja”, que de por sí ya está debilitado.
Este es el punto clave, nos dice Mussen. En una situación de equilibrio, las defensas naturales de las abejas mantienen a raya a los ácaros y a las enfermedades. Pero ahora hay graves agujeros en esas barreras defensivas. La presencia de parásitos en las colmenas es cada vez mayor.
Para Carlo Polidori, las abejas nos están mandando un mensaje que recuerda nuestra estupidez. “Sabemos que estos insectos son indispensables para la subsistencia del género humano, pero durante décadas nos hemos dedicado a rociar los campos con plaguicidas. Las abejas nos recuerdan que siempre llegamos tarde”.
A pesar de la gravedad de la situación, Eric Mussen mantiene una visión optimista sobre estos maravillosos insectos. “Las abejas llevan existiendo desde los tiempos de los dinosaurios y las glaciaciones, han sobrevivido a todo eso, así que creo que también van a sobrevivir a los humanos”.
Edición de César Héctor para Sophimania. Fuente: elpais.com.
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