vuelos libres de niños y... algunos hoteles y restaurantes, especialmente aquellos de 5 estrellas y tenedores, no permiten su ingreso[1].
Sin embargo, lejos de ser medidas sueltas o independientes, cada vez
cobra más fuerza, sobre todo en países del hemisferio norte, el
activismo por zonas sin niños.
Pueden buscar en internet –o en Facebook– términos como “child-free
zone”, “no kids allowed movement”, “Niños NO” o “Zonas sin niños” y
podrán ver que no es simplemente un asunto de generar algunos espacios
sin niños –promovidos por privados–, sino que se trata de verdaderos
movimientos que proponen eliminar a los niños de prácticamente todos los
espacios de la ciudad, incluido los espacios públicos. Fíjense además
en el tipo de lenguaje que usan cuando se refieren a los niños, y hagan
el ejercicio de cambiar la palabra “niño” por otra, como “mujeres”,
“personas con discapacidad” o “inmigrantes”.
Entre los argumentos a favor de la exclusión de niños de determinados espacios encuentro que estos son los más comunes:
(1) Fastidian a los adultos: hacen bulla, desordenan, se mueven mucho. ¿Acaso no hay adultos que también hacen bulla, desordenan y se mueven mucho? Estoy segura que todos conocen a alguien o tienen un amigo que con algunas copas de más empieza a hablar a gritos. Algunos, seguro, habrán intentado callarlos; pero hasta ahora no he visto movimientos de usuarios exigiendo que en los restaurantes no se acepten a personas gritonas.
(2) Los adultos tienen derecho a espacios sin niños. No termino de entender este argumento. ¿Acaso algunas personas también tienen derecho a espacios sin “negros” o sin “judíos”? ¿Los hombres tienen derecho a espacios sin “mujeres”? Algunos me dirán que exagero al mezclar raza y religión, con género o edad. ¿En serio les parece exagerado?
(3) La decisión de tener un hijo la tomaron los padres y no el resto de adultos, por lo tanto, no tienen por qué aguantar a los hijos de otros. Según quienes argumentan esto, la libertad de elección y los progresos en el control de la natalidad han llevado a que TODAS las personas que tienen hijos lo hagan por decisión. Olvidan no sólo que estamos en un país en el que el aborto está penado, que pueden existir –y muchas– situaciones de subordinación y control por parte de hombres hacia mujeres en las relaciones de pareja, que las violaciones muchas veces generan embarazos indeseados y que, a veces, simplemente los hijos llegan sin planearlos. Ante esta respuesta, seguro contraargumentarían algo así como: “si no fueron responsables, entonces que asuman ellos las consecuencias y no nosotros”.
(4) Hay padres que no saben controlar a sus hijos y permiten que con su comportamiento molesten a las demás personas. Este es otro argumento en el que se peca con la generalización. Los bebés y niños –al margen de su edad–, al igual que todas las personas, tienen diferentes estados de ánimos: a veces están de buen humor y contentos, otras de mal humor y molestos. Algunas veces actuarán calmadamente y otras no. Los padres no pueden anticipar, necesariamente, si ese día su hijo se portará de una u otra manera, por lo que asumir que los padres “no saben” controlar a sus hijos es, por decir lo menos, simplista. Con esto no estoy diciendo que los niños puedan hacer destrozos, sólo por el hecho de ser niños. Me dirán seguro que justo se toparon con ese niño “malcriado” y que hacía las cosas “por fastidiar” y que su madre/padre era un/a “pelele” que “lo dejaba hacer lo que quisiera” aunque la situación era “fácilmente controlable”. Pero, ¿en verdad creen que un bebé que llora en un avión lo hace por fastidiar a los demás? ¿O que su mamá/papá no puede controlarlo? ¿Cómo podría callarlo, tapándole la boca? (aprovecho para señalar que no sirve de NADA callar a un niño con un fuerte SSSSHH!; lo único que lograrán es estresar más a padres y niños y, seguramente, prolongar el llanto).
***
Por supuesto que existen espacios en los que los menores de edad no pueden ingresar por una disposición legal (que respeta el Principio de Protección del menor), como discotecas o bares[2], tiendas de objetos sexuales, casinos y casas de apuestas. Pero, ojo, aquí el elemento de prohibición se basa en un hecho objetivo: la minoría/mayoría de edad. Sin embargo, la pregunta que me hago tiene que ver con cuáles son los espacios en los que, sin que exista una ley que lo prohíba, bebés y niños pueden ser excluidos. Difícil poder determinar cuál es el umbral entre diferenciación y discriminación.
El problema sobre el límite entre la diferenciación y discriminación es complicado. En Derecho hay un pequeño ejercicio, el Test de Razonabilidad, que se hace para determinar si se está violando el Principio de Igualdad, a partir de responder a la pregunta de si un trato desigual es válido o no. En este caso sería la exclusión de un bebé/niño de un determinado espacio. Los elementos que se evalúan son 1) qué tan adecuada es la medida para lograr un fin –constitucionalmente válido–, 2) que no exista otro medio más adecuado para lograr el fin anterior, y 3) que sea proporcional, es decir, que lo que se sacrifica en términos de otros derechos sea menor.
Para que una condición de exclusión no sea considerada discriminatoria debe ser, en primer lugar, objetiva, y además, aplicarse en todos los casos. Entonces, si el argumento principal tiene que ver con que la tranquilidad de los adultos se ve afectada (¿este sería un fin constitucionalmente válido?), entonces la edad de la persona/niño no debe importar, sino el nivel de ruido/desorden/movimiento que genere. En este caso, la edad de la persona, es decir, la niñez (elemento objetivo) no tiene relación con la situación que se quiere proteger (la tranquilidad del adulto). Por lo tanto, ¿por qué restringir el acceso a determinados espacios usando como criterio la edad?
***
Con motivo de mi tesis de maestría estuve leyendo sobre teorías vinculadas a la niñez y su relación con la ciudad y encontré unos enfoques interesantes que quiero compartir con ustedes y que quizá nos sirvan para comprender cuál es el espacio de los niños en nuestras sociedades modernas.
Phillipe Ariès (Francia) señala que en la época pre industrial no existía una diferenciación entre el mundo de los adultos y el de los niños. En la edad antigua, los niños –sin importar su edad– eran vistos como contemporáneos de los adultos, como mini-adultos, y no existía ni ropa ni comida ni espacios diferenciados. Los niños, al igual que los adultos, participaban en los medios de producción y por su trabajo eran parte de la economía. Esto tenía como consecuencia que no fueran excluidos de espacios de adultos, que tuvieran –relativamente– una voz en las decisiones públicas y que los padres no fueran necesariamente tan protectores ni cuidadosos con ellos (una fuerte crítica a esta teoría es que insinúa que los padres no eran amorosos). Como los niños eran parte de la mano de obra, tenían un valor presente y real.
Con la industrialización, la mano de obra se reemplaza por máquinas. Se crea la educación formal y los niños son enviados al colegio para educarlos y, por lo tanto, se posterga hasta por 18 años –más o menos– la oportunidad de que niños y jóvenes se vuelvan productivos. Es ahí que se dividen las etapas y emergen los conceptos de “adultez” y “niñez”. Los niños empiezan a verse como “personas en formación”, “incompletas” y en “proceso de madurar”. Los niños dejan de ser el “presente” y se vuelven el “futuro” de la sociedad. Por lo tanto, si bien se les protege y ganan en derechos, también pierden su voz como sujetos independientes de la sociedad.
Y es aquí que la individualidad de las sociedades modernas nos hace olvidar que la crianza, antes que ser un asunto privado, de la familia, es también, y sobre todo, un asunto público, colectivo, que nos involucra a todos –sea que tengan hijos o no– y que nos beneficia también a todos. Y es que, aunque no lo quieran aceptar, aquellas personas que promueven los espacios sin niños también se benefician de la existencia de nuevas personas en la sociedad[3]. No se termina de comprender lo difícil que es criar a un niño sin el apoyo de la comunidad. No por algo existe esta antigua frase: “Se necesita un pueblo entero para criar a un niño”. ¿Ustedes qué creen?
*Mamacita residente
[1] Sí, estoy de acuerdo con el libre mercado (y también con su regulación –difícil balance–) y entiendo que una empresa pueda ofrecer un producto/servicio determinando a su audiencia, siempre y cuando se pueda encontrar el mismo servicio a disposición. Eso sí, nunca estaré de acuerdo con productos/servicios que sean discriminadores. [2] En Londres, por ejemplo, en muchos pubs se permiten niños hasta determinadas horas de la noche.
[3] Para más detalles sobre esto pueden leer a Jens Qvortrup.
Cada cierto tiempo surgen debates acerca de la necesidad de que existan
espacios “libres de niños” para que los adultos puedan disfrutar de
determinadas actividades, como cenar o divertirse con tranquilidad, sin
tener que escuchar los llantos o gritos de un bebé o soportar los
correteos de un niño pequeño. Empresas avispadas por la demanda ofrecen
servicios como
Entre los argumentos a favor de la exclusión de niños de determinados espacios encuentro que estos son los más comunes:
(1) Fastidian a los adultos: hacen bulla, desordenan, se mueven mucho. ¿Acaso no hay adultos que también hacen bulla, desordenan y se mueven mucho? Estoy segura que todos conocen a alguien o tienen un amigo que con algunas copas de más empieza a hablar a gritos. Algunos, seguro, habrán intentado callarlos; pero hasta ahora no he visto movimientos de usuarios exigiendo que en los restaurantes no se acepten a personas gritonas.
(2) Los adultos tienen derecho a espacios sin niños. No termino de entender este argumento. ¿Acaso algunas personas también tienen derecho a espacios sin “negros” o sin “judíos”? ¿Los hombres tienen derecho a espacios sin “mujeres”? Algunos me dirán que exagero al mezclar raza y religión, con género o edad. ¿En serio les parece exagerado?
(3) La decisión de tener un hijo la tomaron los padres y no el resto de adultos, por lo tanto, no tienen por qué aguantar a los hijos de otros. Según quienes argumentan esto, la libertad de elección y los progresos en el control de la natalidad han llevado a que TODAS las personas que tienen hijos lo hagan por decisión. Olvidan no sólo que estamos en un país en el que el aborto está penado, que pueden existir –y muchas– situaciones de subordinación y control por parte de hombres hacia mujeres en las relaciones de pareja, que las violaciones muchas veces generan embarazos indeseados y que, a veces, simplemente los hijos llegan sin planearlos. Ante esta respuesta, seguro contraargumentarían algo así como: “si no fueron responsables, entonces que asuman ellos las consecuencias y no nosotros”.
(4) Hay padres que no saben controlar a sus hijos y permiten que con su comportamiento molesten a las demás personas. Este es otro argumento en el que se peca con la generalización. Los bebés y niños –al margen de su edad–, al igual que todas las personas, tienen diferentes estados de ánimos: a veces están de buen humor y contentos, otras de mal humor y molestos. Algunas veces actuarán calmadamente y otras no. Los padres no pueden anticipar, necesariamente, si ese día su hijo se portará de una u otra manera, por lo que asumir que los padres “no saben” controlar a sus hijos es, por decir lo menos, simplista. Con esto no estoy diciendo que los niños puedan hacer destrozos, sólo por el hecho de ser niños. Me dirán seguro que justo se toparon con ese niño “malcriado” y que hacía las cosas “por fastidiar” y que su madre/padre era un/a “pelele” que “lo dejaba hacer lo que quisiera” aunque la situación era “fácilmente controlable”. Pero, ¿en verdad creen que un bebé que llora en un avión lo hace por fastidiar a los demás? ¿O que su mamá/papá no puede controlarlo? ¿Cómo podría callarlo, tapándole la boca? (aprovecho para señalar que no sirve de NADA callar a un niño con un fuerte SSSSHH!; lo único que lograrán es estresar más a padres y niños y, seguramente, prolongar el llanto).
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Por supuesto que existen espacios en los que los menores de edad no pueden ingresar por una disposición legal (que respeta el Principio de Protección del menor), como discotecas o bares[2], tiendas de objetos sexuales, casinos y casas de apuestas. Pero, ojo, aquí el elemento de prohibición se basa en un hecho objetivo: la minoría/mayoría de edad. Sin embargo, la pregunta que me hago tiene que ver con cuáles son los espacios en los que, sin que exista una ley que lo prohíba, bebés y niños pueden ser excluidos. Difícil poder determinar cuál es el umbral entre diferenciación y discriminación.
El problema sobre el límite entre la diferenciación y discriminación es complicado. En Derecho hay un pequeño ejercicio, el Test de Razonabilidad, que se hace para determinar si se está violando el Principio de Igualdad, a partir de responder a la pregunta de si un trato desigual es válido o no. En este caso sería la exclusión de un bebé/niño de un determinado espacio. Los elementos que se evalúan son 1) qué tan adecuada es la medida para lograr un fin –constitucionalmente válido–, 2) que no exista otro medio más adecuado para lograr el fin anterior, y 3) que sea proporcional, es decir, que lo que se sacrifica en términos de otros derechos sea menor.
Para que una condición de exclusión no sea considerada discriminatoria debe ser, en primer lugar, objetiva, y además, aplicarse en todos los casos. Entonces, si el argumento principal tiene que ver con que la tranquilidad de los adultos se ve afectada (¿este sería un fin constitucionalmente válido?), entonces la edad de la persona/niño no debe importar, sino el nivel de ruido/desorden/movimiento que genere. En este caso, la edad de la persona, es decir, la niñez (elemento objetivo) no tiene relación con la situación que se quiere proteger (la tranquilidad del adulto). Por lo tanto, ¿por qué restringir el acceso a determinados espacios usando como criterio la edad?
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Con motivo de mi tesis de maestría estuve leyendo sobre teorías vinculadas a la niñez y su relación con la ciudad y encontré unos enfoques interesantes que quiero compartir con ustedes y que quizá nos sirvan para comprender cuál es el espacio de los niños en nuestras sociedades modernas.
Phillipe Ariès (Francia) señala que en la época pre industrial no existía una diferenciación entre el mundo de los adultos y el de los niños. En la edad antigua, los niños –sin importar su edad– eran vistos como contemporáneos de los adultos, como mini-adultos, y no existía ni ropa ni comida ni espacios diferenciados. Los niños, al igual que los adultos, participaban en los medios de producción y por su trabajo eran parte de la economía. Esto tenía como consecuencia que no fueran excluidos de espacios de adultos, que tuvieran –relativamente– una voz en las decisiones públicas y que los padres no fueran necesariamente tan protectores ni cuidadosos con ellos (una fuerte crítica a esta teoría es que insinúa que los padres no eran amorosos). Como los niños eran parte de la mano de obra, tenían un valor presente y real.
Con la industrialización, la mano de obra se reemplaza por máquinas. Se crea la educación formal y los niños son enviados al colegio para educarlos y, por lo tanto, se posterga hasta por 18 años –más o menos– la oportunidad de que niños y jóvenes se vuelvan productivos. Es ahí que se dividen las etapas y emergen los conceptos de “adultez” y “niñez”. Los niños empiezan a verse como “personas en formación”, “incompletas” y en “proceso de madurar”. Los niños dejan de ser el “presente” y se vuelven el “futuro” de la sociedad. Por lo tanto, si bien se les protege y ganan en derechos, también pierden su voz como sujetos independientes de la sociedad.
Y es aquí que la individualidad de las sociedades modernas nos hace olvidar que la crianza, antes que ser un asunto privado, de la familia, es también, y sobre todo, un asunto público, colectivo, que nos involucra a todos –sea que tengan hijos o no– y que nos beneficia también a todos. Y es que, aunque no lo quieran aceptar, aquellas personas que promueven los espacios sin niños también se benefician de la existencia de nuevas personas en la sociedad[3]. No se termina de comprender lo difícil que es criar a un niño sin el apoyo de la comunidad. No por algo existe esta antigua frase: “Se necesita un pueblo entero para criar a un niño”. ¿Ustedes qué creen?
*Mamacita residente
[1] Sí, estoy de acuerdo con el libre mercado (y también con su regulación –difícil balance–) y entiendo que una empresa pueda ofrecer un producto/servicio determinando a su audiencia, siempre y cuando se pueda encontrar el mismo servicio a disposición. Eso sí, nunca estaré de acuerdo con productos/servicios que sean discriminadores. [2] En Londres, por ejemplo, en muchos pubs se permiten niños hasta determinadas horas de la noche.
[3] Para más detalles sobre esto pueden leer a Jens Qvortrup.
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