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Las cosas que uno medita mucho o quiere que sean 'perfectas', generalmente nunca se empiezan a hacer...
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"Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no cuenta es lo humano". (Ernesto Sábato, Antes del fin)
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miércoles, 26 de mayo de 2021

La oportunidad Castillo


Escrito por  Foto: Andina.pe Revista Ideele N°297. Abril 2021

Escucho a algunos en la intelectualidad de izquierda que lo ocurrido en la primera vuelta es un desastre. Hay que optar entre la hija corrupta de un dictador corrupto y una izquierda folklórica, conservadora, anacrónica, patrimonialista, demagoga, autoritaria, etc.; una izquierda que está...

de antemano condenada al fracaso y que ni siquiera es realmente izquierda sino, en el mejor de los casos, un oportunismo populista y, en el peor, un fascismo andino. No me sorprenden estas reacciones. Pero la verdad es que no me apetece llorar de espanto porque gane la elección un partido que no tiene miedo en reconocerse marxista, apuesta por superar el neoliberalismo y quiere conducirnos a una Nueva Constitución.

Ya muchos han señalado el lente racista y colonial que hace ver la victoria de PL (Perú Libre) como una pesadilla. En el caso de la izquierda se trata más específicamente del miedo al proyecto de emancipación “propio” llevado a cabo por “otros”, por “otra gente”. Con toda su ética destinada a acoger la heterogeneidad, el filósofo francés y comunista Emmanuel Levinas consideraba a la revolución China como “la amenaza amarilla”.[1] Nada muy diferente está sucediendo en parte (no la mayor parte) de la intelectualidad de izquierda capitalina. Pero hay algo más en todo esto que el viejo racismo colonial.

Hace varias décadas se observa en la universidad que el capitalismo se ha convertido en segunda naturaleza.  Se ha criticado a los medios de comunicación por su rechazo a creer que se pueda, por ejemplo, regular estatalmente el mercado. Y se ha lamentado que se haya asentado en el mundo el “realismo capitalista” de Mark Fisher: se ha lamentado, es decir, que si bien la gente puede reconocer que el capitalismo es un sistema injusto, realmente no cree que se pueda forjar un sistema alternativo. Pero de pronto llega Pedro Castillo a anunciar que va a cambiar el modelo económico, y la primera reacción de algunos profesores de izquierda que observaban, criticaban y lamentaban la solidez del capitalismo, ha sido el horror. No sabían hasta qué punto el realismo capitalista estaba en ellos mismos.

Dicho esto, es bueno reconocer las propias limitaciones, pero no hay que agarrarse a latigazos culposos que lo cieguen a uno ante la realidad. El miedo a Castillo no es solamente el producto del racismo y del clasismo, o del temor a que se esfume el suelo capitalista. Se puede tener miedos racistas/colonialistas/capitalistas y, sin embargo, estar en lo cierto. La razón no le pertenece al “subalterno” simplemente por serlo. Además, obviar los problemas del proyecto de Castillo porque este proviene de y representa a los menos favorecidos, no es más que la versión “bondadosa” del viejo paternalismo racista. 

Hay un descontento popular de larga data con las brechas de la desigualdad, que, además, se ha agudizado con la pandemia. Este descontento ha sido parcialmente capitalizado por Castillo y PL, pero no se ha consolidado en un programa claro y, menos aún, en una alianza entre las organizaciones del mundo rural y los márgenes del mundo urbano, como lo hizo, por ejemplo, Evo Morales antes de llegar al poder. En otras palabras, no se ha formado un proletariado o un pueblo en torno a una idea de cambio que pueda competir contra una clase muy consciente de sus intereses. Por tanto, en vez de temer que Castillo se convierta en Hugo Chávez, habría que temer más bien que se convierta en Humala.

Hay muchos miedos desde la izquierda: que el grupo de Castillo no esté listo para dirigir al país, que convierta a las regiones en feudos corruptos, que su conservadurismo obstruya los avances en términos de derechos de la mujer. Ninguno de ellos puede considerarse de plano irracional. Pero hay uno que se eleva por encima de todos los demás. Se trata de un temor no reconocido en la izquierda y que esta no tiene en verdad la necesidad de reconocerlo ni mucho menos de declararlo abiertamente por “el bien del país”, pues la derecha lo dice y repite hasta el cansancio. El nombre de ese miedo es Venezuela.

Del miedo a Venezuela al miedo a Humala

Es cierto que hay una serie de dichos y escritos preocupantes en PL, pero también lo es que hay en él todo tipo de declaraciones que no hacen un todo coherente. Vladimir Cerrón ha declarado que PL es un partido marxista-leninista-mariateguista, pero Julián Palacín sostiene que es una izquierda popular como la de López Obrador en México. Y el plan de gobierno de PL afirma que deben estatizarse y/o nacionalizarse sectores estratégicos, pero últimamente Castillo y algunos congresistas de PL le dan la bienvenida a la inversión privada.

A lo que voy es que hay algo indeterminado en ese proyecto político. No se trata solo de que no se haya designado todavía un comité de comunicaciones. Se trata de que PL no parece estar unido entorno a un programa bien definido. Hay, por supuesto, un sentido de izquierda nacionalista y también un compromiso con la renegociación de los contratos con las empresas extractivistas (de allí podría salir el dinero para invertir en educación y salud) y, por supuesto, también con la Asamblea Constituyente y una nueva constitución. Pero no parece haber mucho más que eso en cuanto a la voluntad de ese grupo.

Por un lado está Cerrón, autor de un plan de gobierno que tiene como referente a la “marea rosa” que se dio en América Latina entorno al cambio de siglo, y que propone la estatización y la nacionalización de sectores estratégicos de la producción. Asumamos que hay allí un empuje a ser Venezuela. En realidad, no lo creo: así como Robert Merino, creo más bien que ese plan se encuentra más cerca del Ecuador de Rafael Correa o del Bolivia de Evo Morales.[2] Pero, por el bien del argumento, asumamos de todos modos que hay allí un empuje a Venezuela. Por el otro lado está Castillo, que si bien tiene una formación marxista-leninista proveniente del sindicalismo clásico, ha militado largo tiempo en Perú Posible de Alejandro Toledo y eso da cuenta de una capacidad para habitar y actuar en espacios distintos a los de su marco ideológico. Además, como buen líder sindicalista, y eso se vio en la huelga de los maestros del 2017, es perseverante pero también pragmático.

Se dice que Castillo es un títere de Cerrón, con lo cual se quiere decir también que lo que prima en ese grupo es el empuje ideológico sobre el pragmatismo. No creo, personalmente, que Cerrón sea tan dogmático como se le pinta, pero, más importante aún, si Cerrón tiene un partido con poco más de 24, 000 afiliados, y Castillo tiene el apoyo de 200, 000 maestros y a los ronderos como base de apoyo, además de ser él quien ha ganado la elección nacional, es probable que sea Castillo el que tiene más poder de los dos. Sin embargo, independiente de quién tenga más poder, y de qué tan pragmático puedan ser Castillo o Cerrón, este grupo heterogéneo no está adherido al plan de gobierno de PL.

Por otra parte, ni los maestros detrás de Castillo ni el 11% (entre los electores hábiles) que votó por él en la primera vuelta tiene una idea firme sobre la política económica a seguir. Y menos aún lo tiene el 41% que, según la última encuesta de Ipsos, ha declarado que votará por él en la segunda. En ese sentido, si ni PL ni su base social ni sus electores están unidos claramente en torno a una política económica, si la izquierda de Verónika Mendoza, las ONG y la mayoría de organizaciones de izquierda no comulgan con el plan de gobierno de Cerrón, y si, además (pero esto es lo principal), este plan tiene en su contra a la gran mayoría de los congresistas, a los partidos de derecha (RP, APP, VP, VN; PM y los dos AP), a la Confiep, a los medios de comunicación y a las fuerzas armadas, entonces no veo cómo el Perú podría llegar a ser Venezuela o algo parecido. A fin de cuentas, los líderes no hacen lo que quieren sino lo que pueden según el contexto.

Se necesitaría un enorme movimiento de masas para detener el tren neoliberal. Pero lo que está sucediendo es algo más acotado. Hay un descontento popular de larga data con las brechas de la desigualdad, que, además, se ha agudizado con la pandemia y cuyo más claro ejemplo es la existencia de niños subiéndose a un árbol o a un cerro en busca de señal de internet para sus clases virtuales. Este descontento ha sido parcialmente capitalizado por Castillo y PL, pero no se ha consolidado en un programa claro y, menos aún, en una alianza entre las organizaciones del mundo rural y los márgenes del mundo urbano, como lo hizo, por ejemplo, Evo Morales antes de llegar al poder. En otras palabras, no se ha formado un proletariado o un pueblo en torno a una idea de cambio que pueda competir contra una clase muy consciente de sus intereses. Por tanto, en vez de temer que Castillo se convierta en Hugo Chávez, habría que temer más bien que se convierta en Humala.

Verónika Mendoza fue uno de los primeros en hacernos pasar del miedo a Venezuela al miedo a Humala, cuando, en su primera entrevista después de la primera vuelta, confesó lo siguiente: “No olvido esa traición”. Se refería al abandono de Humala de la “gran transformación”. Pero dada la historia de las últimas elecciones en el Perú –la de Fujimori con su “No shock”, la de Toledo con su marcha de “todas las sangres” y la de García contra la indolencia de la derecha–, habría que decir mejor: “No olvido esas traiciones”. No quiero decir con esto que los políticos sean traidores por naturaleza. Quiero decir que existe una maquinaria mediática-económica-política-militar que, desde hace mucho, se encarga de domesticar a los “candidatos problema”. En otros escritos, he llamado a esta maquinaria “la buena educación gubernamental” y he explicado que en ella entran populistas de izquierda y salen presidentes neoliberales con programas asistencialistas.

También en esa entrevista dijo Mendoza: “Es tiempo de escuchar” (a Castillo). Escuchar puede ser, en efecto, una acción a la vez sutil y potente, pero mientras JP (Juntos por el Perú) y las organizaciones de la izquierda escuchan, los grandes empresarios ya están viendo cómo asegurar sus ganancias y la maquinaria de la buena educación gubernamental ya está en marcha. Felizmente NP (Nuevo Perú) ha expresado su intención de dialogar con las fuerzas de cambio, “incluyendo las que representa Pedro Castillo”. Pero NP y JP tienen que reconocer que han sido ampliamente superados por PL y que es principalmente con este partido con el que hay que tender puentes para afianzar el camino a la nueva constitución, si es que esto es posible. Y mi esperanza es, además, que estos puentes permitan movimientos en dos direcciones: un apoyo de técnicos, asesores y contactos de JP a PL y una fuerza implícita de PL hacia JP para que este partido se vuelva menos dócil. En otras palabras, JP tiene que pensar en PL como una oportunidad; no solamente para el cambio de constitución sino para reconstruirse como partido de izquierda.

De la “izquierda moderna” a una izquierda contemporánea

La pregunta de cajón que se le hace a Verónika Mendoza después de la primera vuelta es: “¿cómo llegó usted aquí?”. Incluso los comentaristas de los grandes medios de comunicación –esos que defienden el modelo económico con uñas y dientes y que durante la primera vuelta atiborraban a Mendoza con contrargumentos y estadísticas que supuestamente invalidaban todo lo que ella proponía— hoy en día se regodean de manera cínica y perversa preguntándole: “¿no cree usted que fue un error que abandonara a sus votantes de izquierda para moverse hacia el centro?”. No sé si, al moverse al centro, Mendoza perdió a sus electores de la sierra sur y central, o si, como lo sugiere Carlos Moya, en verdad nunca los tuvo.[3] Pero pongamos su fracaso en contexto.

La ruptura del Frente Amplio en el 2017 redujo la posibilidad de un triunfo electoral tanto de Marco Arana como de Mendoza y empezó a desvincular a la segunda de sus bases populares, sobre todo las rurales. Sé que muchos piensan que Arana no es más que un aburrido ambientalista oenegero, pero tenía vínculos con grupos y comunidades luego de años de luchas medioambientales. Que en esta elección haya obtenido solo 0.45% del voto popular no es un indicador de lo que el Frente Amplio pudo haber contribuido a la campaña de Mendoza. Se puede amar a Arana y a la vez no votar por él; la gente no es tonta y sabía que él estaba lejos de la segunda vuelta. Otra historia hubiera sido teniendo a Mendoza a su lado… Quizás uno de los mayores errores de Arana es no haber aceptado que él no es un candidato presidencial viable. Arana ha hecho mucho más que Mendoza por el pueblo, pero, como la belleza, la popularidad electoral es a menudo un don inmerecido.

Consciente de su debilidad con las bases populares, Mendoza buscó la tan criticada alianza con Cerrón, la cual, en perspectiva, habla muy bien de ella y nos obliga a mirar con ojos muchos menos complacientes las renuncias de Marisa Glave e Indira Huilca. Javier Torres señalaba entonces que (para Mendoza) Cerrón y Santos eran “una suma que yo no sé exactamente qué cosa suma. Me parece que no suma nada”.[4] Ahora ya sabe exactamente qué sumaba y que no era nada de lo que le parecía. Incluso un analista tan fino como Carlos Tapia, que en paz descanse, creía que esa alianza era un grave error porque iba quitarle entusiasmo a la juventud detrás de Mendoza.[5] Pero esa no era la única juventud. 

Lamentablemente esta alianza no prosperó y Nuevo Perú se alió con Patria Roja para tratar de ganarse al magisterio y sus diversos vínculos con el pueblo, pero finalmente las predicciones de Cerrón acabaron siendo corroboradas: “Perú Libre le va a demostrar realmente quién es el que tiene la simpatía magisterial”. Con todo, Mendoza comenzó su campaña presidencial con fuerza hablando de la necesidad del cambio de constitución. Pero pronto se dejó llevar por la tentación de ser “izquierda moderna”, es decir, la izquierda aséptica que quiere la derecha. En las últimas semanas, la constitución quedó de lado y Mendoza se paseó por todos los medios de comunicación hegemónicos para asegurarles que no iba hacer ninguna locura y hasta llegó a decir que Reactiva Perú (el programa que ha ayudado a los grandes en la pandemia) “no es un mal programa”. Cuando días después se difundió el audio de Marité Bustamante en que juraba que se debía a las clases medias y no a los “asentamientos humanos desperdigados por el mundo” que votan por “cualquiera que les regale el táper”, quedó claro una tendencia en su partido. No era la única, pero, en esta elección, JP pareció más cerca al Partido Morado que a PL.

Tradicionalmente se ha pensado que el populismo y el feminismo no van de la mano debido a que, entre otras cosas, los líderes populistas no quieren comprarse el pleito de luchar por temas impopulares (como el aborto o el matrimonio homosexual). Pero como lo señalan estudios recientes, el populismo de izquierda no está necesariamente enemistado con el feminismo. El MAS estigmatizó de elitistas y oenegeros a varios grupos feministas y, sin embargo, acabó en una alianza con ellos que produjo una serie de legislaciones progresistas orientadas a detener la violencia de género y aumentar la participación femenina en los gobiernos nacional y locales. 

Rosa María Palacios sostiene que Mendoza no debió moverse tan rápidamente al centro. Debió, como Ollanta Humala, jugar la carta más “radical” durante la primera vuelta y moverse al centro en la segunda. Tiene mucho de razón, pero hay que acotar que el contexto político en que se desenvolvió Mendoza fue distinto al de Humala en su momento. Como lo señala Cas Mudde, luego del ataque contra las torres gemelas en el 2001, la gran recesión del 2008 y la crisis de los refugiados del 2015, la derecha radical coge impulso en Europa y América.[6] A esto habría que añadir la victoria de Donald Trump en EE. UU. para explicar que la derecha radical ha pasado de ser un fenómeno marginal a ser parte del “mainstream” y que, además, ha desplazado el campo político aún más hacia la derecha. En otras palabras, el centro de Mendoza en el 2021 estuvo más a la derecha que el de Humala en el 2011. Como lo explica Juan de la Puente, nunca antes en el Perú se habían unido partidariamente neopentecostales y católicos.[7] Humala no tenía a su lado a un candidato como Rafael López Aliaga que terruquea hasta a la derecha moderada ni a un canal Willax que difama y mancha honras sin ninguna vergüenza periodística ni a un ejército de trolls que inventa y repite todo tipo de insultos y mentiras.  

No es simplemente el error de cálculo sino una lógica global y local la que impulsó a Mendoza a correrse al centro Hay que entenderla. Pero también hay que entender que moderarse no era la única opción. Porque de pronto Castillo ganó las elecciones en primera vuelta hablando de cambio de modelo, y con Cerrón declarando su filiación marxista-leninista-mariateguista y, entonces, el espectro político que asfixiaba a Mendoza cambió.

La derecha radical ya no parece tan temible y el suelo neoliberal se hace un poco menos sólido. Pero, también, con la mitad de los votos de Castillo, la izquierda de Mendoza queda muy cerca de la izquierda brahmánica de Thomas Piketty, la cual se caracteriza por congregar menos a las clases bajas que a individuos con mayores rentas y niveles de estudio. (Como se sabe, gran parte del electorado de Mendoza está en los segmentos A/B de la población). Se trata de una “izquierda” que a pesar de ceder en que “la economía tiene sus propias reglas”, se siente progresista porque reclama derechos, combate el clasismo-racismo-sexismo en el lenguaje y la cultura, predica la buena consciencia ecológica y se indigna con la derecha radical. En otras palabras, se trata de una “izquierda” que, quizás sin saberlo, se aleja del eje izquierda popular contra derecha de élites para acercarse al eje neoliberales progresistas contra neoliberales conservadores.

No obstante, la victoria de Castillo le da la fuerza y la oportunidad a la izquierda de Mendoza y a la izquierda en general para asumir una posición más atrevida y reconectarse con las bases populares. En otras palabras, la aparición de una “izquierda radical” le da la oportunidad a la izquierda moderna de salir del eje neoliberalismo progresista versus neoliberalismo conservador y colocarse más claramente en el eje izquierda popular versus derecha de las élites. ¿Pero qué quiere decir esto exactamente? ¿Hay que elaborar una política de acuerdo a la identidad popular y olvidarse para siempre de las reivindicaciones feministas/LGTB por confinarse estas a la clase media? No exactamente.

En mi reciente libro Sobre héroes y víctimas sostengo que una izquierda contemporánea debe mantener la política de clase, pero que esta debe ir de la mano con la política ecologista, la política feminista (meto en este saco la política pro-LGTBI) y una mirada descolonizadora. Una manera un poco distinta de decirlo sería: no hay solo una sino cuatro principales relaciones de dominación, de clase, de género, de etnia y sobre el medioambiente (como el común más básico sobre el cual se desarrolla la vida). Una izquierda contemporánea tiene que poder superar las cuatro dominaciones de manera interseccional: por ejemplo, un análisis feminista sin perspectiva de clase es elitista y, sin la perspectiva descolonizadora, cae en el eurocentrismo. Más que imponer un ideario o un programa, la izquierda contemporánea debe poder conjugar de manera flexible e inventiva las cuatro perspectivas descritas para llevar a cabo una política de igualibertad que supere el neoliberalismo, el patriarcado, el racismo colonial y el desarrollismo.

PL no es para mí una izquierda contemporánea, pero tampoco lo es JP. No obstante, entre la izquierda de Castillo, la de Mendoza y las organizaciones populares, podría comenzarse producir una posición de izquierda que conduzca a la nueva constitución. En lo concreto, no me parece difícil pensar un consenso entre ambos partidos en torno a la clase. Lo cual quiere decir, entre muchas otras cosas, mayores derechos laborales y programas redistributivos, e inversión en, y apoyo a, los pequeños negocios y a la pequeña agricultura.

La cosa se complica con respecto al medio ambiente. En su plan de gobierno, Cerrón observa que las regiones deben trazar sus “áreas protegidas e intangibles”, pero, desde una postura anti-imperialista, se opone al “ecologismo oenegero o el medioambientalismo fundamentalista”. Y además considera que “los países sudamericanos” somos “contaminadores marginales” y que son los países altamente industrializados quienes “nos deben el eterno cuidado medioambiental”.[8] No le falta razón. Si el Perú contamina alrededor de 0.4 % de los Gases Efecto Invernadero en el mundo, no veo por qué haya que parar la explotación del subsuelo. El argumento de PL va en el sentido de “descolonizar la ecología”. Como lo sugiere Bernard Duterme, hay que evitar hacer de esta un mecanismo de subordinación de los países pobres a los países ricos.[9]  

Sin embargo, según Roberto Espinoza, “no se puede minimizar ni eludir la grave destrucción de la base natural del país”, para no hablar de su efecto sobre las comunidades de sierra y selva.[10] Es posible que el equipo de JP sea más blanco y acomodado que el de Castillo, pero su plan de gobierno supera al de PL en cuanto a hacer un mapa de áreas intangibles, proteger a las poblaciones indígenas y realizar un cambio de matriz energética. Si JP y los grupos medioambientalistas no consiguen consolidar una alianza con PL, este puede dar rienda suelta a una pulsión desarrollista que habita en todos nosotros (pero más en los gobernantes) por el simple hecho de ser parte de la modernidad capitalista.

La cosa se complica también con respecto a la política de género. Muchos se han contentado en criticar a JP por apostar por una política de clase media, en vez de hacerlo por los temas que preocupan a las grandes mayorías. JP habría cometido dos errores a la vez: el primero es de orden sociológico: no se hace política de genero con mayorías conservadoras; y el segundo de orden marxista: no se debe ignorar que la contradicción principal es la clase. Estoy en desacuerdo con lo anterior. Argüir que no se puede seguir un curso político porque la mayoría no la comparte implica no hacer política de emancipación, la cual comienza siempre con un pequeño grupo convencido y con una mayoría indiferente, indecisa, o adversa. ¿Acaso se equivocaron los bolcheviques en hacer política comunista en Rusia porque la mayoría no creía en el comunismo? Y, por otro lado, argüir que la contradicción principal es la clase, no toma en cuenta los desarrollos del marxismo contemporáneo, que acepta la posibilidad de múltiples contradicciones de igual valor, o al menos que la contradicción principal depende de las circunstancias.

Analicemos de cerca este caso ya que es el más sensible para las capas medias. El plan de gobierno de PL apunta a la igualdad entre hombres y mujeres en términos laborales y a la despenalización del aborto. Esto último es bastante audaz en términos feministas en el Perú. Pero Castillo se opone al aborto y ya hemos visto que Cerrón no es necesariamente quien tiene más poder en ese grupo. De esto no hay que concluir que Castillo es conservador y Cerrón progresista. Pues si bien su plan de gobierno explicita que “nuestro país debe iniciar un proceso de despatriarcalización”, también considera que esto no significa “instalar su extremo contario, el feminismo”. ¿Por qué no el feminismo, dado que es gracias a él que las mujeres pueden hoy visualizar el patriarcado y sus mecanismos de opresión? Porque el feminismo sería un movimiento de clase alta distanciado de las mujeres de abajo. De hecho, en su plan de gobierno explica que las mujeres de clase alta no “comprenden la transformación social a favor de las menos favorecidas”.

No hay que engañarse, hay, en efecto, machismo en la dupla Cerrón/Castillo, pero no hay en ella una activa agenda anti-feminista o anti-LGTBI, como sí lo hay en los grupos conservadores que apoyan a Rafael López Aliaga. Se trata de un machismo heredado por tradición y que se sirve de ciertos argumentos del MAS boliviano para darse sustento teórico. No es, sin embargo, impensable que Castillo pueda procurar una alianza con la derecha radical para, por ejemplo, retirar el enfoque de género de la educación escolar a cambio de quién sabe qué. Pero tampoco lo es que pueda forjarse una alianza con los grupos feministas.

Tradicionalmente se ha pensado que el populismo y el feminismo no van de la mano debido a que, entre otras cosas, los líderes populistas no quieren comprarse el pleito de luchar por temas impopulares (como el aborto o el matrimonio homosexual). Pero como lo señalan estudios recientes, el populismo de izquierda no está necesariamente enemistado con el feminismo.[11] El MAS estigmatizó de elitistas y oenegeros a varios grupos feministas y, sin embargo, acabó en una alianza con ellos que produjo una serie de legislaciones progresistas orientadas a detener la violencia de género y aumentar la participación femenina en los gobiernos nacional y locales. Los grupos feministas más reconocidos deberían realizar los acercamientos necesarios a PL. Es una oportunidad para acercarse también a esas organizaciones populares de mujeres que rechazan llamarse feministas, a pesar de que puedan tener coincidencias con estas. Es una oportunidad para desarrollar un feminismo descolonizado que pueda convocar a las mayorías.

Cuatro reflexiones a modo de resumen

Uno. Hay una clase consciente de sus intereses y otra que no. Hay, por supuesto, un descontento popular con el sistema que se ha agudizado con la pandemia, pero Castillo está lejos de haber conseguido la unión del campo y la ciudad en torno a una idea política. Por eso mismo, el riesgo mayor es que Castillo se convierta no en Chávez sino en Humala. Ya está instalada la maquinaria económica-mediática-política-militar que transforma a los líderes de izquierda en neoliberales. Y ya está instalada también la máquina mediática de demolición. La encuesta de Ipsos (que anuncia la victoria de Castillo sobre Keiko Fujimori) ha sido la señal de alarma para la burguesía como clase y la carta de Vargas Llosa apoyando a Fujimori ha sido el grito de guerra. El programa televisivo Cuarto Poder ha respondido alabando los programas sociales de Fujimori y suscitando el pánico a Castillo. Panorama ha hecho lo suyo: Rafael Aliaga dijo que Castillo era Pol Pot y nadie lo contradijo. Los trolls se irán desplazando poco a poco a la televisión nacional. En la primera vuelta Mendoza tuvo que enfrentar el terruqueo de las redes y de los medios, en la segunda le toca a Castillo… pero exponencialmente. De más está decir que la campaña de demolición y de educación gubernamental juegan a dúo. Si la campaña de demolición de Castillo tiene éxito, Fujimori (haciendo honor a su apellido) asegurará el modelo económico que implementó su padre con el golpe del 11 de abril de 1992. Si fracasa, ejercerá presión para que el candidato de izquierda se vaya “moderando”.

Dos. Independientemente del resultado en la segunda vuelta, la victoria de Castillo en primera ya ha alterado el espectro político. La derecha radical había inclinado el péndulo hacia la derecha, Castillo lo inclina ahora hacia la izquierda y obliga a la derecha hablar de todo tipo programas sociales. Además, la izquierda de Castillo rescata a la izquierda de Mendoza del acoso “moderador” que había sufrido en los medios de comunicación y le da la oportunidad de zafarse de la posición neoliberal progresista para volver a asumir una posición de izquierda. Algo de eso ya ha ocurrido: desde la victoria en las urnas, Mendoza se ha vuelto más combativa y le ha dicho a Jaime Chincha en RPP que la Nueva Constitución es lo central y urgente en el país, y que preocuparse sobre si, para ello, Castillo disuelve o no el congreso, es básicamente andarse con formalismos.[12] Hay que recordarlo: a veces sostener una posición con firmeza es mejor que décadas de moderación.

Tres. Ni JP ni PL son una izquierda a la altura de las demandas del mundo contemporáneo. Ni JP puede querer ser el tutor de PL desde una supuesta moral progresista ni PL puede querer ser el maestro de PL con respecto a las “verdaderas necesidades del pueblo”. Es imperativo que se forje una alianza entre JP, PL y los distintos partidos de izquierda y organizaciones populares para producir una izquierda contemporánea que eluda tanto a la izquierda moderna como a la tendencia en el socialismo del siglo XX de identificar la victoria popular con la concentración del poder en un partido-estado revolucionario. En lo más concreto y urgente, esa alianza debe tener como norte la Asamblea Constituyente tal cual la ha propuesto Castillo: una asamblea compuesta por un 60% de organizaciones populares y el 40% de partidos políticos.

Cuatro. Como lo explicaba en el punto Uno, hay una clase consciente de sus intereses y otra que no. No hay un pueblo unido en torno a una idea. Esto impide que el Perú se convierta en Venezuela, pero también obstruye el camino a la Asamblea Constituyente. Es más, viendo la actual correlación de fuerzas, me parece difícil que tengamos una nueva constitución en este quinquenio. Recuérdese que, para llegar a la nueva constitución boliviana, Evo Morales necesitó no solo ser gobierno sino tener un apoyo mayoritario y activo de la población y la verdad es que Castillo no tiene por el momento nada de eso.

Y sin embargo… las cosas pueden cambiar rápido. Veo que PL ha hecho un llamado a las distintas organizaciones populares, lo cual no es extraño, pero sí lo es que Patria Roja (rival de Castillo y del Conare) haya respondido. Todos los maestros se podrían estar sumando al proyecto de Castillo y este ya ha pactado reuniones con los gremios estudiantiles. Contra mi propio pronóstico, se puede estar gestando una oportunidad para la nueva constitución en un tiempo no tan lejano, pero, hay que reconocerlo, también un peligro… en realidad, más de uno. Las fuerzas progresistas no pueden darse el lujo de paralizarse de horror. Pues lo que venga, bueno o malo, dependerá de las alianzas que se hagan hoy.


[1] Citado de Slavoj Zizek, In Defense of Lost Causes. New York: Verso. P. 111.

[2] Robert Merino, “¿Qué tipo de radicalismo representa Pedro Castillo?”. https://noticiasser.pe/que-tipo-de-radicalismo-representa-pedro-castillo?fbclid=IwAR2k1SXkV6c6s1BrMB6PoA6FCTIsrmv4V3A1MRwoOEXq832ZGrrBoZtl3j4

[3] Carlos León Moya, “La inversión de los papeles”. Hildebrandt en sus trece. 16/04/21. P. 21.

[4] Entrevista del 22/10/19 en Ideele Radio. https://www.ideeleradio.pe/lo-ultimo/javier-torres-alianza-entre-veronika-mendoza-y-vladimir-cerron-se-terminara-rompiendo/

[5] Entrevista del 23/ 10/19 en Radio Nacional. https://www.radionacional.com.pe/informa/politica/carlos-tapia-alianza-de-veronika-mendoza-con-cerron-es-un-error

[6] Cas Mudde, The Far Right Today. Polity Press: Cambridge, UK. 35.

[7] Juan de la Puente, “El renacimiento conservador peruano”. La república 04/ 19/ 21. https://larepublica.pe/opinion/2021/04/19/el-re-nacimiento-conservador-peruano-por-juan-de-la-puente/

[8] Vladimir Cerrón, Perú Libre. Ideario y Programa. P. 34.

[9] Entrevista a Bernard Duterme de Mathieu Lorriaux. “Es urgente descolonizar una ecología supuestamente universal”. https://www.equaltimes.org/bernard-duterme-es-urgente#.YH4JVxMzb_Q

[10] Roberto Espinoza, “Lo que debe corregir Pedro Castillo para derrotar al fujimorismo”. Servindi 15/04/21.  https://www.servindi.org/15/04/2021/analisis-critico-pero-propositivo-para-que-castillo-derrote-al-fujimorismo

[11] Ver al respecto la interesante tesis de Pablo Castaño Tierno para la Universitat Autònoma de Barcelona titulada Left Wing Populism and Feminist Politics. The Case of Evo Morales’ Bolivia (2016-2018). https://www.tdx.cat/bitstream/handle/10803/670445/pct1de1.pdf?sequence=1&isAllowed=y

[12] Entrevista de Jaime Chincha a Verónika Mendoza en RPP. 12/ 04/21. https://www.youtube.com/watch?v=oQR3AwTA9tc


Publicado en: https://www.revistaideele.com/2021/04/23/la-oportunidad-castillo/

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