Me resisto a aceptar que las actuales encuestas sean la palabra
final, que la rendija abierta entre Fuerza Popular y Peruanos por el
Kambio sea irreversible, que este 28 de julio Keiko Fujimori se ciña la
faja presidencial, como lo hizo su padre en 1990, 1995 y 2000. A estas
alturas parece poco probable que Pedro Pablo Kuczynski salga del
atolladero donde lo metieron sus...
vacilaciones, sus torpezas, sus
decisiones erráticas y su falta de compromiso, apuntaladas por la
agresiva campaña de su rival, que combinó disciplina, mensajes rotundos,
una importante batería de mentiras y exorbitantes sumas de dinero.
Me
cuesta cruzarme de brazos, resignándome a que 16 años después de su
derrumbamiento, en medio de la peor crisis de corrupción de nuestra
historia, el fujimorismo emerja como la fuerza política predominante del
Perú. Ojalá les pase lo mismo a los partidos democráticos del país, que
vuelven a enfrentarse a una disyuntiva moral parecida a la del 2011.
Aquella vez se logró voltear las tendencias, evitando el asalto al poder
de la corte de los milagros que campeó a sus anchas en los noventa.
¿Podrá ocurrir lo mismo esta vez?
Aunque sean remotas, todas las
posibilidades de revertir esta elección tienen que ser exploradas,
mientras sean legítimas. Convendría que aquellos ciudadanos que no han
decidido su voto abandonen su desidia, se informen, revisen los archivos
de Internet y comprendan que el futuro está en sus manos. Pero lo más
urgente es la construcción de un frente que convoque a todas las fuerzas
democráticas (como el que plantea Gustavo Gorriti), que se aglutinen
alrededor de Kuczynski, deponiendo el cálculo electoral y las muchas
diferencias en nombre de esa gran coincidencia que es la lucha contra el
autoritarismo. Además de exigirle a PPK esa cuota de liderazgo que
tanto le ha faltado, quizá como nunca se deba apelar a la épica del
sacrificio, en nombre de un bien superior.
¿Qué hacer si esto
falla? ¿Aceptar esta claudicación de la memoria, que ha llevado a una
mayoría de peruanos a permitir el renacimiento del fujimorismo,
convalidando con su voto los horrores que parecieron sacudir nuestras
conciencias en el año 2000? ¿Admitir mansamente que el Perú caiga por el
barranco del peor conservadurismo, del pragmatismo más prepotente y
amoral, del cinismo de media sonrisa, incluso del crimen organizado?
De
ninguna manera. A mí me tocó comenzar en televisión en años todavía más
oscuros, cuando gracias a las malas artes de Vladimiro Montesinos el
gobierno de Alberto Fujimori había copado los canales de señal abierta,
coimeaba políticos a diestra y siniestra, sustentaba su poder en el
espionaje, el tarjetazo y el amedrentamiento. Si aquel régimen
omnipotente terminó deshilachándose por el trabajo de un puñado de
resistentes, que denunciaron sus tropelías, lo combatieron con los
argumentos de la moral y detonaron su implosión publicando los videos
grabados a escondidas por Montesinos, con más razón se podrá mantener a
raya a este fujimorismo que renace y que ha quedado al desnudo en esta
segunda vuelta.
No será fácil, pero no queda otro remedio. Porque,
parafraseando a Camus, la paz y la democracia son las únicas luchas que
vale la pena pelear.
Publicado en: http://larepublica.pe/impresa/opinion/771463-la-epica-del-sacrificio
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