¿Crees que los cuentos que te
narraban de niño solo están llenos de moralejas aburridas? A pesar del
castigo a la mentira, en el cuento de Pinocho podemos encontrar mensajes
de sublevación, tal como afirma el filósofo mexicano Hugo Hiriart.
Pinocho es una marioneta de madera que cobra vida. Con ello, ya deja de
ser títere. Los hilos que lo manejaban dejan de...
funcionar, se libera y
consigue aliento y voluntad. Ya no hay quien lo pueda manipular, hace lo
que quiere, se mete en problemas. Pero ya deja de ser esclavo, se
enfrenta al amo con su desobediencia. A continuación, compartimos el
artículo del filósofo, narrador y dramaturgo mexicano Hugo
Hiriart publicado en letraslibres.com con el título de ‘Pinocho’:
En la pasividad de la marioneta está como
el reverso de una moneda, la posibilidad de su rebelión. Lo inanimado y
dependiente cobran aliento y voluntad. El significado esencial de
títere: “ente sujeto a la voluntad de otro” súbitamente es desobedecido.
Mira al títere, la marioneta colgando de
sus hilos, quieta, en espera del manipulador que la anime poniéndola en
movimiento. Supongamos por un momento que tienes que escribir una obra
de teatro para ella, ¿no se te ocurriría de inmediato que esa criatura
podría revelarse y tratar de escapar a la pasiva y sufrida condición de
títere?; ¿no discurrirías que ese podría ser el tema de la pieza? El
Espartaco de madera, La Rebelión de los Colgados, Grito de Independencia
de las marionetas. Claro que sí, la idea está en la marioneta misma, en
su delicada docilidad. “Muerte a Rosete Aranda”, aúllan los muñecos en
salvaje gritería.
Pinocho, de Carlo Lorenzini, conocido
como Carlo Collodi (1826-1890), el más célebre de los cuentos de
muñecos (toda disertación sobre títeres por ahí debe empezar), trata de
eso: “principalmente –escribe el doctor Harold B. Segal–, la revuelta
de las figuras de madera en contra del titiritero, la revuelta de los
esclavos contra el amo, la revuelta contra la autoridad”. Ese es el
tema. Pero antes hay que situarlo en el descubrimiento y uso del mundo
de los niños, de lo infantil en la lucha contra el arte “académico”,
“clásico”, “burgués”.
Exaltar lo infantil significaba exaltar
como valores lo instintivo, fresco, irracional, primitivo, espontáneo,
frente a lo repensado y sometido a cálculo y reglas. Pinocho es una
inmersión en lo infantil como liberación.
Se ha dicho, con razón, que el arte de
vanguardia de fines del XIX y comienzos del XX fue un renacimiento, tan
brillante y significativo como el otro, solo que esta vez los modelos no
fueron Grecia y Roma, sino el arte llamado “primitivo”, el africano, en
primer lugar, el prehispánico y el de los llamados “salvajes” (las
tribus australianas, por ejemplo), y también el arte de los niños, de
los ingenuos no académicos (Rousseau, por ejemplo) y hasta los locos.
En esta vuelta a los primitivos los niños
ocuparon un lugar de honor. Ubú rey, por ejemplo, primera gran obra de
teatro moderno. Fue escrita en realidad, no solo por Alfred Jarry, sino
por Jarry y los hermanos Henri y Charles Morin cuando los tres eran
alumnos del Lycée Henri IV (entre 1891 y 1893), y se llamaba
originalmente Papá Ebé y satirizaba a un profesor de física llamado
Hébert. Estas bromas pesadas de adolescentes llevadas a la escena
generaron una revolución en la historia del teatro.
Ahora el primitivo mundo infantil incluye
entre sus aportaciones estéticas a los juguetes (estudiados por Walter
Benjamin), el circo y el teatro de marionetas. De ahí la oportunidad y
el éxito rotundo de Pinocho, uno de esos casos de detonación modesta con
resonancia enorme, como Robinson Crusoe, Carmen o La dama de las
camelias.
Su tema, como decíamos, es la rebelión de
los muñecos. Pinocho se rebela a su amo, escapa y corre aventuras,
desgraciadamente siempre con lamentables consecuencias y pesadas
moralejas a cargo de Collodi. A nadie escapa que este autor era
reaccionario, conservador asustadizo en extremo. El libro de Collodi, a
diferencia de la “Alicias” de Lewis Carroll, deja no sé qué impresión de
miedo y tristeza. No importa, hay en él una “nostalgia de la niñez” muy
moderna, que un escritor clásico o barroco no habría podido entender.
La conversión de Pinocho en niño de carne
y hueso al final del libro se ha visto, con razón, como metáfora del
tránsito de niño a hombre, esto es, de la “maduración” de que hablamos
al inicio de esta nota. La escena tiene no sé qué de melancolía.
¿Exagero si digo también que tiene un toque de horror y de muerte?
–¿Y el viejo Pinocho de madera? –pregunta el niño de carne y hueso al viejo Gepetto–, ¿dónde pudo esconderse?–Ahí está –respondió Gepetto y señaló a un muñeco grande reclinado en una silla, con la cabeza vuelta a un lado, los brazos enchuecados y las piernas dobladas de tal manera que era asombroso que ahí se sostuviera.Pinocho se volvió y lo miró, y después de verlo un rato, se dijo a sí mismo con gran satisfacción:–Qué chistoso era yo cuando muñeco. Y qué contento estoy de haberme convertido en un verdadero muchacho.
Pues sí, en la lógica de Collodi, si el niño es una especie de títere,
el adulto, dueño de sí mismo, no lo es ni debe serlo. Pero Pinocho
títere de madera tiene una fascinación y un encanto que de ninguna
manera tiene el predecible y mediocre niño de carne y hueso. Mejor, tal
vez, habría sido, y un expresionista se habría atrevido a hacerlo,
transformar al Pinocho de madera, cuando cobra no vida, que ya tenía,
sino carne y hueso, en un enano azul, agresivo y loco, o en una oruga
locuaz. Cualquier cosa mejor que ese niño rubicundo, obediente y bien
vestido que es verdadero hígado parlante.
Otros autores han planteado rebeliones.
Pirandello, por ejemplo, en Seis personajes en busca de autor, o Karel
Čapek con sus salamandras. En El señor de Pigmalión, del catalán Jacinto
Grau (1877-1958), dramaturgo famoso en su tiempo, pero poco conocido
hoy en México, las marionetas asesinan a balazos a su creador y amo. A
más no se puede llegar.
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