* A veintiún años de la masacre de La Cantuta, familiares organizan un acto de memoria
No se busca un cuerpo por más de veinte años, sino también paz para el último tacto que posamos sobre él. Cuando las manos regresan a la cara, secas, duras y cansadas sabemos que el tiempo pasó junto al llanto de cada mañana o que destruyó y...
volvió a armar días enteros, alrededor de la ausencia y del crimen que derramaron sobre nosotros. El dolor no termina.
Pero si ya pasó mucho tiempo de lo de la Cantuta ya…
Hace unas semanas le dije a alguien, “imagina que tu hermana sale de la casa y no solo no regresa nunca más, sino que algunos años después la devuelven dentro de una caja que tu madre puede cargar con los brazos sabiendo que nada podrá devolverlas dentro de una escena, la más cotidiana, quizá dentro de la cocina, tomando el café, peleando, discutiendo, haciéndose chistes y construyendo la vida que les quitaron”.
“Imagina a tu hermana de nuevo, pero en medio de golpes, abusos y con el miedo que tuvo antes de que la atravesaran con una bala o más, a ella y a otros”. Se lo comenté a alguien a la que le parecía que ya había pasado demasiado tiempo de La Cantuta y discutía por el indulto a Alberto Fujimori. Después, la mujer bajó la cabeza y la vi apretar los puños casi imperceptiblemente, sin poder sostener la mirada. Pensaba, naturalmente, en la facilidad con la que todo lo que tiene puede desaparecer y transformarse.
En 1992, nueve estudiantes y un profesor de La Cantuta desaparecieron. Hoy más de veinte años después, aún no se encuentra a cinco de las diez víctimas del grupo Colina. Los familiares han pedido la exhumación en Cieneguilla, donde en 1993 se encontraron parte de los restos, pero el sistema judicial no lo autoriza. Esos cuerpos siguen enterrados pero se han convertido en un eco mordaz, que vuelve a gritar, que gime, llora y llama. Lo que les pasó está escrito en lo que haya quedado de ellos y el Estado tiene el deber de buscarlos y estrecharlos con quienes tanto los buscan: sus familias.
Este domingo 14 de julio, familiares, amigos y compañeros rinden un homenaje a las víctimas de La Cantuta, en el cementerio El Angel, con la presencia de Margot Palomino, Jorge Millones y los Sikuris
**ROMERÍA**
Domingo 14 de Julio - 10:00am en Cementerio El Angel
Punto de Encuentro: Puerta Jr. Ancash, Barrios Altos
Organizan: Familiares Caso La Cantuta
Coordinadora Contra la Impunidad
EL DATO
Gisela Ortiz, hermana de una de las víctimas plenamente identificadas, Enrique Ortiz, señala que falta ubicar a cinco de las víctimas y que hace un mes, el Ministerio Público suscribió un acuerdo con el Equipo Peruano de Antropología Forense (EPAF) para hacer trabajos de cateo en Cieneguilla. Sólo queda pendiente la designación de un fiscal que acAnclaompañe el trabajo
Gisela Ortiz
Se conmemoran 20 años del hallazgo de algunos restos de nuestros familiares en las fosas de Cieneguilla, en la quebrada de Chavilca; lugar a donde, los asesinos del grupo Colina por órdenes de Montesinos y Hermoza Ríos, en abril de 1993, decidieron desaparecer las "evidencias" del crimen de La Cantuta y ordenaron a Martin Rivas desaparecer los cuerpos, cuando el Congreso Constituyente Democrático había formado una Comisión Investigadora presidida por Roger Cáceres Velásquez y la verdad se abría paso.
Sólo algunos miembros de Colina que gozaban de la confianza de Martin Rivas (recuerden que ya se habían hecho público algunos nombres y el entierro en la carretera Ramiro Prialé) fueron convocados hasta Huachipa y desenterraron a las víctimas. La persona encargada de contar los cuerpos fue el agente de inteligencia Prettel Dámazo, miembro del grupo Colina asesinado por sus compañeros en la Carretera Central simulando un accidente de moto. Él dijo que estaban todas las víctimas, las 10. Se llevaron los cuerpos hasta Cieneguilla, algunos del grupo Colina fueron a comprar kerosene y gasolina para quemar los restos en un cilindro de color naranja y borrar cualquier evidencia de La Cantuta. No pudieron hacerlo: de esa tierra brotaron prendas, huesos, llaves.
Los asesinos nunca se imaginaron que iban a ser observados por Justo Arizapana y que él, valientemente, iba a buscar la manera de denunciar este hecho.
Los asesinos de Colina nunca se imaginaron que Pretell Dámazo dejaría un cuerpo en Huachipa, a propósito, y que le costaría la vida, y la de mi hermano, Enrique Ortiz, para que desde su tumba clandestina señale el crimen, a sus asesinos y a sus cómplices.
20 años después de ese doloroso descubrimiento no nos olvidamos, los recuerdos aparecen de pronto para refrescar la memoria, dolernos e indignarnos.
20 años después de que nuestros familiares ya no están con nosotros, no podemos sino reafirmar nuestro derecho a la Justicia, en memoria también de los padres, de Robert Teodoro por ejemplo: don José Teodoro León y la señora Espinoza, quienes fallecieron sin hallar Justicia.
En memoria de nuestros viejos, que siguen esperando respuestas y que siguen exigiendo Justicia. En memoria de nuestros jóvenes, que tienen derecho a saber la verdad para que nunca más se repita.
Cecilia Podestá
prensa@diario16.com.pe
FOTO: AFP
No se busca un cuerpo por más de veinte años, sino también paz para el último tacto que posamos sobre él. Cuando las manos regresan a la cara, secas, duras y cansadas sabemos que el tiempo pasó junto al llanto de cada mañana o que destruyó y...
volvió a armar días enteros, alrededor de la ausencia y del crimen que derramaron sobre nosotros. El dolor no termina.
Pero si ya pasó mucho tiempo de lo de la Cantuta ya…
Hace unas semanas le dije a alguien, “imagina que tu hermana sale de la casa y no solo no regresa nunca más, sino que algunos años después la devuelven dentro de una caja que tu madre puede cargar con los brazos sabiendo que nada podrá devolverlas dentro de una escena, la más cotidiana, quizá dentro de la cocina, tomando el café, peleando, discutiendo, haciéndose chistes y construyendo la vida que les quitaron”.
“Imagina a tu hermana de nuevo, pero en medio de golpes, abusos y con el miedo que tuvo antes de que la atravesaran con una bala o más, a ella y a otros”. Se lo comenté a alguien a la que le parecía que ya había pasado demasiado tiempo de La Cantuta y discutía por el indulto a Alberto Fujimori. Después, la mujer bajó la cabeza y la vi apretar los puños casi imperceptiblemente, sin poder sostener la mirada. Pensaba, naturalmente, en la facilidad con la que todo lo que tiene puede desaparecer y transformarse.
En 1992, nueve estudiantes y un profesor de La Cantuta desaparecieron. Hoy más de veinte años después, aún no se encuentra a cinco de las diez víctimas del grupo Colina. Los familiares han pedido la exhumación en Cieneguilla, donde en 1993 se encontraron parte de los restos, pero el sistema judicial no lo autoriza. Esos cuerpos siguen enterrados pero se han convertido en un eco mordaz, que vuelve a gritar, que gime, llora y llama. Lo que les pasó está escrito en lo que haya quedado de ellos y el Estado tiene el deber de buscarlos y estrecharlos con quienes tanto los buscan: sus familias.
Este domingo 14 de julio, familiares, amigos y compañeros rinden un homenaje a las víctimas de La Cantuta, en el cementerio El Angel, con la presencia de Margot Palomino, Jorge Millones y los Sikuris
**ROMERÍA**
Domingo 14 de Julio - 10:00am en Cementerio El Angel
Punto de Encuentro: Puerta Jr. Ancash, Barrios Altos
Organizan: Familiares Caso La Cantuta
Coordinadora Contra la Impunidad
EL DATO
Gisela Ortiz, hermana de una de las víctimas plenamente identificadas, Enrique Ortiz, señala que falta ubicar a cinco de las víctimas y que hace un mes, el Ministerio Público suscribió un acuerdo con el Equipo Peruano de Antropología Forense (EPAF) para hacer trabajos de cateo en Cieneguilla. Sólo queda pendiente la designación de un fiscal que acAnclaompañe el trabajo
Gisela Ortiz
Se conmemoran 20 años del hallazgo de algunos restos de nuestros familiares en las fosas de Cieneguilla, en la quebrada de Chavilca; lugar a donde, los asesinos del grupo Colina por órdenes de Montesinos y Hermoza Ríos, en abril de 1993, decidieron desaparecer las "evidencias" del crimen de La Cantuta y ordenaron a Martin Rivas desaparecer los cuerpos, cuando el Congreso Constituyente Democrático había formado una Comisión Investigadora presidida por Roger Cáceres Velásquez y la verdad se abría paso.
Sólo algunos miembros de Colina que gozaban de la confianza de Martin Rivas (recuerden que ya se habían hecho público algunos nombres y el entierro en la carretera Ramiro Prialé) fueron convocados hasta Huachipa y desenterraron a las víctimas. La persona encargada de contar los cuerpos fue el agente de inteligencia Prettel Dámazo, miembro del grupo Colina asesinado por sus compañeros en la Carretera Central simulando un accidente de moto. Él dijo que estaban todas las víctimas, las 10. Se llevaron los cuerpos hasta Cieneguilla, algunos del grupo Colina fueron a comprar kerosene y gasolina para quemar los restos en un cilindro de color naranja y borrar cualquier evidencia de La Cantuta. No pudieron hacerlo: de esa tierra brotaron prendas, huesos, llaves.
Los asesinos nunca se imaginaron que iban a ser observados por Justo Arizapana y que él, valientemente, iba a buscar la manera de denunciar este hecho.
Los asesinos de Colina nunca se imaginaron que Pretell Dámazo dejaría un cuerpo en Huachipa, a propósito, y que le costaría la vida, y la de mi hermano, Enrique Ortiz, para que desde su tumba clandestina señale el crimen, a sus asesinos y a sus cómplices.
20 años después de ese doloroso descubrimiento no nos olvidamos, los recuerdos aparecen de pronto para refrescar la memoria, dolernos e indignarnos.
20 años después de que nuestros familiares ya no están con nosotros, no podemos sino reafirmar nuestro derecho a la Justicia, en memoria también de los padres, de Robert Teodoro por ejemplo: don José Teodoro León y la señora Espinoza, quienes fallecieron sin hallar Justicia.
En memoria de nuestros viejos, que siguen esperando respuestas y que siguen exigiendo Justicia. En memoria de nuestros jóvenes, que tienen derecho a saber la verdad para que nunca más se repita.
Cecilia Podestá
prensa@diario16.com.pe
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