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Las cosas que uno medita mucho o quiere que sean 'perfectas', generalmente nunca se empiezan a hacer...
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"Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no cuenta es lo humano". (Ernesto Sábato, Antes del fin)
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miércoles, 10 de julio de 2013

Melville ha regresado a Lima

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El libro “La ciudad más triste” (Alfaguara, 2012) de Jerónimo Pimentel hace justicia con una novela de Lima. ¿La de ahora? No. La de siempre. Nuestra capital era una ciudad sin novela.
Herman Melville lucía ese extraño bronceado matrero faramalla cuando la lancha que lo trajo del barco Acushnet acodó en....
el viejo muelle de El Callao. Lo primero que lo apremió fue una sed de cosaco y presto se metió a la primera chingana del puerto para apurar un guaracazo de pisco de uvina. Quiso recobrar el brío marino pero el tufo a roña asolapada lo puso otra vez más que cojudo. Lima entonces era una aldehuela pestífera que apenas se avistaba allá a lo lejos entre las brumas de ese invierno de 1849. Y a Melville, que era de Nueva York y se manejaba en principios, como que aquella escala le supo a vinagrera de vieja preñada. Todavía recordaba su primera travesía como polizón en un barco mercante de la ruta Liverpool - Nueva York o aquella vez cuando se enroló en un ballenero que zarpaba hacia los mares del sur para terminar en las islas Marquesas donde vivió un buen tiempo entre caníbales. Al menos, así lo cuenta en su novela Taipi de donde extrajo ese maravilloso personaje, Queequeg, un polinesio que se las sabía todas. Melville era lo que se llamaba un hombre de mar, pero era más, un escritor que miraba con un ojo para afuera y el otro para adentro.
De Lima le quedó la impresión –la misma que a muchos viajeros, Tschudi o Radriguet—que era un lagar y no un lugar, “la ciudad más triste y extraña que se pueda imaginar” (Melville dixit) según don Carlos Eduardo Zavaleta que lo cita sitiado en su “El Gozo de las letras”. Y acaso ha cambiado está Lima, Acaso su orden, su seguridad, su brillantez o su modorra.
Hoy, Herman Melville ha regresado a Lima. Y la está observando y la pulsa y la enamora y la aborrece pero está aquí, en la novela que acaba de publicar Jerónimo Pimentel, “La ciudad más triste” (Alfaguara, 2012). El autor ha perpetrado un texto único dentro de la literatura peruana. La novela de Lima. ¿La de ahora? No. La de siempre. Y Lima era una ciudad sin novela.
Vamos, sin gran novela. Y de “La Ciudad y los perros” con su Miraflores clasemediero o de “Conversación en la catedral” con su miasma política se ha dicho mucho y de lo mismo. Está bien, y hay en Bryce Echenique u Oswaldo Reynoso, acaso en Luis Felipe Angell o en Mario Castro Arenas, el diseño de una geografía literaria limeña que alcanza ribetes luminosos en el genio de Enrique Congrains Martín. Pero no es suficiente, esta urbe posapocalíptica merece un señor garabato literario. No hay. Sé que soy injusto, es mi problema. Aprenderé. Pero ante esta ciudad --amariconada y lumpen-- que nos muestra Melville traducida por Pimentel, se luce tal como es, con espinillas, juanete y almorranas. Así, uno al abrir la novela abre la ciudad. Y en esa Lima el ISO-9000 tiene marca de urbe y ubre hereje, yuxtapuesta, culifruncida, perdida en la bruma y vuelta a recorrer por el escritor neoyorkino, que se hace limeño de tanto chamuyar en clave de, ‘antes de Cristo’.
jerónimo pimentel
LA CIUDAD DEL FULGOR MALSANO
Jerónimo Pimentel, Lima, 1978, ha publicado los poemarios “Marineros y Boxeadores” (Santo Oficio, 2003), “Frágiles Trofeos” -junto con el que se incluye el volumen firmado por Armando Chang Pequeños Poemas Para Caras Largas- (Álbum del Universo Bakterial, 2007) y “La Muerte de un Burgués” (Álbum del Universo Bakterial, 2010); además de la colección de prosas firmada por Matías P. Delgado “La forma de los Hombres que Vendrán” (Underwood, 2009). Jerónimo Pimentel le ha dado vida a este Melville que en la novela cruza cartas con su contemporáneo Nathaniel Hawthorne y cuenta. Y dice. Y maldice. Y qué no dice. Así, la ciudad adquiere un fulgor malsano y un redentor tirano. Ese es su arte. Hacer de la ciudad un personaje. Acaso como Cabrera Infante con La Habana o Jorge Amado con Bahía.
Y Melville, ora observa el máscara urbana en el atardecer, ora otea el delicado rubor de las limeñas al anochecer. Cuando le escribe a Hawthorne dice, al referirse al gobierno de esos días, que hay un tal Taylor. Veamos: “Querido Nathaniel: Taylor había adoptado nombre de paisano, León Escobar, y bajo ese apelativo dirigía a un grupo de bandoleros afincados en Lurín, pueblo al sur de Lima desde donde comandaba a su chusma de salteadores, rateros y carteristas. Como entenderás, ahora éramos parte de su tropa. Su propósito era tomar Palacio de Gobierno. ¿Qué imaginación afiebrada o locura terminal tendría este liberto para ambicionar la toma del poder en el Perú sin ser peruano? O mejor dicho, ¿qué tipo de lecciones habría aprendido al ver que en esta caótica república, en un período tan breve como el que forman 3 años, es posible que rijan 12 gobiernos diferentes? García, quien parecía muy interesado en los debates públicos, nos informó que Torrico (¿o Nieto y Márquez?) disputaba el poder con Vivanco (¿o Gamarra?, los nombres podrían cambiar en cualquier momento) y había dirigido su regimiento de leales hacia Arequipa, una ciudad austral a más de mil kilómetros de Lima, para enfrentar al poder insurgente, sin advertir que su temeridad dejaba a la capital desprotegida a merced de cualquier facción más o menos organizada que disponga de los medios y esté dispuesta a arrogarse el control de la capital.
LA BALLENA EN LIMA
Nada se sabía de Castilla ni de Menéndez, solo algo de Figuerola, de quien se hablaba con un respeto sorprendente en comparación con los epítetos que por lo usual se prodigaban, aunque también Elías fue mentado, pero no en los mejores términos, y luego Vidal, y otros tantos que la memoria no me ha permitido guardar pero que resistían en sus localidades conspirando, intrigando y apertrechándose para dar un nuevo golpe y combatirse así los unos a los otros hasta que un poder extranjero los invada, resucite el próximo inca o el tiempo se detenga en franca actitud mitológica, como no es raro que ocurra en la América andinaindia. Los títulos que regentaban iban desde jefes provisorios a interinos, pasando por dictadores supremos y presidentes constitucionales, pero lo cierto es que no importaban mucho los membretes en este reino sin ley, anárquico y fratricida, que solo es posible comparar con esas tribus aborígenes que luchan por el fruto de un árbol —el Estado peruano—, solo que provistos de mejor equipo bélico, lo que los hace peligrosos, y por ende, indignos de la compasión que nos despiertan los profanos”.
Es historia y es memoria del futuro, en la “La ciudad más triste”. Ficción de lo real realmente realizada. Con la novela uno encuentra el diseño de los grandes universos de Balzac, Dickens o Tolstoi. Novelas-galaxias, libros de gran envergadura. Melville puede estar en paz en su tumba. Su pesca de la ballena blanca no fue suficiente. En el Perú renació y ha pescado ahora una metrópoli de oncológica de eterna perplejidad y recelo. Es pues un enorme texto cual cartografía de la pesquisa y el descubrimiento de narrar con brillantez y enjundia. Libro para librarse del limeño sopor de ser tan escrupulosos a la hora de la genialidad. Bravo Pimentel.
 
Fuente: http://cazapropia.lamula.pe/2013/07/09/melville-ha-regresado-a-lima/eloyjauregui/

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