Ahí, entre libros de consulta, enormes, interminables, voluminosos y arrumados, que asomaban como testigos presenciales del diálogo, este par de acerados intelectuales trataba de...
interpretar y desmenuzar qué es esta entelequia que llamamos Perú. Y se paseaban desde los tópicos económicos hasta algunos temas más estructurales, regando por el aire munición de sobra para muchas más discusiones. Vale la pena leerla.
Esa conversación me llevó a buscar otra, publicada en Caretas, en 1979. Me refiero a una entrevista que le hizo César Hildebrandt al propio Cotler, que aparece en el libro Cambio de palabras. Y la verdad, tomando distancia de algunos matices, uno podría concluir que este país no ha cambiado mucho en su esencia desde aquel entonces.
Los gremios empresariales siguen comportándose como toda la vida. La democracia siempre está necesitada de ser rescatada. La institucionalidad es una cosa que está pegada con babas. La clase política brilla por su ausencia. No hay líderes. Nadie es capaz de proponer una alternativa orgánica e integral, que mire más allá de las propias narices. La economía parece andar bien, pero la política está muy mal. El talante autoritario nunca se fue, sigue estando ahí. No hay partidos, sino facciones. La oposición es un chiste malo. Falta Estado. La desigualdad es una marca de fábrica. Las izquierdas viven en una fragmentación permanente. No hay élites. No hay clases dirigentes. No existe el concepto de ciudadanía. Los peruanos no conocen su propia historia. Todo el“Perú oficial” es precario. El Poder Judicial es una leonera. La policía y la corrupción son amantes declarados. No hay idea de gobierno. Las elecciones son apenas pantomimas en las que terminamos siempre optando por el ‘mal menor’. Y así.
Así nos la pasamos, digo, atendiendo a localismos, mirándonos el ombligo, y aguaitando con paciencia jobiana las condiciones de charlatanes que se cultivan en el Parlamento nacional, donde, entre bostezos y desperezos, nos tratan al resto como a borregos. Como a morralla. Como a gente mansurrona y lanar, que padecemos todo sin rechistar.
Y claro. Ciñéndome al tema de fondo, lo que quiero decir es que, el cúmulo de todo esto nos lleva a muchos a la desafección absoluta hacia la política, convirtiéndonos en cínicos o en descreídos, como cardenales del Renacimiento. O algo así. Porque por ahí está yendo el asunto, les cuento. Como si se tratase de un achaque, de una dolencia crónica. O del virus de la indiferencia. Pues lo amoral se ha vuelto el rasgo más saltante de nuestro carácter y no percibo señales de rebeldía para que ello cambie. Peor todavía. Hacemos como que aquí no pasa nada. En algunos casos incluso siento que prevalece la neutralidad,aquella que expresa no ser de uno ni de otro y se manifiesta como modorra ética. Y si me preguntan, la neutralidad no es un remedio, sino parte de la enfermedad.
Pero la cosa no es nueva, les decía. Jorge Basadre, en Perú: Problema y Posibilidad, encomiaba el sentido de la Historia, no solo por el hecho que nos permitía ver lo que hemos sido, sino porque nos mostraba particularmente “lo que no hemos sido”. Y si hay algo que no somos todavía, señoras y señores, es un país civilizado, una nación integrada, un Estado moderno, un pueblo unido e inclusivo. Un territorio vertebrado. Porque el verdadero Perú, como diría Basadre, “es todavía un problema” y está lejos de ser una posibilidad.
En fin. Disculpen la seriedad y el desfleme y el desborde biliar, pero hay días en que uno se levanta con la sensación de que este país va patas arriba y a la deriva, en buena cuenta porque estamos rodeados de políticos embusteros con poca vergüenza y peor memoria, y que no tienen la más remota visión de futuro. Y así las cosas, uno se siente como Gilligan, perdido en una isla lejana, o anclado en el paraíso de la demagogia y la estupidez, que esa es otra. Y ahí seguimos, que es lo peor de todo. Pues eso.
Tomado del semanario de César Hildebrandt.- Columna Divina Comedia
Fuente: http://lavozatidebida.lamula.pe/2013/09/14/pais-raro-es-este/pedrosalinas/
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