buen conductor (abolido de raíz por la opinión pública nacional), pasando por el Decálogo del abogado (que nadie ha encontrado) y el Decálogo del dentista (que, infelizmente, no incluye el mandamiento «no harás doler al prójimo»).
Si ello es así me pregunto: ¿por qué no puede existir un Decálogo del aspirante a escritor?, y el texto que aquí propongo no pretendo que, en ningún sentido, se convierta en una inscripción en dos tablas de piedra que luego sea violada de todas las formas posibles, sino, a lo sumo, aspiro a que conforme diez deleznables consejos, que si hasta un conejo los puede ofrecer por qué yo no, para aquellos que pretenden ingresar, o incluso ya integran, el mundillo literario, sin querer menospreciar a la Literatura con la utilización del sufijo –illo en relación al ambiente literario, pero sí queriendo menospreciar la absurda creencia sobre ciertas «reglas absolutas» o «modelos de autor» (moldes cuasi santificados) que nos llevaran a consagrarnos como escritores, y pienso aquí en los sujetos que creen que al imitar la conducta del enfant terrible, Rimbaud, o la del metódico Vargas Llosa, obtendrán como fruto una obra de igual valía que la de sus paradigmas, algo improbable por el simple hecho de la necesidad de contar, más allá de borracheras o rigurosos horarios de trabajo, con algo por demás inusual en este mundo y que llamamos: talento.
Es cierto que cada autor se acerca a su manera a la escritura y tiene un particular modo de desarrollarse (y en algunos casos de enquistarse) en ella. Por ello, no quisiera que se piense que ensayo referir aquí un canon, sino tan solo pongo sobre el tapete algunas ideas de alguien que, como yo, no tiene la más mínima idea de nada... docta ignorantia es la política de mi empresa.
Siendo así, debo advertir que cada uno de los consejos/ideas aquí vertidos a manera de pseudo «mandamientos», tienen por demás sendos ejemplos de estupendos escritores que actuando al contrario de lo mencionado por mí, se han consagrado como pocos en la Literatura; por lo que el pequeño listado que describo a continuación es, en tanto ello, enteramente más que prescindible.
1º Lo que se inicia, se termina. Así no estés seguro de la calidad, de la expresión, de lo qué sucederá con lo escrito conclúyelo, ello te formará un hábito de trabajo, te dará un orden y una constancia muy necesarios en este tipo de labor.
2º Desconfía de la crítica. Y más aún de la elogiosa, no por quien te la ofrece, sino porque te puede hacer creer que aquello es lo mejor que puedes producir o, peor, te puede encasillar en una determinada «fórmula ganadora», con lo que estarías prácticamente firmando tu acta de defunción creativa.
3º Lee de todo. Lee a los maestros de la Literatura mundial, pero también a los nóveles, los desconocidos de hoy serán los maestros del mañana. Varios de los ahora considerados grandes escritores fueron menospreciados en su tiempo. Y recuerda que un buen escritor debe ser, ante todo y como ya se ha corroborado hasta el hartazgo, el más insaciable de los lectores.
4º Jamás le creas a los editores. Tras la publicación de tu ópera prima te darás cuenta el por qué de la trascendencia tan cardinal de mantener siempre en mente este consejo a lo largo de tu carrera literaria.
5º No eres un genio. No naciste sabiendo, no eres Shakespeare, Vallejo o Baudelarie, quizás eventualmente tengas brevísimos momentos de lucidez creativa en lo literario (si es que los tienes). El mejor talento que puedes tener, o intentar forjar en ti, es la total disposición para el trabajo constante y obcecado, esa es la mejor inspiración.
6º Di lo máximo con lo mínimo. No atarantes al lector con párrafos exageradamente extensos (no eres un novelista ruso de los siglos pasados) y, menos aún, no utilices palabras «difíciles» por una pretendida erudición inútil que, al final, solo enreda tus ya de por sí entreveradas ideas. Sigue el mejor consejo que nos dejó Blanca Varela: «corta, corta, corta».
7º Estudiar Literatura no te hará escritor. Los mejores escritores no han estudiado Literatura como carrera profesional. En todo caso, ello te servirá para poder evaluar con mejor ojo crítico o base teórica un texto literario, o para convertirte en editor, pero jamás implantará en ti un talento para la creación literaria si este no existe previamente y de modo innato.
8º Si vas a plagiar hazlo, pero al menos corrige y aumenta. Al inicio muy pocos escritores (por no decir ninguno) cuentan con una voz propia, por ello casi todos emulan la fórmula, las estructuras o la expresión de sus literary stars. Sabiendo que esa primera producción muy probablemente es una copia, preocúpate por lograr que aunque sea aquel plagio no se sienta y que, de ser posible, se diluya prontamente para dar paso a tu sello distintivo, tu propia voz de escritor.
9º Corrige, corrige siempre y revisa todo minuciosamente. Si una gran virtud puede tener un escritor, es ser absolutamente maniático con la corrección y la revisión de sus textos. Aunque el editor te odie, aunque el corrector de estilo te insulte y el diagramador te quiera bañar en ácido muriático corrige, corrige hasta lo último y hasta que sientas que, finalmente, has pulido la piedra lo suficiente como para que brille sin necesidad de una luz ajena.
10º Texto publicado es texto olvidado. Una vez que el texto salió de la imprenta, en atención al consejo/idea anterior, debe también salir de tu cerebro para que dé pie a que inicies nuevos proyectos. No vivas pensando en lo escrito, vive pensando en lo que estas por escribir. Lo publicado, publicado está y no hay más nada que hacer al respecto, al menos en cuanto a la rama creativa.
Si como siempre se ha dicho: «cada persona forja su propio destino», esta frase resulta por entero indiscutible si de lo que se trata es de forjar una carrera literaria. En este medio, más que en otras profesiones u oficios, no existen leyes ni fórmulas ganadoras. En la labor de creación literaria no hay preceptos, códigos o modelos que valgan, pues cada escritor avanza según sus circunstancias y posibilidades y, en mi caso, he decidido avanzar como un caballo con anteojeras.
Sin embargo, los decálogos per sé son absurdos. Excúseme lector por contradecirme luego de todo lo expresado, pero escribir es, absolutamente, un acto subversivo (y esa es una frase que siempre recordaré) ya que invita a la reflexión, a la crítica, al cuestionamiento y a la corrosión perpetua de aquello que se asume como lo correcto y, por ende, lo aceptado. Mal haría cualquiera que intenta publicar lo que escribe (y que no necesariamente lo convierte por ello en escritor) en ceñirse a los parámetros que vanamente enumeré líneas arriba, pues el rótulo de escritor no se otorga oficialmente, no te lo da ninguna universidad, instituto, crítico, premio o lector; si en cambio te lo da el pulso firme con el que escribes tu obra, sea o no conocida (piénsese aquí en autores como Fernando Pessoa).
Es más, siendo honesto les pediría que no sigan este decálogo; que únicamente lo tomen como el remedo más cándido de una torpe intención mía por «aguarle la fiesta» a los futuros rivales, a esos quienes persiguen, algún día, descubrirse como escritores. La vida siempre es más fácil de lo que parece, escribir buenos libros no.
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