‘Ulises’ no es un libro difícil de leer. Al menos ya
no lo es ahora. La sorpresa que causó en.... los años veinte era
completamente justificada puesto que Joyce se había adelantado un siglo a
su era y estaba escribiendo para nosotros, lectores del siglo 21.
Enumerar la lista de autores contemporáneos que han crecido bajo su
influjo resultaría interminable, pero dejar de mencionar los nombres de
Samuel Beckett, John Dos Passos, Malcolm Lowry, Anthony Burgess y
William Faulkner sería imperdonable.
En plena eclosión del ‘Ulises’, a principios de los
años veinte, el joven novelista norteamericano William Faulkner vio a
Joyce sentado en un café parisino pero no tuvo el valor para acercarse.
Pocos años después, en 1926 para ser precisos, William Faulkner publicó
una novela que resultaría capital en el desarrollo de la literatura
posterior, especialmente la literatura latinoamericana.
En ‘El sonido y la furia’, Faulkner utilizó el monólogo interior empleado por Joyce para dejar que Benji, un joven retrasado mental, describiera desde su perspectiva la decadencia inevitable de los Compson, su familia. La saga faulkneriana de novelas situadas en el ficticio condado de Yoknapatawpha fue pronto traducida al español, en esas viejas encuadernaciones argentinas que hoy son un tesoro de coleccionistas, y fueron literalmente devoradas por los jóvenes que más tarde se convertirían en los grandes novelistas del Boom Latinoamericano. El poderoso influjo de James Joyce nos llegó, vía Faulkner, para provocar el estallido literario más sonoro en toda la literatura de idioma español del siglo 20.
El llamado ‘Boom Latinoamericano’ bien podría llamarse ‘Bloom Latinoamericano’, ya que siguiendo directa o indirectamente las huellas y técnicas del ‘Ulises’, un genial grupo de novelistas latinoamericanos ha dejado para la posteridad novelas perfectas y entrañables como ‘Cien años de soledad’ del colombiano Gabriel García Márquez; ‘La Casa Verde’, del peruano Mario Vargas Llosa; ‘Rayuela’, del argentino Julio Cortázar; ‘La muerte de Artemio Cruz’, del mexicano Carlos Fuentes; ‘Paradiso’ del cubano José Lezama Lima y ‘El obsceno pájaro de la noche’ del chileno José Donoso, por citar sólo algunas de las más importantes. En todas ellas está la huella de Joyce. Prácticamente, como dice Luis Loayza, no puede hablarse de novela moderna, a menos que se trate de una novela del siglo 19 maquillada, si ésta no ha sido escrita bajo la sombra de Joyce y su arsenal de técnicas literarias.
Nosotros, los lectores del siglo 21, estamos más cerca de Joyce que sus contemporáneos. No en vano han pasado más de 90 años desde la publicación del ‘Ulises’; en todo este tiempo, nosotros hemos venido leyendo y leyendo a autores que crecieron y escribieron bajo el influjo de Joyce, y gracias a ello no podemos sentirnos intimidados ante las audacias del ‘Ulises’. Cualquier persona que haya leído el cuento ‘Macario’, de Juan Rulfo, o navegado entre los cuentos que Oswaldo Reynoso agrupó bajo el título de ‘Los Inocentes’, sabe ya lo que es un monólogo interior. Las técnicas de Joyce han sido usadas a lo largo de nueve décadas, sus recursos los conocemos indirectamente, vía los autores latinoamericanos mencionados. ¿Por qué, entonces, no acercarse a la fuente matriz de toda esta gran literatura? ¿Por qué no acompañar a Stephen Dedalus, Leopold y Molly Bloom en el largo día de su liberación? ¿Por qué, en última instancia, no leemos el ‘Ulises’?
Yo me impuse la tarea de leerlo vez a la edad de veinte años, pero sólo pude terminarlo al alcanzar los treinta. Tuve seis intentos fallidos a lo largo de diez años, pero finalmente, llegué a Ítaca y besé a Penélope un 29 de mayo de 1998, luego de cuatro semanas de apasionada e intensa lectura. Desde entonces, he leído ‘Ulises’ cuatro veces, tres en las únicas traducciones que existen en español y otra, la más reciente, en el inglés original. Cada lectura ha sido un viaje distinto, una odisea diferente, pero cada una de ellas me ha convencido de la abundancia y generosidad de este libro desmesurado, repleto de humor y pródigo en recompensas. Si a un genio como Joyce le tomó 17 años escribirlo, ¿por qué no dedicarle cuatro semanas y leerlo? El problema es que se ha escrito tanto sobre Joyce, que de alguna manera los lectores promedio nos sentimos intimidados ante la magnitud desproporcionada del libro. Se suele pensar que es un libro solemne, cuando en realidad es una gran y delirante broma, muy al estilo de Cervantes, Rabelais y Laurence Sterne. Sólo aquel que desee entender mejor la literatura contemporánea, aquel que le pierda el miedo al ‘Ulises’, será un buen navegante y podrá llegar a Ítaca.
En ‘El sonido y la furia’, Faulkner utilizó el monólogo interior empleado por Joyce para dejar que Benji, un joven retrasado mental, describiera desde su perspectiva la decadencia inevitable de los Compson, su familia. La saga faulkneriana de novelas situadas en el ficticio condado de Yoknapatawpha fue pronto traducida al español, en esas viejas encuadernaciones argentinas que hoy son un tesoro de coleccionistas, y fueron literalmente devoradas por los jóvenes que más tarde se convertirían en los grandes novelistas del Boom Latinoamericano. El poderoso influjo de James Joyce nos llegó, vía Faulkner, para provocar el estallido literario más sonoro en toda la literatura de idioma español del siglo 20.
El llamado ‘Boom Latinoamericano’ bien podría llamarse ‘Bloom Latinoamericano’, ya que siguiendo directa o indirectamente las huellas y técnicas del ‘Ulises’, un genial grupo de novelistas latinoamericanos ha dejado para la posteridad novelas perfectas y entrañables como ‘Cien años de soledad’ del colombiano Gabriel García Márquez; ‘La Casa Verde’, del peruano Mario Vargas Llosa; ‘Rayuela’, del argentino Julio Cortázar; ‘La muerte de Artemio Cruz’, del mexicano Carlos Fuentes; ‘Paradiso’ del cubano José Lezama Lima y ‘El obsceno pájaro de la noche’ del chileno José Donoso, por citar sólo algunas de las más importantes. En todas ellas está la huella de Joyce. Prácticamente, como dice Luis Loayza, no puede hablarse de novela moderna, a menos que se trate de una novela del siglo 19 maquillada, si ésta no ha sido escrita bajo la sombra de Joyce y su arsenal de técnicas literarias.
Nosotros, los lectores del siglo 21, estamos más cerca de Joyce que sus contemporáneos. No en vano han pasado más de 90 años desde la publicación del ‘Ulises’; en todo este tiempo, nosotros hemos venido leyendo y leyendo a autores que crecieron y escribieron bajo el influjo de Joyce, y gracias a ello no podemos sentirnos intimidados ante las audacias del ‘Ulises’. Cualquier persona que haya leído el cuento ‘Macario’, de Juan Rulfo, o navegado entre los cuentos que Oswaldo Reynoso agrupó bajo el título de ‘Los Inocentes’, sabe ya lo que es un monólogo interior. Las técnicas de Joyce han sido usadas a lo largo de nueve décadas, sus recursos los conocemos indirectamente, vía los autores latinoamericanos mencionados. ¿Por qué, entonces, no acercarse a la fuente matriz de toda esta gran literatura? ¿Por qué no acompañar a Stephen Dedalus, Leopold y Molly Bloom en el largo día de su liberación? ¿Por qué, en última instancia, no leemos el ‘Ulises’?
Yo me impuse la tarea de leerlo vez a la edad de veinte años, pero sólo pude terminarlo al alcanzar los treinta. Tuve seis intentos fallidos a lo largo de diez años, pero finalmente, llegué a Ítaca y besé a Penélope un 29 de mayo de 1998, luego de cuatro semanas de apasionada e intensa lectura. Desde entonces, he leído ‘Ulises’ cuatro veces, tres en las únicas traducciones que existen en español y otra, la más reciente, en el inglés original. Cada lectura ha sido un viaje distinto, una odisea diferente, pero cada una de ellas me ha convencido de la abundancia y generosidad de este libro desmesurado, repleto de humor y pródigo en recompensas. Si a un genio como Joyce le tomó 17 años escribirlo, ¿por qué no dedicarle cuatro semanas y leerlo? El problema es que se ha escrito tanto sobre Joyce, que de alguna manera los lectores promedio nos sentimos intimidados ante la magnitud desproporcionada del libro. Se suele pensar que es un libro solemne, cuando en realidad es una gran y delirante broma, muy al estilo de Cervantes, Rabelais y Laurence Sterne. Sólo aquel que desee entender mejor la literatura contemporánea, aquel que le pierda el miedo al ‘Ulises’, será un buen navegante y podrá llegar a Ítaca.
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