Gisela Ortiz, presenta Te cuento lo que he vivido (EPAF 2013), un libro de cuentos sobre la violencia política en nuestro país dirigido a adolescentes e ilustrado por Licy Ramirez.
Ellos saben que nacieron después de que murió mucha gente. Sus padres les hablan poco de lo que fue Sendero, del abuso de los militares, de las matanzas de los campesinos, de más de veinte años en los que muchos migraron huyendo de quienes los iban a...
matar y desaparecer. La televisión en unos cortos segundos llega a balbucear noticias sobre asesinos, exhumaciones, juicios, dolorosos aniversarios de desapariciones. Sí, hay pocos segundos antes del cambio de canal. En vez de saber más sobre lo que presienten y lo poco que pueden decirles sobre lo que pasamos, hallan a unos chicos producidos y con poca ropa, muy bien manipulados para convertirse en parte de ellos mismos, de lo que desean e ignoran.
La memoria parece no tener cabida para una generación que prefiere presentir el conflicto armado en vez de saber y tener certezas que apunten al conocimiento de sus propios derechos. La memoria debe ser ejercicio obligado y permanente.
- ¿Ya para qué le cuentas esas cosas a tu hermano? Ni siquiera entiende.
Te cuento lo que he vivido
"No sé, la primera historia es de un pata que pierde a su padre y la segunda de una señora que pierde a su hijo porque Sendero se lo llevo contra su voluntad. No me causa pena exactamente, supongo porque no sé, es el pasado. O sea no me gusta que haya ocurrido eso, pero ya paso ¿no?" Comenta, Diego, de 17 años.
Gisela Ortiz empieza el prólogo del libro que presenta “Te cuento lo que he vivido” comentando que su hermano despareció hace veintiún años. Este libro está dirigido a adolescentes por lo que el primer encuentro que tienen no solo es con la persona que lo ha escrito y se dirige a ellos, sino con lo que le pasó.
- ¿Cómo vivirías sabiendo que no solo ya no estoy con ustedes sino que me pasó lo peor, que probablemente fui golpeada, violada y enterrada en un lugar en el que ni tú, ni mamá, ni nadie va a encontrarme jamás?
Le pregunto a Diego, mi hermano después de leer juntos el libro de Gisela Ortiz. El retrocede la cara, hace un ruido con la garganta, mueve el labio y va a decir algo, pero baja la vista y después de unos segundos dice… “no se… desesperado supongo”. Ya no es tan lejano. Lo vi sentir miedo ante la sola posibilidad de que eso pueda pasar. Entonces recorremos el libro, despacio, de nuevo y juntos, detenidos en cada cosa, en cada detalle. Los dos cuentos narran crímenes de sendero luminoso.
La autora
“Trabajamos con talleres de memoria histórica para que las comunidades sepan lo que pasó. Uno que otro joven sabe y quiere preguntar siempre. Pero es contradictorio a veces, porque sus propios abuelos en muchos casos les han ocultado los actos violentos y masivos que sufrieron. Un chico pregunto una vez, ¿por qué Abimael vino a Ayacucho de Arequipa a hacer la guerra? Entonces vimos cómo involucrarlos. Sembramos los boques de la memoria y los colegios participaron. El libro es una manera de acercarnos. El primer cuento está basado en un testimonio real y el otro lo recreamos a partir de varios testimonios. No quisimos detenernos en los hechos brutales sino en la esperanza después de estos.
Los chicos se preguntan cómo puede haber ocurrido eso, cómo pudo sentirse la familia, pero el texto no se detiene en esos detalles dolorosos de la muerte. Licy Ramirez ilustra en blanco y negro y a color alternando las imágenes y hechos dolorosos y de esperanza para crear un contraste. Increíblemente los chicos sienten la tranquilidad de los personajes después de las exhumaciones. Contar estas historias siempre será difícil, sin embargo, tenemos una obligación como peruanos de reconocernos en ese dolor, de indignarnos” comenta Gisela Ortiz.
Así encontré a mi padre
Lo que queda del cuerpo de un hombre asesinado por Sendero es recuperado veinticinco años después por su hijo que camina con los huesos del padre al hombro envueltos en un plástico azul para protegerlo a él de la lluvia en Así encontré a mi padre, primer cuento del libro. ¿Protegerlo de la lluvia? Pregunta Diego ante lo más obvio. No solo está muerto sino que es llevado dentro de un plástico. ¿Qué puede importar la lluvia o cómo se protegen los huesos de un muerto?
- Es que es un acto propio, una ceremonia ritual en la que el hijo recupera cosas de su padre mientras vuelven a caminar “juntos”, ¿entiendes?
- No
- Mientras caminan él está recordando a su padre, su cara, su abrazo, todo lo que ya no tiene de él. Recuerda que lo mataron. Está volviendo a gritar como cuando le dijeron que su padre había muerto, pero con él… es como un abrazo imposible que recupera un cuerpo que buscó y buscó y buscó y que recién encuentra. El dolor no va a desaparecer pero se va a transformar y eso es importante. Cosas así nunca dejan de pasar, pero hay que aprender a vivir con tanta rabia y tanta pena, cambiarla por paz, por ganas de seguir, por la justicia también.
Diego me mira y noto que sus ojos son más grandes. Dentro de él ahora se guarda la imagen de un hijo cargando un plástico que contiene una infancia regada por la lluvia y convertida quizá en un rezo al hombro, en memoria, en el encuentro de dos personas a pesar de que una esté muerta y la otra no.
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