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Las cosas que uno medita mucho o quiere que sean 'perfectas', generalmente nunca se empiezan a hacer...
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"Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no cuenta es lo humano". (Ernesto Sábato, Antes del fin)
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lunes, 11 de abril de 2016

Votar por la derecha es un suicidio

César Hildebrandt
Están asustados. Ahora quieren el triunfo en primera vuelta. No vaya a ser que la roja, la chola igualada, la comunista le gane a su representante en el ballottage.
Si la derecha peruana fuera letrada y simpática, qué país sofisticado tendríamos. Pero es un hecho que tenemos la derecha más hirsuta de Sudamérica, la menos dispuesta a hacer concesiones, la menos hábil para releer el... mundo que se ha creado en estas últimas décadas. Cuando la Unión Soviética y el imperio del Pacto de Varsovia implosionaron, la derecha peruana, que había leído las solapas de los libros de Fukuyama y había hecho su “culturita” en las charlas de Enrique Chirinos Soto, creyó que el mundo se detenía, que el debate había terminado y que un solo libreto se impondría en el gran teatro del mundo. Pero después han sucedido cosas importantes.
Una de ellas, la de mayor relevancia, es el reconocimiento científico y mundial de que el planeta se está muriendo y que la era antropocénica en la que entramos nos pone ante el desafío de la sobrevivencia. No hay posibilidad alguna, desde un punto de vista racional, de continuar con este modelo devastador de desarrollo mundial depredador y bestial. No hay posibilidad alguna, desde la ética social, de seguir alentando el consumismo que nos hace cada día más ansiosos por las naderías. No hay posibilidad alguna, desde la prospectiva estadística, de continuar con esta dependencia de los hidrocarburos. No hay posibilidad alguna de seguir teniendo como paradigma sacro el modelo que nos obliga a crecer tanto por ciento al año a costa de contaminarlo todo con el miasma del llamado progreso.
No hay, en suma, modo alguno de seguir creyendo que el capitalismo salvaje nos sacará del abismo al que nos ha arrastrado. No habrá solución planetaria sin consensos próximos al socialismo, entendido este, precisamente, como la primacía de lo comunitario. El mundo, tarde o temprano, se dirigirá a nuevos rumbos. Hay ya pequeñas ciudades en Europa que tienen su propia moneda comunitaria y que están logrando contratos sociales novedosos basados en la conservación del ambiente y en la reivindicación de aquella utopía olvidada por las hienas: la paz social, la concurrencia libre de intereses, la búsqueda de la felicidad.
Hay economistas, cada día más importantes, que pregonan el “no crecimiento” como una solución futurista que tendría que haber empezado ya. Y hay en todo el mundo una ola de desasosiego y rabia causada por la creciente desigualdad que el liberalismo sin conciencia no ha hecho sino acrecentar. El mundo, en suma, no puede seguir estando en manos de banqueros ladrones, corporaciones sin ley, jefes de gobierno al servicio del crimen y de las guerras. En medio de todo este debate que atañe a lo que pasará con nuestros nietos, la derecha peruana aparece como un personaje de Bryce, una señora huachafa y aterrorizada porque alguien habla de cambiar la Constitución que se armó tras el golpe de Estado. Sí, esa Constitución que dice que lo privado es absoluto y que el Estado minimalista debe abandonar sus obligaciones nacionales de arbitraje y tuición social.
El imperio del hampa empresarial se construyó también bajo su sombra. La derecha peruana lee “Perú21” y cree que allí están todas las respuestas. Lee “El Comercio” y cree que Roberto Abusada es un experto desinteresado. Lee a Carlitos Adrianzén y suspira de alivio. Lee a Arturo Salazar Larraín y ya no necesita visitar museos. Está loca la derecha peruana. Ignora lo que se cocina en el sur, no tiene la menor idea de la indignación que producen sus medios concentrados, su terquedad ignara, su desprecio, el egoísmo de clan de sus propósitos, su fujimorismo manchado de sanguaza, la espesa niebla con la que pretende cancelar todo debate y llamar “populista” o “rojo” a todo aquel que no toque ese mismo vinilo que no cesa de sonar. Fue la derecha peruana la que produjo a Sendero Luminoso.
Y si Velasco Alvarado no hubiese hecho la reforma agraria, Sendero Luminoso habría tenido el apoyo de grandes masas resentidas por el gamonalismo serrano. Fueron esos campesinos favorecidos por Velasco los que, a la postre, decidieron la derrota de Guzmán y sus huestes asesinas. Es tan ciega y tan torpe la derecha peruana que ni siquiera pudo darse cuenta de eso. Votar por la derecha es votar por lo que nos ha postrado y desintegrado como nación. Votar por la derecha es votar por el Perú de las derrotas, del aire viciado, del conformismo que oxida. La derecha es el pasado que se niega a morir. Es la vieja actriz que luchará con todos sus trucos y todos sus escotes para no salir de escena. Y si la izquierda ha aprendido la lección y ya no postula que Cuba es el paraíso, si ya no dice que la Venezuela de hoy es un ejemplo, si ya no cree que la responsabilidad fiscal es una tontería ni sostiene que la inversión privada es prescindible, entonces es que el tablero está definido.
Publicada en la revista HILDEBRANDT EN SUS TRECE del 8-04-2016
http://www.hildebrandtensustrece.com/


Publicado en: http://www.leerydifundir.com/2016/04/2186/

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