Existe entre nuestra clase política y funcionaria estatal, desde hace varias décadas, una interpretación de la realidad y objetivos de la educación chilena que nace como elemento de comparación con los países desarrollados. Lo complejo de las comparaciones lleva a asumir ciertas metodologías indagatorias que le otorgan una extremada sobrevaloración al supuesto aislamiento y posterior medición "objetiva" de variables de los sistemas. No es casual, entonces, que todos los modelos de desarrollo signifiquen una comparación de esas variables con lo que dictan los países "desarrollados." Ejemplo de ello es la, por decirlo elegantemente, agradecida consideración por nuestro país en las últimas cifras planteadas por el informe de la OECDen su análisis del panorama educativo, y que ha sido resaltada por un influyente investigador chileno. Con datos como esos es que se nos llama a ver con optimismo las cifras macroeconómicas que mostrarían a Chile como un país en vías de desarrollo hacia la mentada "sociedad del conocimiento," muy por "encima de los países de la región."
Sin ahondar en las generalmente útiles descripciones y contribuciones que tiene la línea de investigación de sistemas educacionales comparados, creo que es necesario considerar más variables en el mapa de la educación chilena antes de mirar con tanto optimismo las cifras, que por muy objetivizables que sean, siguen siendo construcciones de la tecnocracia para construir una realidad simple a partir de elementos más complejos...
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