Tenía 37 cuando murió hace 37 años. No hemos dejado de extrañarla, pero poco hemos hecho por desentrañar los misterios de su vida y de su desgarrador estilo. Este documental intenta llenar algunos vacíos
Por Fernando Vivas
Fue lo más cerca que tuvimos a Billie Holliday y a la vez a Celia Cruz, fue nuestra Edith Piaf cantando entre hospitales y conciertos, enferma de todo menos de las cuerdas vocales, fue la gran voz negra que debe tener todo pueblo mestizo que se reclame una república dramática, multicultural… y mística, porque Lucha, aunque sus restos reposan en una descuidada tumba de El Ángel con el apellido mal escrito (‘Sarsines’ en vez de Sarcines), tiene un lugar privilegiado en el panteón virtual de nuestros mitos, con efemérides en pleno Día de la Canción Criolla y un momento de contrición en el Día de Todos los Santos y en el de todos los muertos del Perú, con su estampita en el pagano santoral popular y serigrafía en la colección de superhéroes de Cherman.
Ahora que me aproximo a su culto, me he quedado prendado de una foto que me dio un gran devoto de Lucha, Javier Ponce Gambirazio, en la que nuestra diva, alrededor de 1969, reposa, entre giras y peñas, en un lecho del tristemente célebre hospital Bravo Chico, donde iban a parar los pacientes con TBC. En la cabecera, un retrato de Sarita Colonia en una de sus aurorales apariciones –sino la primera– junto a un ídolo de masas. Es demasiado: Lucha, Sarita la santa de los marginales y, hoy mismo, la resaca de un dolor que marcó al Perú hace 37 años, cuando ella tenía 37, había grabado “Mi última canción” de Pedro Pacheco para despedirse en su ley; y, en efecto, lo hizo un poco antes de lo previsto, cuando iba al Centro de Lima a cantarle al Señor de los Milagros y expiró en su auto, ciega a causa del glaucoma producido por la diabetes e infartada, en brazos de su amado Ausberto Mendoza; la cábala se convirtió en plegaria y esta en vals.
CARTA AL CIELO
¿Por qué hablo de Lucha en pasado si ahora mismo la veo y la gozo en una desgarrada interpretación de “Una carta al cielo”? Porque, como dice Edgar Morin, el culto a las estrellas es una religión de nuestro tiempo y cuando una estrella muere muy temprano, sucede algo fantástico, trasciende con una fuerza inusitada, llega súbitamente al cielo y es canonizada sin mayor trámite, de modo que cuando invocamos su muerte, en realidad confirmamos su inmortalidad.
La performance de “Una carta al cielo”, un viejo archivo del Canal 4 de 1970 limpio de lluvia y de scratch, también se la debo a Javier Ponce. Con ella ha titulado su película, que reúne testimonios de mucha gente que conoció a Lucha en las buenas y en las malas, que los inspiró con su voz, como al acordeonista César Silva, quien cuenta como así improvisó para ella los acordes que preceden su interpretación del “Regresa” de Augusto Polo Campos y quedaron para siempre como una suerte de campanada que apenas la oímos nos enciende en modo criollo. Augusto, también citado, confirma la invención de Silva. Y Edith Barr admite que dejó de cantar ese vals porque nadie podría hacerlo mejor que Lucha.
¿Tiene herencia Lucha?, le pregunto a Javier. “Podría ser Manuel Donayre”, me dice, me hace oír un archivo de él y convenimos en que algo se debe hacer para rescatarlo de su exilio neoyorquino. ¿Y el ‘Zambo’ Cavero? “Tiene vasos comunicantes con Lucha. A ambos, en sus primeros tiempos, se les impedía entrar al club Felipe Pinglo, pues eran víctimas del racismo”. ¿De dónde salió Lucha? “Era única, de esas personas que llevan dentro una energía tal que tiene que sacarla creando su estilo, como la Callas o como La Lupe”.
No me canso de gozarla en “Una carta la cielo” y su emoción es tan diáfana que el lamento del niño que roba un ovillo de hilo para “hacer llegar su blanca cometa hacia el azul del cielo, allá donde se ha ido mi adorada mamá” ya no me parece cursi. Lucha trasciende la huachafería.
EL ÚLTIMO MITO
La Lucha llorada, oída con devoción y reivindicada, es la otra cara del disco de la Lucha discriminada. La miniserie “Regresa” de Michel Gómez y Eduardo Adrianzén avivó la leyenda negra que cuenta que fue explotada por la Peña Ferrando. Javier tiene las claves, gracias a la memoria de Juan Carlos Ferrando, para desentrañar ese mito ingrato: unos audios de la difunta peña donde Augusto le dedica a Lucha bromas racistas que remecerían a mis amigos de la ONG Lundú, pero a la vez le expresa una admiración y un cariño que era muy próximo a lo que medio Perú sentía ante esa voz portentosa, ante esa armonía surgida de los prejuicios y del dolor, de la chamba y de la jarana, de todo lo que regresa cuando la oyes por un instante.
Fuente: http://elcomercio.pe/espectaculos/662651/noticia-morena-oro-lucha-reyes-sucarta-al-cielo
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