Francisco Durand |
La reciente y quizás necesaria en algunos aspectos pero controvertida
medida de aumento de sueldos de la élite estatal dada por el ministro
Luis Castilla ha provocado una crisis política, pero al mismo tiempo ha
generado una saludable discusión. Sintomáticamente, la medida fue
defendida vigorosamente por el grupo El Comercio, la Confiep y....
la derecha como justa y necesaria y condenada como un injusto y arbitrario “aumentazo” por la CGTP y la izquierda. Estas posturas reflejan una típica división: unos (representando el sector de altos ingresos) defienden la necesidad de pagar bien y otros (de bajos ingresos) los condenan. Luego de la crisis de los dos últimos gabinetes (Villanueva renunció debido a discrepancias con Castilla, Cornejo fue ratificado a condición de que considere el aumento), aunque por diversas razones, entre las cuales están los cálculos políticos más que la justicia remunerativa, ha ido abriéndose paso la propuesta de un aumento del salario mínimo, lo que constituye una derrota de la postura neoliberal extrema del ministro Castilla.
la derecha como justa y necesaria y condenada como un injusto y arbitrario “aumentazo” por la CGTP y la izquierda. Estas posturas reflejan una típica división: unos (representando el sector de altos ingresos) defienden la necesidad de pagar bien y otros (de bajos ingresos) los condenan. Luego de la crisis de los dos últimos gabinetes (Villanueva renunció debido a discrepancias con Castilla, Cornejo fue ratificado a condición de que considere el aumento), aunque por diversas razones, entre las cuales están los cálculos políticos más que la justicia remunerativa, ha ido abriéndose paso la propuesta de un aumento del salario mínimo, lo que constituye una derrota de la postura neoliberal extrema del ministro Castilla.
Pero hay en esta discusión asuntos más de fondo que opiniones opuestas
enlazados con los problemas del país que debemos discutir. La medida de
Castilla guarda relación con al menos dos grandes problemas nacionales,
siendo uno evidente y otro no. Primero, el modo y grado de influencia de
los intereses privados en el Estado y la sociedad. Segundo, el grado de
organicidad y capacidad institucional del Estado y su desigual
desarrollo. Existen otros factores menores y coyunturales que trataremos
al final.
El primer problema, que no se reconoce como tal excepto en pequeños
círculos, es el fácil acceso, la presencia en el Estado y la enorme
influencia política de los grandes poderes económicos del mundo actual,
en particular de las corporaciones privadas, cuyas actividades son
globales, y que efectúan inversiones necesarias o indispensables para el
crecimiento. Estas corporaciones operan privilegiadamente desde la
implantación de las reformas del Consenso de Washington, que redujeron
el Estado y que, al desarrollar lo privado y congelar o reducir lo
estatal, generaron una asimetría de poder. Este es un dato de la
realidad que no podemos ignorar, y es tema central de discusión a escala
planetaria en el pensamiento crítico.1
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Por regla general, el Estado “se achica” frente a las corporaciones,
cede, es penetrado o influido fuertemente por ellas directa o
indirectamente. A ello se añade el sostenido y masivo apoyo de los
medios de comunicación de masas a las corporaciones, cuyos dueños forman
parte de la clase propietaria, quienes, a su vez, dependen de la
publicidad corporativa para sostenerse en el mercado. Anotemos que este
problema de poder corporativo tiende a acentuarse con el paso del
tiempo, de allí que autores como Susan Strange (1988) y otros
sostuvieran que “está por encima del Estado” a nivel global. En el Perú,
gracias a una política económica permisiva (facilitadora de las grandes
inversiones), las corporaciones concentran cada vez más poder de
mercado, teniendo por tanto (a no ser que ocurran grandes cambios
políticos) también un acceso garantizado y una creciente y desmedida
influencia en el Estado y también en la opinión pública por medio de la
concentración de poder en medios de comunicación, como lo revela en el
Perú el caso del grupo El Comercio. El Perú es un caso extremo de
neoliberalismo permisivo, y su resultado es una hiperconcentración del
poder económico, además de la extranjerización.2
Existe entonces una situación de presión organizada y multiforme de los
grandes poderes económicos frente a un Estado limitado en sus funciones
constitucionales y ocupado por fuerzas que no quieren corregir o
revertir esta asimetría. Cabe recordar las discusiones de la década de
1960, conceptualizada por Jorge Bravo Bresani (1966; 1971) como “gran
empresa-pequeña nación”. Este intelectual no hablaba de oligarquía sino
de corporaciones, principalmente extranjeras. Hemos vuelto, luego de un
paréntesis populista, a reproducir este problema y, muy probablemente, a
agravarlo. Hoy como ayer, hay quienes ven el problema de la oligarquía y
otros que no lo consideran problema.
En América Latina este Estado disminuido puede ser redireccionado y
agrandado si ocurren remezones políticos, proceso que se asocia hoy con
el “populismo” o “chavismo”: gobiernos radicales que cambian las reglas
del juego, limitando la renta y los roles de las corporaciones, cerrando
sus espacios. Humala ha sido lo más cercano que hemos tenido en el Perú
a esta tendencia, pero la abandonó al ganar las elecciones y acercarse a
las fuerzas vivas. Humala pudo ser un Chávez venezolano o un Lula
brasileño, y terminó siendo un Lucio Gutiérrez ecuatoriano, pero que se
mantiene en el poder. Por lo tanto, en el caso peruano, a diferencia de
buena parte del subcontinente sudamericano, no ha ocurrido ni se ha
intentando ningún “cambio de rumbo” del norte fijado por el Consenso de
Washington. Solo se ha democratizado a medias, pero Lima sigue mandando,
y en Lima el Gobierno, y en el Gobierno el MEF. No sorprende entonces
que la economía esté “en piloto automático”, es decir, inalterada por la
influencia de los poderes económicos y las ideas promercado de los
ocupantes del Estado, entre los cuales hoy destaca Castilla.
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Políticamente, el país se encuentra en una situación conceptualizada
por el pensamiento político crítico como “captura del Estado”, una
realidad negada por los politólogos liberales por tener una excesiva
confianza en la democracia y fijarse más en sus reglas o la calidad de
los políticos que en quiénes y cómo realmente manejan los hilos del
poder. En este escenario de captura (que no es total y que puede ser
sistémico como particular), las corporaciones logran penetrar el Estado
vía el financiamiento de campañas y los lobbies, al punto de
llegar a nombrar de modo regular a los ocupantes de puestos ligados a
sus intereses (Economía y Finanzas, el Banco Central, los ministerios
económicos) o tener siempre el oído del ministro o presidente para
escucharlos y no variar las reglas del juego económico. Un razonamiento
comparativo refuerza el argumento: no existe ningún otro grupo social
que exhiba esta capacidad de influencia. Curiosamente, buena parte de la
población considera que esta “captura” es una justa caracterización de
la situación existente, al creer mayoritariamente en una perversión
sistémica donde “los que pierden las elecciones ganan el gobierno”. Ello
a pesar de que el problema es negado en los principales medios de
comunicación de masas y omitido en las discusiones parlamentarias.
El segundo problema es la heterogénea calidad burocrática del Estado
actual, con desiguales niveles de eficiencia (entre ministerios, en el
interior de los mismos, con o sin ayuda externa), distintos niveles
remunerativos y variados regímenes jurídicos.3 En suma, un
Frankenstein burocrático. Es este segundo problema el que el ministro
Castilla, desde que llegó al Gobierno apoyado por las corporaciones y
los poderes facticos económicos (simbolizando esa situación que hemos
caracterizado rápidamente como de captura del Estado), intenta corregir,
siendo su última medida el aumento de sueldos a la alta burocracia, que
se combinó, desacertadamente, con su negativa a aumentar el salario
mínimo. Cabe mencionar rápidamente que la población demanda un Estado
más eficiente y menos corrupto, también exige mejores remuneraciones,
pero no se plantea como objetivo una reforma del Estado, que es algo
que, a diferencia de la captura del Estado, no entiende, y sospecha que
detrás de las normas solo hay intereses personales. En este campo la
sociedad civil y la opinión pública no ayudan.
En realidad, es gracias al poder decisorio de Castilla —que aumenta con
su terca permanencia en el gabinete, que además basa su poder en el
grado de influencia que tiene sobre la “pareja presidencial” y en el
hecho de que comanda un superministerio que maneja el presupuesto casi a
voluntad además de predominar sobre el Congreso— que se entiende esta
reforma del servicio civil. El superministro decidió darla, escogió el
momento oportuno (luego del fallo de La Haya que aumentó la aprobación
del Gobierno), habló con el presidente, que se eximió del aumento, y
luego la anunció, convenciendo luego a un Congreso débil, corrupto y
propenso a defender sus privilegios para aprobarla, contando además con
el apoyo masivo de los grupos de poder mediáticos, que recrearon una
suerte de falso consenso al predominar las noticias y comentarios que
apoyaban al ministro. Pero no pudieron realmente sacar el tema en tanto
una encuesta reveló que más del 80% apoyaba un aumento del salario
mínimo. En este campo la sociedad civil entendió mejor el problema.
El MEF, entonces, ha decidido dar un paso más en este último intento de
reforma del servicio civil porque tiene el poder, en sentido lato, para
hacerlo. Como reza un dicho colombiano: el poder es para poder, y
Castilla, ciertamente, puede. Al mismo tiempo, el servicio civil
meritocrático no es una medida que responda a demandas de la sociedad
civil o que haya sido discutida en el Congreso. Es una decisión
discrecional, realizada desde un Ejecutivo comandado por el MEF y
articulado a una red de intereses para “atraer” a los mejores al Estado
siguiendo una lógica de mercado. Los dos problemas, entonces, están
entrelazados.
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Este argumento nos lleva a precisar que la ideología económica reinante
inspira la medida en tanto la familia neoliberal, si así podemos
llamarla, defiende los salarios bajos al sostener que en una economía
abierta y mínimamente regulada ese nivel de salarios “nos hace
competitivos”. La minería es la actividad estrella, y, según el ministro
Castilla y sus defensores, uno de los factores atractivos para asegurar
un mayor nivel de ganancia son los bajos salarios. En sus giras
internacionales, el ministro remarca siempre este argumento. Además, en
medio del debate sobre el aumento de los sueldos a la alta burocracia,
el propio Castilla sostuvo que tal medida es “inflacionaria”, lo que dio
lugar a un titular favorable del diario Gestión, que es parte
del grupo El Comercio. Por lo tanto, Castilla y el MEF, con el apoyo
decidido de los poderes fácticos económicos, tiene como orientación
política no subir el salario mínimo, pero sí los sueldos de la alta
burocracia. La medida, por tanto, refuerza la tendencia a la desigualdad
remunerativa existente.
A lo que vamos es que son hechos que delinean una visión plutocrática,
que prima en condiciones de un Estado capturado, al considerarse
positivamente que el alto personal del Estado, que suele provenir o
estar ligado, a veces representándolos directamente al infiltrar el
Estado, a los grandes poderes económicos (principales estudios de
abogados, las mejores consultoras, las corporaciones, los organismos
internacionales), “debe estar bien pagado”. Esta ideología choca con la
republicana, que más bien ve la presencia de políticos y expertos en el
Estado como un desinteresado servicio al país. En realidad, Castilla
intentó apoyar esta medida apenas llegó al ministerio, pero en el
gabinete varios ministros, incluyendo uno que venía del mundo
empresarial, le dijeron que venían a servir, no a ser bien pagados.
Castilla encarpetó la medida hasta que acumuló fuerzas y encontró el
momento político más oportuno para hacer el anuncio.4
Estas constataciones nos llevan a pensar que la medida del alza no ha
sido diseñada integralmente ni planificada adecuadamente como para dotar
a todo el Estado de buenas capacidades y adecuadas remuneraciones a
base del mérito. El aumento buscaría ante todo desarrollar una
burocracia o personal transitorio de alto nivel funcional a condición de
capturar el Estado prevaleciente. Este personal transitorio
generalmente (no siempre) rota entre el mercado y el Estado; se trata de
unas élites tecnocráticas que en teoría garantizan la eficiencia, y que
solo pueden ser reclutadas con altos sueldos dadas sus motivaciones
personales individualistas y niveles altos de consumo, y debe ser
atraído a un Estado facilitador de la inversión privada. En otros casos
no son tecnócratas promercado que defienden el sistema, sino lobistas o
empresarios que defienden intereses particulares.
Termino con una nota menos crítica. Quizás lo rescatable es el intento
del ministro Castilla y su equipo de avanzar, aunque sea parcialmente o
sesgadamente, una reforma burocrática. Desde que se entronizó la
política económica neoliberal en 1990 existieron intentos tibios e
incompletos de reforma burocrática con Fujimori (centradas
fundamentalmente en el aparato económico del Estado: Sunat, Indecopi,
organismos reguladores). A partir de 2000, ningún gobierno
democrático-liberal intentó desarrollar un sistema meritocrático.5
García más bien lo empeoró al congelar sueldos, provocar una fuga de
burócratas e impedir nuevos reclutamientos. Corregir este yerro es parte
de lo que el ministro Castilla hoy busca, pero hay problemas más de
fondo, de país, que vienen de más atrás, que hemos querido resaltar en
este breve artículo y que el ministro, por venir de donde viene y pensar
lo que piensa, por ser discrecional y decretista, no puede resolver.
* Sociólogo, Profesor de Ciencia Política en la PUCP.
1 Sobre la discusión de la captura del Estado, ver Durand (2012).
2 Ver al respecto Gonzales de Olarte (1998) y Durand (2011).
3 Este tema ha sido
discutido por numerosos autores. Un texto importante es el de Wise
(2003), ver también Pease y Villafranca (2009).
4 Conversación con el expremier Salomón Lerner, Lima, febrero de 2014.
5 Sobre el tema de la meritocracia, ver Aldo F. Berti y Thomas Cryan, 3 principios para modernizar el Perú, Lima: Fondo Editorial de la Universidad Mayor de San Marcos, 2006.
Referencias Bibliográficas
Bravo Bresani, Jorge (1971) “Mito y realidad de de la oligarquía peruana”, en Francois Bourricaud et ál., La oligarquía en el Perú, 2da ed., Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
_________________ (1966) Gran empresa, pequeña nación. Lima: Moncloa Editores, 1966
Durand, Francisco (2012) “El debate sobre la captura del Estado peruano”, en La gran continuidad. Lima: Desco, pp. 21-33, 2012.
_______________ (2011) La mano invisible en el Estado. Lima: Fondo Editorial del Pedagógico San Marcos.
Efraín Gonzales de Olarte (1998), El neoliberalismo a la peruana, Lima: IEP.
Pease, Henry y Villafranca, Luis (eds.) (2009), Aula Magna 2008-Reforma del Estado: el papel de las políticas públicas. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Strange, Susan (1988) States and Markets, 2da ed., Londres: Pinter, 1988.
Wise, Carol (2003), Reinventing the State: Economic Strategy and Structural Change in Peru, Ann Arbor: University of Michigan.
Este artículo debe citarse de la siguiente manera:
Durand, Francisco . “¿Hacia un servicio civil?”. En Revista Argumentos, año 8, n° 1. Marzo 2014
. Disponible en http://revistargumentos.org.pe/hacia_un_servicio_civil.html ISSN 2076-7722
Fuente: http://www.revistargumentos.org.pe/hacia_un_servicio_civil.html
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