Rolando Rojas |
Probablemente no exista conflicto bélico con secuelas políticas tan
prolongadas como la Guerra del Pacífico. La victoria chilena fue más o
menos rápida: el combate naval se inició en mayo de 1879, para enero de
1881 las tropas sureñas ya ingresaban a Lima y en marzo de 1883 se...
acordaba el Tratado de Ancón. Sin embargo, también es probable que no exista victoria peor consumada que la chilena sobre Perú y Bolivia. El Tratado de Ancón (1883) y el Tratado de 1904 entre Bolivia y Chile dejaron cuestiones pendientes que llevaron a los tres países a conflictos diplomáticos y a dilatadas controversias territoriales que exacerbaron los recelos nacionalistas de sus ciudadanos y sus clases políticas. Estos tratados no solo trabaron la restauración de las relaciones entre los tres países, sino que alargaron la guerra en el frente diplomático hasta la actualidad.
acordaba el Tratado de Ancón. Sin embargo, también es probable que no exista victoria peor consumada que la chilena sobre Perú y Bolivia. El Tratado de Ancón (1883) y el Tratado de 1904 entre Bolivia y Chile dejaron cuestiones pendientes que llevaron a los tres países a conflictos diplomáticos y a dilatadas controversias territoriales que exacerbaron los recelos nacionalistas de sus ciudadanos y sus clases políticas. Estos tratados no solo trabaron la restauración de las relaciones entre los tres países, sino que alargaron la guerra en el frente diplomático hasta la actualidad.
Este artículo sugiere, con las ventajas que otorga el tiempo, que los
mencionados tratados carecieron de realismo y visión de largo plazo y
que Chile, desde lo que puede llamarse “lógica del vencedor”, asumió una
posición maximalista e impuso condiciones y exigencias territoriales
que no permiten cerrar el capítulo de la guerra, voltear la página y
restablecer los vínculos de amistad y cooperación que caracterizaron las
relaciones de estos tres países. En consecuencia, y como creo que es
evidente con los litigios ante La Haya, el restablecimiento de las
relaciones no puede restringirse a seguir estrictamente los términos de
los tratados. Las cuestiones pendientes entre Perú, Bolivia y Chile
requieren ser abordadas desde un horizonte político que priorice la
integración económica y cultural de estos países. Esto pasa
necesariamente por ir más allá de los tratados, que, en cierto modo, son
parte del origen de los problemas. Vamos a tratar de desarrollar estas
ideas.
El tratado que nos dividió
El Tratado de Ancón parecía estar diseñado para demoler las relaciones
entre Perú y Chile. En su gestación sobresale el maximalismo chileno,
que empujó al Perú a cesiones territoriales más allá del realismo de la
situación. Las élites peruanas estaban dispuestas a perder Tarapacá,
pero no Tacna y Arica. Concretar este acuerdo tardó casi tres años de
tensas ne-gociaciones, pues si bien la derrota peruana en la costa era
innegable, existían focos de re-sistencia cacerista en la sierra y
Lizardo Montero conducía un ejército en Arequipa que no llegó a entrar
en combate. La resistencia cacerista era un factor importante al momento
de las negociaciones, pues el Perú aparecía como una nación que no
estaba completamente sometida. Es cierto que al inicio la clase política
se mostró renuente a una paz con cesión territorial, y el presidente
Francisco García Calderón pagó con su cautiverio por esa razón, pero
para 1882 el propio García Calderón asumió que la paz requería del
sacrificio de Ta-rapacá, un territorio desértico pero con ricas reservas
de salitre que formaba una suerte de continuidad natural con Atacama. A
diferencia de Tarapacá, Tacna y Arica eran dos pro-vincias con mayor
población y élites bastante integradas a la economía y política
nacionales.
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Fue la cuestión de Tacna y Arica lo que demoró la firma de la paz, y en
la variedad de las propuestas chilenas (compra, traspaso,
administración temporal) pueden verse señales de que la posición de
Chile no era completamente sólida, de que el terreno no estaba allanado.
Solo Miguel Iglesias aceptó ceder temporalmente Tacna y Arica, y, con
el apoyo chileno, logró imponer su gobierno. Dice Basadre que animaba a
Iglesias el anhelo de ver al Perú libre de la ocupación chilena y echar a
andar la reconstrucción nacional. Como se sabe, por este Tratado se
cedió la administración de Tacna y Arica por diez años, luego de los
cuales un plebiscito debía definir si ellas se incorporaban
permanentemente a Chile o retornaban al Perú. Sin embargo, transcurrido
el tiempo acordado, Chile desarrolló una política de dila-ciones que
acrecentó las divergencias con el Perú. Este demandó reiteradamente el
cumplimiento del plebiscito, y en 1898 se firmó el Protocolo La
Torre-Billinghurst, que establecía el procedimiento para su realización.
El Congreso peruano aprobó el protocolo de inmediato, y en la
población, particularmente la de Tacna y Arica, se levantó una gran
ex-pectativa. Lamentablemente, el protocolo fue bloqueado en la cámara
de diputados chilena y su archivamiento fue recibido en el Perú con una
profunda frustración. Se dijo entonces que el protocolo fue una forma de
neutralizar al Perú de una posible alianza con Argentina, pero que
desvanecida la posibilidad de una guerra chileno-argentina simplemente
se lo descartó.1 Las relaciones entre Perú y Chile empeoraron
cuando poco después se inició una política de “chilenización” de las
“provincias cautivas”, procediéndose a cerrar las escuelas peruanas,
prohibir la celebración de la independencia y hostilizar a las familias
peruanas que se manifestaban a favor de retornar al Perú. En protesta,
el presidente Eduardo López de la Romaña rompió relaciones con Chile en
1901; sería la primera de varias rupturas diplomáticas.
Luego de varios acercamientos frustrados para resolver el plebiscito,
Chile planteó al Perú someterse al arbitraje del presidente de los EE.
UU. En julio de 1922, ambos países suscri-bieron un protocolo de
arbitraje, y en 1925 el presidente Calvin Coolidge emitió su fallo y
dictaminó la formación de una Comisión Plebiscitaria (presidida por el
general norteameri-cano John Pershing) y el retorno al Perú de la
provincia de Tarata, que fue ocupada por Chile, considerándola parte de
Tacna. Parecían señales auspiciosas. Sin embargo, ante la expectativa
del plebiscito, el Gobierno y grupos nacionalistas chilenos llevaron a
cabo una campaña agresiva contra los peruanos de Tacna y Arica,
expulsando a varios centenares, cerrando periódicos peruanos e
intimidando a las familias que realizaban campaña a favor de Perú.
Pershing señaló que en estas condiciones el plebiscito era inviable, y
renunció a la Comisión en 1926. En el mismo sentido, el general William
Lassitier, sucesor de Pershing, sostuvo que el plebiscito era imposible
debido a la coerción de Chile sobre los peruanos de las provincias en
controversia.2 El plebiscito fue descartado, y se tuvo que
recurrir a una salida por fuera del Tratado de Ancón. Con la mediación
del secretario de Estado Frank Kellog, Perú y Chile acordaron en 1928
que Tacna retornara a Perú y Arica se quedara en Chile. Esto fue
ratificado en el Tratado de Lima del año siguiente. Treinta y cinco años
ha-bía demorado resolver la cuestión de las “provincias cautivas”, y
había sido necesario salirse de los términos del Tratado de Ancón.
El Tratado de Lima debió cerrar el ciclo de discordia en las relaciones
entre Perú y Chile. Desafortunadamente, el largo periodo de disputa por
Tacna y Arica dejó como saldo una narrativa nacionalista radical en la
clase política, en las fuerzas armadas y en la sociedad de ambos países.
En el caso de Chile, esta narrativa asumió como parte de la identidad
chilena la idea de pueblo vencedor y que los territorios conquistados se
hicieron a costa de la vida varios miles de combatientes heroicos, por
lo cual ceder a las demandas de Perú y Bolivia equivalía a traicionar a
sus muertos. En el caso de Perú, esta narrativa exaltó la idea de pueblo
agraviado, de nación burlada por el incumplimiento del plebiscito, de
profunda des-confianza ante el vecino y de largo revanchismo. No existe
metro cuadrado de desierto con mayor carga simbólica que la que divide
los límites entre Perú y Chile. Estas narrativas nacionalistas explican
en gran medida la hipersensibilidad en las relaciones diplomáticas y la
carrera armamentista que se desencadenó en la década de 1970, que, en el
caso de Chile, significa gastos que se acercan a los 3000 millones de
dólares, superando a Venezuela y Brasil.3 Desmontar estas narrativas es una tarea pendiente.
Diversos esfuerzos se vienen realizando para promover la cooperación
académica y cultural entre Perú y Chile, pero esto no es suficiente si
no viene acompañado de una política inte-gral que aborde, por lo menos,
tres cuestiones: a) la construcción de narrativas históricas
alternativas que equilibren las visiones negativas sobre la historia de
las relaciones políticas entre ambos países; b) una política de gestos,
como la devolución de los libros saqueados de la Biblioteca Nacional por
las tropas chilenas, que generen un clima de amistad y coope-ración; y
c) la solución definitiva de algunos problemas focalizados que alimentan
las dife-rencias entre Perú y Chile, como la controversia sobre el
Punto de la Concordia y la restric-ción del acceso de los pescadores
artesanales de Tacna al mar, quienes se ven constante-mente multados y
detenidos por los guardacostas chilenos. Lamentablemente, el “fallo
creativo” de la Corte Internacional de La Haya no ayuda a resolver el
problema de estos pescadores y tampoco lo hace el reclamo del presidente
Sebastián Piñera del denominado “triángulo terreste”.
El tratado de la mediterraneidad
Como ocurrió con el Tratado de Ancón, el Tratado de Paz de 1904 entre
Bolivia y Chile no facilitó la restauración de las relaciones previas a
la Guerra del Pacífico. Aquí nuevamente el maximalismo chileno se impuso
dejando a Bolivia sin una salida portuaria al océano Pa-cífico. No fue
una medida realista, pues desde entonces esta cuestión ha sido un factor
per-turbador de las relaciones chileno-bolivianas. La reciente demanda
altiplánica en la Corte de La Haya es parte de una prolongada batalla
diplomática marcada por acercamientos, crisis y rupturas en las
relaciones chileno-bolivianas. Veamos esto a continuación.
Luego del pacto de tregua en 1884, Bolivia y Chile firmaron en 1895
tres tratados, uno de paz, otro llamado Convenio de Transferencia de
Territorio y otro de comercio. El Convenio de Transferencia estableció
que si Chile lograba soberanía permanente sobre Tacna y Arica, cedería
Arica a Bolivia, y de no ocurrir esto cedería la caleta de Vítor. Los
analistas de la época señalan que el ofrecimiento de Arica era una forma
de desviar cualquier demanda de Bolivia de una salida al mar por su
antiguo litoral y, al mismo tiempo, de separarla de sus compromisos con
el Perú, pues la colocaba en expectativa de que Chile obtuviera Tacna y
Arica. Posteriormente, el Tratado de 1904 no contempló ni el
ofrecimiento de Arica ni el de la caleta de Vítor, aunque Chile se
obligó a construir un ferrocarril entre Arica y La Paz asumiendo los
gastos y comprometiéndose a que al cabo de quince años traspasaría la
parte del ferrocarril que cruzaba el territorio boliviano. A diferencia
del Tratado de Ancón, Chile cumplió: construyó el ferrocarril y lo
traspasó en 1928.4
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Sin embargo, el Tratado de 1904 no pudo aplacar la aspiración boliviana
por una salida al mar. En 1910, Bolivia manifestó a Chile su deseo de
acceder al mar por alguna de las “pro-vincias cautivas” y en 1920
realizó la primera acción oficial cuando planteó a la Sociedad de
Naciones la revisión del Tratado de 1904. La Sociedad de Naciones se
declaró incompe-tente para modificar el Tratado, y Bolivia optó por
retirar su petición. Luego, en 1950, Bo-livia y Chile intercambiaron
notas diplomáticas para negociar una salida boliviana al mar; Chile
llegó a plantear un corredor terrestre por el norte de Arica, a través
de una franja de diez kilómetros de ancho contigua a la frontera con el
Perú. A cambio Bolivia debía ceder el uso de las aguas del Titicaca, del
río Desaguadero y del lago Poopó para crear energía destinada a
Antofagasta y Tarapacá.5 Si este intercambio de notas
diplomáticas mostraba que Chile aceptaba negociar una salida al mar para
Bolivia al margen del Tratado de 1904, la negociación que se produjo en
1975 con el célebre “abrazo de Charaña” de los generales Augusto
Pinochet y Hugo Banzer significó el reconocimiento de la más alta
autoridad chi-lena de que la demanda boliviana era válida y negociable.
Ambos generales firmaron un acta en la que declararon iniciar el diálogo
para solucionar la mediterraneidad de Bolivia, y las negociaciones
contemplaron un corredor paralelo a la Línea de la Concordia que
comunicara a Bolivia con el mar. Esta negociación no prosperó debido a
la intervención de Perú, que, de acuerdo con el protocolo, debía
consentir sobre la cesión de Arica a un tercero y porque en la opinión
pública boliviana se generó un malestar ante la idea de una compensación
territorial a Chile. El Perú hizo una contrapropuesta que consistía en
crear un espacio geográfico trinacional, y las negociaciones se
paralizaron.
Por otro lado, Bolivia fue abriendo otro frente diplomático ante los
organismos internacio-nales, particularmente en la OEA. En 1975, logró
que el Consejo Permanente de la OEA hiciera una declaración en la que
señaló que la mediterraneidad de Bolivia era una “preocu-pación
continental” y ofreció su cooperación para promover “entendimientos
constructivos”. En 1979, la OEA dictó la Resolución 426, que señalaba la
necesidad de que Bolivia obtenga una salida soberana al océano
Pacífico. Entre 1979 y 1989, la OEA emitió 11 reso-luciones en las que
exhortaba al diálogo para encontrar una solución satisfactoria al
pro-blema marítimo.6 Bolivia ha obtenido la solidaridad
internacional, pero esto no ha variado la negativa de Chile de otorgar
una salida soberana al mar sin concesiones recíprocas de territorio. Si
bien los tratados oficiales entre Chile y Bolivia no obligan a encontrar
una salida al mar, Chile ha reconocido en la práctica que se trata de
una cuestión negociable.
Así, la mediterraneidad de Bolivia es un problema que consterna las
relaciones chileno-bolivianas, por lo que vale la pena encararla, dar
por terminado el enclaustramiento de Bo-livia y restituir las relaciones
de amistad e integración entre ambos países. Chile suele alegar que el
Tratado de 1904 es “intangible”, y que no contempla una salida al mar,
pero esa no es la cuestión, sino si el tratado permite la
reconciliación. A diferencia del caso peruano, no resolver la demanda
boliviana tiene efectos considerables en las relaciones comerciales. Por
ejemplo, las protestas contra la exportación del gas boliviano por los
puertos chilenos que hicieron caer al gobierno de Gonzalo Sánchez de
Losada y Carlos Mesa Gisbert derivan de los sentimientos nacionalistas
nacidos de la Guerra del Pacífico y de la frustración de las
negociaciones con Chile. Evo Morales nacionalizó el gas y limitó su
exportación a Brasil y Argentina con la prohibición de reexportarlo a
Chile, nación que debe importar gas a mayores precios de los países
árabes. Cabe señalar que la matriz energética chilena depende
significativamente del gas, el cual era proveído por Argentina, y que
fue restringido desde 2004. El gobierno de Morales ha llevado a la Corte
Internacional de La Haya el tema de su mediterraneidad. Corresponde
esperar el fallo, pero no parece que la posición de Bolivia sea
contundente. El problema seguirá alargándose hasta que Chile no asuma
una solución definitiva a este problema.
Comentario final
En la historia de las relaciones internacionales, el Congreso de Viena
de 1814-1815 es pre-sentado como modelo de los acuerdos que garantizan
una paz duradera, pues básicamente devolvió el status quo anterior a la
expansión napoleónica y logró así una relativa estabilidad entre las
potencias europeas que duró cien años, mientras que el Tratado de
Versalles es visto como un acuerdo que estaba destinado al fracaso
debido a que las duras represalias contra Alemania (concesiones
territoriales, sanciones económicas y otras) no permitieron recuperar el
equilibrio de las potencias europeas y alimentó el revanchismo alemán.
Sal-vando las obvias diferencias, los tratados que impuso Chile a Perú y
Bolivia se parecen a este último en el sentido de que contenían
elementos potenciales de disrupción que, si bien no acabaron en un nuevo
conflicto bélico, no posibilitan cerrar el ciclo de la guerra.
A pesar de lo difíciles de las relaciones entre Perú, Bolivia y Chile,
actualmente vivimos un expectante intercambio comercial y un movimiento
de capitales y personas que abren una ventana de oportunidad para
avanzar en las relaciones políticas. Como se dijo, en el caso de Perú,
las controversias que restan son focalizadas, y las relaciones pueden
estrecharse con una política que contemple resolver la cuestión del
Punto de la Concordia y los constantes problemas entre los pescadores de
Tacna y la marina chilena. En cambio, en el caso de Bo-livia la
cuestión de la salida al mar va a requerir de un acto de desprendimiento
de Chile que será posible si se sale de la “lógica territorial” que ha
caracterizado su posición. La demanda de Bolivia resulta modesta si la
compara con los territorios obtenidos por Chile. La cuestión es si
priorizamos la recomposición de las relaciones y la integración o si
seguimos siendo prisioneros de la Guerra del Pacífico.
* Historiador, Investigador del Instituto de Estudios Peruanos
1 Basadre (1981, p. 473).
2 Benavides Correa (1988: 65-68).
3 Zalles (2007: 36, nota 3). También Zapata (2001: 22-25).
4 Eyzaguirre (1963: 49) y Llanos (2004: 19).
5 Namihas (2013: 59).
6 Ministerio de Relaciones Exteriores de Bolivia (2004: 12).
Referencias bibliográficas
Basadre, Jorge (1981), Historia del Perú, tomo VII. Lima: Editorial Juan Mejía.
Benavides Correa, Alfonso (1988). Una difícil vecindad. Los irrenunciables derechos del Perú en Arica y los recusables acuerdos peruano-chilenos de 1985. Lima: UNMSM.
Ministerio de Relaciones Exteriores de Bolivia (2004). El libro azul. La demanda marítima boliviana. La Paz.
Eyzaguirre, Jaime (1963). Chile y Bolivia. Esquema de un proceso diplomático. Santiago: Zig-Zag.
Llanos Mansilla, Hugo (2004). “La mediterraneidad de Bolivia”. En Agenda Internacional, n.° 21: 11-26.
Namihas, Sandra (2013). “La demanda boliviana contra Chile en la Corte Internacional de Justicia de La Haya”. En Agenda Internacional, año XX, n.° 31: 55-70.
Puente, Tadbill de la (1989). “La mediterraneidad de Bolivia”. En Eduardo Ferrero Costa (ed.), Relaciones del Perú con Chile y Bolivia. Lima: Cepei, pp. 39-58.
Zalles, Alberto A. (enero-febrero de 2007). “Bolivia y Chile: los imperativos de una nueva época”. En Nueva Sociedad, n.° 207: 34-44.
Zapata, Antonio (2001). “De Ancón a La Haya. Relaciones diplomáticas entre Chile y Perú”. En Generación de Diálogo Chile-Perú/Perú-Chile. Documento 2: aspectos históricos. Lima: Konrad Adenauer Stiftung, PUCP, Universidad de Chile, pp. 11-28.
Este artículo debe citarse de la siguiente manera:
Rojas, Rolando . “La guerra inacabable. Itinerario de los problemas sin resolver que dejó la Guerra del Pacífico”. En Revista Argumentos, año 8, n° 1. Marzo 2014
. Disponible en http://revistargumentos.org.pe/guerra_inacabable.html ISSN 2076-7722
Fuente: http://www.revistargumentos.org.pe/guerra_inacabable.html
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