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Las cosas que uno medita mucho o quiere que sean 'perfectas', generalmente nunca se empiezan a hacer...
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"Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no cuenta es lo humano". (Ernesto Sábato, Antes del fin)
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domingo, 4 de agosto de 2013

"Una lectura a Trenes", poemario de la escritora peruana Roxana Crisólogo


"Una lectura a Trenes", poemario de la escritora peruana Roxana Crisólogo

Las noches en otros países podrían ser manos que asfixian a los migrantes. A veces, no siempre.

Lo son cuando, sin que haya nada que cubra sus cabezas, se dan cuenta que ese cielo no es el suyo. Llueven la nostalgia, una niñez cuyos olores casi se tocan en la nariz, solo que no existen y el recuerdo de las hermanas, del padre y del abuelo se trasforman en...
el miedo a la misma distancia que se eligió y es únicamente soledad.
Es cuando todo va siendo arrebatado frente a quien parece rezarle al pasado y lo busca bajo el sonido de los rieles sobre los que avanza una ciudad, suma de todas. Es también desarraigo y un andar errante, costumbres que se transforman, y sobre las que se reclama identidad.
Roxana Crisólogo construye así Trenes, poemario publicado en México DF por El billar de Lucrecia, sello dirigido por la poeta Rocío Cerón. En él todas las ciudades son una.
Y la ciudad es el tren. Dentro, a través de la ventana helada, la voz del abuelo atraviesa una cabeza como una bala y es que él está “entrenado para abrirle la trocha al tren /hacía azúcar del polvo de los cadáveres de los que no consiguieron sacar el cuerpo a tiempo".
Él es parte de una familia trastocada como espacio, que podría resumirse en un montón de prendas con aromas que no alcanzaron al sujeto que partió, ni con las manos o hilos desprendidos. El ‘yo’ poético recuerda objetos como puentes inconclusos o canciones que solo suenan en la cabeza, que perdieron sonido y que traen tardes bajo el sol que se alargan como el plástico, sin ser más que otra tarde cualquiera reconociendo los olores de la calle como parte de lo que nos enseñaron a llamar barrio o ciudad.
La voz del poemario se reconoce como una extranjera viajando en tren a Moscú, llenando de tos los compartimentos, recibiendo el encargo de ser otro cuerpo que busca lo más primario, agua y una luz que sirva como daga, que lastime, corte y exponga su piel-piel.
Lejos de todas partes
Los recuerdos que toca en sus sienes o con el ceño fruncido, se mezclan con las imágenes que va recibiendo cuando la luz la corta junto a la madre o las hermanas, muy lejos. El cuerpo baila, sin movimiento, sentado en un asiento del tren. Entonces reconoce Lima como una ciudad a miles de kilómetros, en donde el reloj del padre arrojaba las horas como si nada.
El tiempo ya no pertenece a los lugares de la infancia, ya no es inagotable, sino que avanza como los mismos rieles o como parte de una ciudad construida -otra vez el tren- que invisibiliza la lluvia, como dice uno de los versos. Y todos hablan en otros idiomas.
El lenguaje extranjero esconde a las personas. El lugar del destino no es claro mientras la mujer sabe que su hija aprende una lengua para ser una persona aún más silenciosa, distante a las tardes de plástico en la que Lima era el sabor de ese sudor que bajaba por la cara a la boca o pobreza, felicidad, una casa en un barrio de la periferia.
Entonces la hermana, llamada "la muchacha pobre de San Juan de Miraflores cerca de lo que algún día llegará a ser un tren", sube también a esta suerte de ‘tren ciudad’ en la que sus habitantes o pasajeros escuchan los rieles, la manera en la que se alejan y son asaltados por los recuerdos, pero no pueden tocar la lluvia que cae y se reitera en cualquier otro lugar del mundo menos en Lima.
La hermana presa del nuevo lenguaje "terminará vendiendo en un idioma que no existe en un país que tampoco existe".
Trenes también es un monólogo intenso sobre el miedo, en el que el cielo es acordonado y puede ser incendiado por manifestantes, por los indignados, por cualquiera, por los recuerdo de la enfermedad.
No es la cómoda panza de burro que rasca Lima, sino otro fragmento doloroso de la distancia o la noticia de un baile eterno de latinos en un sótano sin luz, mientras el tren como una ciudad fría avanza, dejando sus sonidos de rieles como ruinas de otras ciudades, casas o tardes en las que atravesar una casa pobre cerca de veredas sin asfaltar era atravesar el mundo, pequeño, entrañable y propio.
 

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