*-*

Las cosas que uno medita mucho o quiere que sean 'perfectas', generalmente nunca se empiezan a hacer...
*-*
"Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no cuenta es lo humano". (Ernesto Sábato, Antes del fin)
*-*

jueves, 28 de febrero de 2013

El arte de escribir perfiles


Larissa MacFarquhar escribe los perfiles de personajes para el New Yorker. Gracias a Elmalpensante podemos acceder a sus consejos para aprender a entrevistar, a fascinarnos con la historia del otro, a escucharlo sin intentar contarle nuestra propia vida. Este texto corresponde a una charla  dictada en la Northwestern University de Chicago.
Pensé que empezaría por explicarles por qué escribir perfiles para el New Yorker es diferente.
No me inicié allí. Comencé haciendo de freelance para...
publicaciones como PremiereHarper’s Bazaar. Escribir un perfil para esas publicaciones es un asunto muy distinto. Es indigno y bastante embarazoso en ocasiones, porque te emparejan, usualmente, con alguna no-tan-famosa estrella de cine. Y lo que tienes que hacer es sacarte de la manga alguna falsa afinidad para que parezca que se trata de dos amigos pasando el tiempo. De manera que te sacas una falsa afinidad de la manga. Por ejemplo, entrevisté a Leonardo Di Caprio cuando aún no era tan famoso, y me dijo que le gustaban los animales, así es que decidimos ir al zoológico. La simulación consistía en que Leonardo y yo éramos dos colegas paseando por el zoológico y yo estaba allí y escribía sobre aquello por casualidad. Fue una situación muy embarazosa.
Lo que los editores realmente quieren, si estás escribiendo sobre una estrella de cine para una revista como Premiere, es saber sobre la vida sexual de esa estrella. Odio preguntar al respecto. La estrella de cine sabe que van a preguntarle: “¿Cómo perdiste tu virginidad?”. Y ya se podrán imaginar lo humillante que es hacerle esta clase de preguntas a un completo extraño cuando estás pretendiendo ser un adulto profesional. Así es que gracias a Dios ahora trabajo en el New Yorker.
Para darles otro ejemplo, una vez se suponía que tenía que escribir sobre Elizabeth Berkeley. No sé si han oído de ella. Yo estaba escribiendo sobre la película Showgirls, un punto en su carrera que sería su gran oportunidad —o no, como finalmente pasó. Ella recién venía de un programa de televisión para niños llamado Salvados por la campana. Y estaba que ardía de ambición y sumamente emocionada. Fue una situación muy extraña. Estábamos en un casino en Tahoe, como a las dos de la mañana, y ella no tenía puesto nada, a excepción de una tanga; el cuerpo le refulgía por la brillantina. Y yo estaba sentada allí con una grabadora haciéndole preguntas estúpidas. Al día siguiente, en el set estaba conmigo otra mujer, como treinta años mayor que yo, que trabajaba para Vogue. Me dije: “Si en treinta años sigo entrevistando estrellas de cine desnudas, me pegaré un tiro sin dudarlo”. Así es que, por todas estas razones, esperaba ya no tener que hacer esas cosas.
Una ventaja de estas entrevistas de farándula es que las cosas suelen estar muy claras. Ellos son celebridades profesionales, tú eres una profesional, y ellos saben que tu trabajo es extraerles cierta clase de comportamientos que incluyes en la trama de tu ridículo artículo, por el estilo de los que han leído cien veces antes. Saben exactamente cuál es la situación. No hay la ilusión de que de hecho están conviviendo en forma desinteresada. Pero con un artículo del New Yorker las cosas no están tan claras. Quiero empezar con una cita de Janet Malcolm que bien pueden haber leído antes. Ella empieza así un libro titulado El periodista y el asesino:
Todo periodista que no sea demasiado estúpido o demasiado engreído para darse cuenta de lo que está pasando sabe que lo que hace es moralmente indefendible. Es una suerte de oráculo que se aprovecha de la vanidad, la ignorancia y la soledad de la gente. Que se gana su confianza y los traiciona sin remordimiento. Los periodistas justifican la duplicidad de distintas maneras, según sus temperamentos. Los más pomposos hablan de libertad de expresión y del derecho del público a saber. Los menos talentosos hablan de Arte; los más correctos murmuran sobre ganarse la vida. La catástrofe sufrida por aquellos que padecen de su ineptitud y de sus retratos deformados no es un asunto simple. Lo que duele, lo que humilla y en ocasiones lleva a la venganza es la interpretación que se arma a su alrededor. Al leer el artículo, el perfilado tiene que enfrentar el hecho de que el periodista, que parece tan amigable y comprensivo, tan interesado en entenderlo de lleno, en tan excepcional sintonía con su visión de las cosas, nunca tuvo la más mínima intención de corroborar su historia sino que siempre pretendió escribir su propia historia. Entonces el personaje tiene que intentar levantarse y retirarse, relegando su relación con el periodista al montón de basura de aventuras amorosas que terminaron mal y que es mejor empujar fuera de la conciencia.
Hay algunas cosas en esto con las que estoy de acuerdo y otras con las que no. Es sobre esto sobre lo que quiero hablar durante el resto de mi presentación.
Lo primero es que sí estamos ante una especie de historia de amor. Al menos en lo que me concierne. Incluso antes de conocer a mis perfilados, me sumerjo por completo en su trabajo. Si son escritores, leo todo lo que han escrito. Si hacen películas, veo todas sus películas. Intentó descubrir lo que pueda sobre ellos. Leo todo lo que se ha escrito sobre ellos. Poco a poco me obsesiono genuinamente con ellos. Estaré pensando en ellos todo el tiempo.
Por ejemplo, estaba escribiendo un artículo sobre Richard Posner, un juez federal en Chicago y también un teórico del derecho. Ha escrito como 40 libros; leí un buen número de ellos y estuve muy en desacuerdo con sus posturas. Es muy conservador y un crítico radical de la forma en la que la justicia se percibe en la actualidad en nuestro país. Estaba tan inmersa en su lectura y sus escritos que, de hecho, comenzó a darme terror conocerlo. Este hombre era Satanás, este hombre quería destruir nuestro país. Me metí en una especie de casi histeria y temblaba cuando toqué a su puerta. Resultó ser una persona entrañable, muy entretenida, y nos llevamos muy bien. Pero mi atemorizada reacción es la clase de histeria en la que puedo entrar por estar tan inmersa en la persona. Intento abrirme a ella de una forma en la que no lo haces usualmente con la gente que acabas de conocer.
Una vez que empiezas a pasar tiempo con ellos, encuentro que, como cuando estás enamorada de alguien, cada aspecto de su presencia física despierta tu intenso interés. Quiero saber qué se siente al estar con ellos en la misma habitación. Veo cómo se mueven. ¿Son una presencia opaca y densa que se empuja a sí misma entre los objetos, o son transparentes y livianos? ¿Son inseguros con respecto a sus propios cuerpos o están más bien tranquilos y cómodos en su piel? Observo cómo se ven diferentes de día en día. ¿Están cansados hoy, o están agitados, están calmados, o están contentos? ¿Se ven como que han dormido lo suficiente? ¿Qué tanta atención parecen prestarle a su ropa? Todas estas cosas se volverán increíblemente interesantes para mí. Es lo mismo que estar viendo a alguien a través de una ventana encendida desde la calle. Incluso las cosas más banales que hacen —como recoger una taza de la mesa— se vuelven fascinantes para ti porque los estás viendo a través de una ventana.
De muchas formas, cuando los entrevistas, la cita se siente extraña y en ocasiones escalofriante. Con frecuencia les hablarás durante una comida, y a menudo —al menos con elNew Yorker, aunque muchas otras publicaciones no ofrecen este lujo— tengo la posibilidad de pasar mucho tiempo con alguien. Algunas veces pasaré cinco o seis días sin parar en su compañía. Eso es mucho tiempo; casi nunca haces eso con alguien. Lo más importante, les estás haciendo el tipo de preguntas que sólo es socialmente aceptable preguntar en una cita amorosa o en una entrevista. En un sentido, les estás pidiendo que evalúen su vida. Les estás preguntando qué horrendos errores han cometido, de qué se arrepienten, cómo se sienten sobre sus familias, cuáles son sus creencias, cómo eran cuando jóvenes y en qué han cambiado desde entonces. ¿Sienten que han abandonado a su yo más joven? Les estás pidiendo que se examinen a sí mismos de una manera en que la gente no acostumbra cuando está acompañada. Todo esto desemboca en una interacción muy intensa. Entretanto, estaré colgada de cada una de sus palabras, encantada por todo lo que dicen, porque de alguna manera, por ese tiempo en que estoy escribiendo sobre ellos, los encuentro fascinantes.
Y, de igual forma que en una cita amorosa, la conversación no es precisamente normal. No quieres que piensen que se trata de una conversación regular, amistosa, porque no lo es. Yo quiero que mantengan presente que no soy su amiga. Me pueden agradar, pero no soy su amiga. En ese momento soy una periodista, y tal vez me convierta en su amiga más tarde, lo que ha sucedido en algunos casos. Pero no estoy ahí porque esté disfrutando de su compañía. Hay algo que quiero obtener de ellos. Cuando siento que lo están olvidando, sacudo mi grabadora frente a ellos, sólo para recordárselos.
Así es que una entrevista no es una conversación normal. Quieres que hablen. Una de las maneras en las que puedes lograrlo es entrenándote para no hacer lo que harías usualmente. Digamos que cae un silencio; puede ser que trates de llenarlo. Los silencios son extraños y difíciles de aguantar, en especial si no conoces bien a la persona. Pensé en esto la primera vez cuando escuché una historia sobre Joan Didion, una periodista muy famosa que escribió para el New Yorker en el pasado. Es timidísima: llega a paralizarse. También es muy pequeña. Y cuando conoce a un extraño, se bloquea y se aterroriza. Y, según parece, el efecto que esto tiene en sus entrevistados es que, porque ella está tan nerviosa, sueltan lo que sea, con tal de llenar el silencio. Y yo pensé: “Ah, eso es interesante”. Y es verdad. Se trata casi de una especie de equilibrio que tiene que ser hallado. Si te callas, ellos tienen que hablar. De lo contrario, la situación resulta inaguantable, demasiado incómoda. Yo descubrí esto cuando empecé a leer las transcripciones de mis entrevistas. Me oía cometer los errores más idiotas. Ellos decían: “Y entonces tome el hacha y estaba a punto de…”, y yo interrumpía con: “¿Cuál es tu color favorito?”, porque no estaba escuchando lo que decían. Sencillamente estaba pensando en otra cosa. No me estaba callando.
Además, no hablo sobre mí, en parte para recordarles que la nuestra no es una conversación amistosa. Yo no soy su amiga. En un sentido, porque los mantiene alerta con lo que está pasando. Por otra parte, he descubierto que también me da una ventaja. Entre menos hable sobre mí, más misteriosa me vuelvo. El asunto se convierte más bien en una terapia. Porque ellos no saben nada acerca de mí, y porque los estoy haciendo hablar de sí mismos, es como si yo fuera una especie de espacio en blanco que tienen que llenar. Hay un término llamado transferencia; ellos empiezan a proyectar toda clase de emociones y autoridad sobre mí, que no estaría ahí si yo fuera más comunicativa. Estoy consciente de que la parte de no hablar sobre mí para dejar claro que ésta no es una conversación amistosa también me da una ventaja emocional.
Hay una historia que me encanta sobre V. S. Naipaul, un maravilloso escritor pero, por lo que oigo, un ser humano de calidad dudosa. Lo que solía hacer era esto: al principio de una entrevista, no tomaba notas. Empezaba a hacer preguntas y se sentaba ahí sin ningún cuaderno. Simplemente sentado ahí, escuchando, asintiendo, haciéndoles preguntas. Y entonces, en algún punto de la entrevista, decía: “Un minuto” y estiraba la mano hacia su portafolio, tomaba su cuaderno y decía: “¿Podrías repetir eso?”. Y entonces lo escribía. A lo que la persona reaccionaba tornándose obsesiva con decir algo tan interesante que le hiciera tomar otra nota. Querían complacerlo y estaban desesperadas porque él escribiera algo más. En definitiva, se trataba de una manipulación.
Al principio la gente es renuente a hablar de sí misma, especialmente sobre la clase de preguntas personales que yo pudiera preguntar. Pero después de un rato, hablar de ellos mismos se vuelve, encuentro, casi adictivo. Es raro cuando una persona tiene un interés tan intenso sobre tu opinión. Y yo genuinamente estoy interesada, no estoy fingiendo, estoy obsesionada con ellos, y todo lo que dicen es fascinante para mí. Les estoy preguntando todo sobre sus vidas, y quieren hablar más y más y más. Al mismo tiempo, lo opuesto es una clase de adicción para mí. Me voy quedando cada vez más en blanco, voy diciendo cada vez menos y quedo absorta en la otra persona.
Todo en la reportería conduce a eso. Desde el minuto en que pisas un avión y tomas un asiento genérico, o te registras en un cuarto de hotel genérico, de alguna manera te pones en blanco. Estás dejando tu casa y a toda la gente que conoces que te da identidad, y es como que me voy prendiendo más y más de esta vacuidad, en la medida en que mis entrevistados insisten en proyectarse sobre ella.
De una manera similar, cuando me siento a escribir sobre una persona, me queda muy claro que fracasé en captarla de forma completa, porque son seres humanos complejos y he pasado tan sólo unos días con ellos. ¿Y qué demonios es lo que he averiguado? Me encuentro sintiendo celos de la posición del escritor de ficción que sabe todo sobre el perfilado o al menos todo lo que tiene que saber.
Si usas la primera persona del singular y te metes en el artículo, de inmediato se vuelve obvio para el lector. Siento que incluso un solo uso del “yo”, de la primera persona, interrumpe. Mi editor piensa que estoy un poco zafada con respecto a este tema, pero pienso en ello en términos de una película. En una película normal, estás inmersa en la historia. Basta con una metida de pata, por ejemplo el director inclinándose frente a la cámara o alguien arreglando un elemento de utilería. En ese momento, se convierte en una película totalmente diferente. De humor distinto. De repente se convierte en una película que tiene conciencia de sí misma, que tiene conciencia del director. Se ha roto la ilusión. Eso es lo que yo no quiero hacer.
Para regresar a la afirmación de Janet Malcolm, siento que el romance no es unilateral, es mutuo. Además, ella parece asumir que la derrota es válida sólo para una de las partes. Yo no pienso que sea así. Hay muchas cosas de peso que se oponen a que tú traiciones a la persona en la manera en que ella lo describe. Yo, por una parte, no pretendo llegar a su más profundo yo; me interesa la imagen de una persona y el mito de autoinvención que usa para mostrarse ante el mundo. Así es que en repetidas ocasiones tomaré lo que ellos elijan presentarme, y eso es lo que quiero presentar en el artículo. No estoy intentando internarme en sus profundidades ni ir en contra de lo que dicen.
En la misma vena, me parece que tengo un estómago débil. Si miramos alrededor, el 99% de todo el periodismo es favorable o más o menos favorable para el perfilado. Las probabilidades de que el artículo salga de la forma en que ellos quieren son muy altas. Para mí, si la persona no es famosa, no hay ningún motivo para hacerla pedazos. De modo que pienso que Malcolm se equivoca. En términos generales, resulta favorable para el perfilado que se escriba sobre él, y el romance en últimas va en las dos direcciones.
Sigo siendo amiga de la mayoría de la gente sobre la que he escrito. Pero lo interesante es esa dinámica emocional extraña, esa especie de aire terapéutico de nuestras conversaciones. No estoy diciendo nada sobre mí, y ellos están diciendo todo sobre sí mismos. Casi todos quieren almorzar conmigo después desesperadamente y preguntarme sobre mí. Es una especie de tabú que quieren romper. Así es que tenemos nuestro almuerzo al final de nuestro tiempo juntos. Yo no me escondo, no soy evasiva, respondo a cualquier pregunta que tengan, pero puedo percatarme de que nunca están satisfechos. Y pienso que eso proviene de la dinámica de la entrevista. La magia se ha ido, el romance ha terminado. No lo sabían sino hasta que almorzamos juntos después. Y se dieron cuenta de que soy sólo una persona común. Podemos llevarnos muy bien, pero nunca se da lo que habían esperado. Siempre son almuerzos muy, muy extraños.
Gracias por su amable atención. Ahora aceptaré preguntas.
Sobre las respuestas premeditadas.
Sí, pasa todo el tiempo, pero no es su culpa. Les hacen siempre las mismas preguntas y no pueden tener una respuesta diferente cada vez. Pienso que es mi trabajo dejar que se me ocurran mejores preguntas. Si alguien ha sido entrevistado tantas veces, es imposible. Intentas hacer lo mejor que puedes con el mismo material y esperas que tus lectores no hayan leído esos otros artículos.
Pregunta sobre si es ella o sus editores los que proponen las ideas para las historias y sobre cuánto se demora cada artículo.
Pensar en los temas es como 50/50. Me gustaría que ésta no fuera la proporción, pero soy malísima a la hora de pensar en ideas para historias. Es lo más difícil de mi trabajo. Entonces acabo por aceptar sus ideas. En términos del tiempo, son alrededor de dos meses por cada historia, de los cuales usualmente una semana se pasa con la persona, no necesariamente entrevistándola, sino viéndola en conferencias o viéndola en juntas o en lo que sea que hace. Y como tres semanas serán de preparación, leer sus libros si escriben libros, cualquier cosa que sea relevante. A veces hasta una semana se pasa transcribiendo la cinta, que es una cantidad absurda de tiempo, pero no veo cómo darle la vuelta. Y después, una cantidad de tiempo ridículamente pequeña, cuatro o cinco días, para escribir.
Pregunta sobre sus escritores favoritos.
Uno de mis favoritos es Kenneth Tynan, un crítico de teatro inglés que escribió más que todo perfiles sobre gente del teatro, primero en el New Yorker en los sesenta y setenta Es sencillamente un maravilloso escritor que le recomendaría a cualquiera. En cuanto a novelistas, no sé. Hay tantos a los que admiro. Algunos novelistas tienen mayor efecto que otros en términos de la manera en la que escribes. Esto me pasa con Henry James. Se mete en tu cabeza tanto, que si he estado leyendo una novela suya me encuentro escribiendo oraciones con 600 subordinadas en cada caso, y pienso, “¡detente!”. James se mete en tu cerebro de una manera en que otros novelistas no lo hacen.
Pregunta relacionada con el poder de retener información sobre ella misma.
Hay una fuente de poder en no contarle a alguien sobre ti misma. Y puede ser extrañamente adictivo. Nunca he sido una terapeuta, pero me imagino que sienten algo parecido. A veces accedo a hablar después porque el desbalance se siente tan grotesco que es casi inhumano. Y si los perfilados te preguntan directamente, intentaré desviar la curiosidad en alguna medida, pero no quiero ser grosera ni absurda al respecto. Sería ridículo, cuando estoy pasando tanto tiempo con esta gente, y ellos están siendo muy generosos con su tiempo. No quiero ser egoísta. Pero sí me vuelvo adicta a ese tipo de poder. Es una cosa rara.
Pregunta sobre ver detrás de la fachada.
No soy agresiva, porque tengo el lujo de pasar una gran cantidad de tiempo con ellos. Y no está en mi personalidad ser hostil. Además, cuando digo que no intento internarme en sus profundidades, no lo digo en forma literal. Simplemente no creo que haya una disyunción tan grande entre la autopresentación de alguien y ese alguien. Y me parece que es importante que siempre recuerden que no estoy accediendo a la verdad de alguien en dos o tres días. Tal vez lo hago, pero ni siquiera sabré si lo hice. Tienes que estar consciente de las limitantes de lo que estás haciendo, de otra manera te vuelves ridícula. Me parece que es mucho mejor dejar que la conversación se dé naturalmente, y las cosas saldrán poco a poco. Y si los vas a cuestionar en forma agresiva, hazlo al final. Haz todo al principio, y después si necesitas arrancar la máscara, hazlo al final. No sé, yo no lo hago muy seguido. Me siento bastante incómoda con ser abiertamente hostil con alguien cara a cara. Lo cual tal vez no sea muy bueno para una reportera, pero así soy.
Pregunta sobre su entrevistado favorito.
Todos son fascinantes para mí. Es muy difícil decirlo. Probablemente la persona más interesante que he entrevistado es Noam Chomsky. Pero no fue el entrevistado más fácil, porque no podía sacarle nada. ¡Fue tan complicado! Tiene un lado que es dulce y suave, tan dulce como la más maravillosa sonrisa que jamás hayan visto, y podía luego ser tan cruel. Nunca he estado más consciente de lo poco que podía comprender a alguien.
Consejos profesionales.
La cosa es colocar tu trabajo en lugares en donde otros periodistas lo van a ver. Me preguntaron antes lo que ahora sé que me gustaría haber sabido cuando me inicié. Lo que sé ahora es que resulta mejor trabajar para un medio pequeño que te deja escribir o editar o lo que sea que quieres hacer, y no para el medio más impresionante posible. Por otro lado, no quieres ir a algún medio tan pequeño que nadie vea lo que estás haciendo. Quieres ir a un medio que sea leído, y — más específica y estratégicamente — leído por periodistas. Para tus propósitos, ésas son las personas cuya atención estás intentando captar. Las publicaciones que los editores leen.
Texto tomado de: http://www.elmalpensante.com
Fuente: http://lamula.pe/2013/02/26/el-arte-de-escribir-perfiles/katya

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.