Peppermint Patty y Marcia |
Tratar la mayor parte de tu vida de ser alguien que no eres no es justo para nadie
Ya adulta y con una hija a mi lado, pude comprender lo que me pasaba, aceptar mi lesbianismo y empezar a ser realmente feliz. Pero toda esta infelicidad pudo haberse evitado si a mí me hubieran hablado de la homosexualidad sin complejos ni prejuicios. Si me hubieran dicho que valía tanto como cualquier heterosexual siendo lesbiana, si me hubieran educado en respeto, amor y comprensión hacia los demás y hacia mí misma. Pero no, nuestra educación es una educación que niega al ser humano al no reflejarlo. Lo que yo sentía y quería, dentro del currículo educativo, era nada. El colegio, al no referirse nunca a mi existencia y a la existencia de millones como yo, solo aumentó mis dudas y temores a niveles exponenciales que hicieron de mi vida, y de la vida de millones, una jaula de la que no podíamos escapar.
El silencio de nuestra educación sobre la diversidad sexual no solo es espantoso, es asesino, nos mata por dentro y permite, literalmente, que se nos mate. Permite que todas las violencias sean posibles sobre lo no dicho, lo ocultado, lo ignorado. A pesar de que es inevitable que se hable de nosotros, de vernos en las calles y en los medios, de tenernos en los hogares día tras día, seguimos siendo inexistentes. Y esta inexistencia solo contribuye a que, a pesar de ser tan igual a cualquiera, no tengamos los mismos derechos que cualquiera.
El Estado no puede seguir siendo cómplice de este silencio sobre nuestras vidas. El Ministerio de Educación tiene la obligación de implementar ese proyecto largamente postergado de la Educación Sexual Integral. La sexualidad no es algo que aparezca a partir de los 18 años apenas nos dan el DNI, la sexualidad está aquí y ahora en la vida de millones de niños que no se ven reflejados ni en el discurso del profesor ni en sus textos escolares. El bullying homofóbico no solo es la punta del iceberg de todas las violencias que vivimos, sino el resultado de una estructura que niega vidas alternativas, y esta negación no puede seguir viniendo desde el Estado. Tiene que empezar a considerarse que en todas las aulas, así como hay niños afrodescendientes, indígenas, inmigrantes o con habilidades diferentes, también hay niños gays, lesbianas y transgénero, y estos necesitan tener referentes positivos sobre sus propias vidas, negárselos es condenarlos a vidas indignas, a vidas sin derechos.
El Estado no debe tener miedo de empezar a construir una sociedad realmente respetuosa e inclusiva, y formar a futuros ciudadanos y ciudadanas libres de homofobia.
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