Ilustración: María Teresa Cánepa |
De Lucho Hernández sabemos –los que nunca lo conocimos– lo que las fotos murmuran en su reflejo gastado. Las patillas sesenteras, la camisa blanca, la sonrisa pactada con la cámara. Sabemos, pues, lo que la imagen quiere que sepamos. Es cierto que su obra nos permite conocer más de él, lo necesario. Pero, ¿quién fue, entonces, Luchito Hernández Camarero?
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Fue un médico sanmarquino con una visión particular de la profesión. Quería cambiar el orden de...
una realidad que tanto le dolía, y la medicina era una herramienta, con limitaciones, pero útil. Solía publicar sus poemas en el boletín mensual de su facultad, versos escritos con plumones (a veces de diferentes colores) en simples cuadernillos. Ese era su sello. Nada de inmaculados folios escritos en máquina de escribir.
Al finalizar la carrera, abrió un consultorio en Breña. Quienes lo conocieron dicen que el poeta establecía una relación profunda con sus pacientes, horizontal, humana, sin tanto protocolo en la relación médico-doctor. Esta aparente estabilidad culminó con las lágrimas, que se convirtieron habituales en su rostro, ya desencajado por la noticia que en su rol de médico tuvo que darse.
“Fue entonces que lo encontré llorando muchas veces. Yo le preguntaba qué tenía y su respuesta era ‘mucho dolor’. Pero pienso que su dolor no era físico, era un dolor universal, provocado por sus reflexiones sobre lo absurdo de la condición humana”, manifiesta su amigo, el actor Reynaldo Arenas. Luis Hernández tenía cáncer.
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Fue Billy The Kid, ese vaquero estadounidense que a duras penas llegó a cumplir los 20 años para morir poco después. El poeta llegó a los 36. “Soy Luisito Hernández/ CMP 8977/ Ex campeón de peso welter/ Interbarrios; soy Billy/ The Kid, también,/ Y la exuberancia/ De mi amor/ Hace que se me haga/ Un nudo en el pulmón/ Y el Amor lo vierto./ Algo de común hay/ Con el agua y el amor./ Algo existe en H20/ Que es más que espejos/ Acequias, ríos,/ Albercas, estanques y/ ¿Por qué no?: océanos”.
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Dicen que fue un suicida que le escribió a otro suicida, a uno en una piscina, no en los rieles del tren. Que no pudo ayudarlo ni su poesía ni una sinfonía. No pudo poner en práctica lo que escribió en “A un suicida en un piscina”, donde le decía al ahogado por decisión que no se mate, pues volvería a amarse cuando escuche los diez trombones con su añil claridad. Pero ese 3 de octubre lo último que había en el cielo de Buenos Aires, con Videla al mando, era claridad. Dicen que Luis se arrojó previo al paso de un vagón en Buenos Aires por culpa de ese dolor de mil acepciones que no lo dejaba vivir. Dicen que alucinaba, que su enfermedad era mental mas no física. Dicen y no paran de decir que fue un asesinato, un complot. Y dicen otros que, en realidad, se trató de un accidente.
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Fue el amor de Betty Adler y ella, fue su amor. Un día después de su muerte, la hermosa y complicadísima dama encontró una carta del poeta en la que le escribía poco más de línea y media despidiéndose: “Adiós, Betty. Me hubiera gustado tanto que fueras feliz. Pero mi felicidad está fuera de toda esperanza. Hoy me voy a matar. Perdóname. Luis”. Ella, que se enamoró primero de los versos publicados en un periódico y luego del escriba, leía entonces la despedida.
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Y dicen también que lo que fue es poeta de la Generación del 60. Publicó “Orilla” (1961), “Charlie Melnik” (1962) y “Las Constelaciones” (1965). Tres libros le bastaron para decidirse a no publicar más y, en lugar de ello, establecer una práctica poco común: regalar sus manuscritos a sus amigos, a alguna señora triste o a un familiar querido. Era su forma de manifestarse con el amado, con el extraño y con el extraviado en un caos adquirido y hasta preciado. Un año después de su suicidio se publicó “Vox Horrísona”, “Trazos de los dedos silenciosos”, “Una impecable soledad”, “Los poemas del ropero”, entre otros.
Hoy y el próximo viernes 22 de febrero a las 8:30 p.m. se realizará un conversatorio en torno a la vida y obra del poeta llamado “¿Qué sabemos de ti, poeta Luis Hernández?” en el café La Pastelera de Barranco (Av. Grau 170).
Entre los presentes durante el primer día del conversatorio destacan el biografista Rafael Romero Tassara, quien publicó “La armonía de H. Vida y poesía de Luis Hernández Camarero”, el periodista y escritor Juan José Sandoval, el director de cine Víctor Checa y el periodista y crítico de cine Fernando Vivas. Para la segunda fecha se harán presentes el crítico literario Alfredo Vanini, nuevamente Rafael Romero y los músicos Manongo Mujica y Rafo Ráez, este último interpretará algunos poemas de Luis Hernández musicalizados. Estarán a la venta ejemplares de la biografía del vate.
MILAGROS OLIVERA
molivera@diario16.com.pe
Fuente: http://diario16.pe/noticia/22478-que-la-tristeza-no-te-alcance
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