A propósito del relanzamiento de “La paisana Jacinta”, hace unos días el periodista Beto Ortiz publicó en su cuenta de Twitter el siguiente comentario: “Al que pida que se prohíba ‘La paisana Jacinta’ habría que recordarle que Paco Yunque, de Vallejo,
refuerza los estereotipos del cholito víctima”. Gustavo Faverón,
escritor y lingüista, le responde a Ortiz y le explica, de manera clara,
por qué su ‘análisis’ es erróneo.
Gustavo Faverón
Beto Ortiz sostiene que...
el cuento Paco Yunque de César Vallejo promueve “el estereotipo del cholito víctima”. Mario Vargas Llosa sostiene que en Paco Yunque hay “un espíritu de protesta que se contagia al lector”. No es sorprendente que nuestro peor escritor y nuestro mejor novelista tengan visiones tan radicalmente distintas de aquel relato escrito en 1931 por nuestro mayor poeta. No es sorprendente porque para ser un gran escritor primero hay que ser un excelente lector, y Vargas Llosa lo es, como sabemos de sobra por su largo trabajo como crítico literario, y Beto Ortiz no lo es, como sabemos de sobra porque es obvio. Beto Ortiz es un lector tan malo que lee Paco Yunque y cree que Vallejo promueve un estereotipo racista en el que se asocia lo cholo, o lo andino, o lo mestizo, con la pasividad y la pusilanimidad.
Todos hemos leído Paco Yunque en algún momento entre cuarto de primaria y segundo de media (como debe ser, porque Paco Yunque es un cuento para niños, escrito por Vallejo a pedido de una revista infantil) y sin duda, aunque desconociéramos palabras como estereotipo, racismo, segregación, semifeudal, gamonalismo y discriminación, todos entendimos el mensaje básico, el mensaje que Vallejo escribió para que le quedara claro a sus niños lectores. El mensaje es que hay sociedades atrozmente injustas donde el color de la piel y el origen permiten a unos abusar de otros, sentirse superiores, ser violentos, creerse propietarios de los demás, lastimarlos. Y que la injusticia de esa relación perversa se transmite de padres a hijos a nietos, de manera tan inexorable que incluso un niño inteligente, como Paco Yunque, un muchachito que no hace otra cosa que observar el mundo alrededor de él y preguntarse por qué ese mundo tiene esa forma maldita y agresiva, incluso ese niño, es inmediatamente introducido en la sociedad como sirviente, como semiesclavo, y sus dotes de observador y su sensibilidad no son nada al lado de la gigantesca estructura social que el país entero deposita sobre su espalda. Es decir, en otras palabras, sin tener esos conceptos a la mano, de chicos, cuando leímos Paco Yunque por primera vez, entendimos, como dice Vargas Llosa, que en ese cuento había “un espíritu de protesta”. Que Vallejo no promueve ningún “estereotipo de cholito víctima”: Vallejo está diciendo que la estructura de nuestra sociedad es criminal porque es racista y clasista y que ese crimen tiene víctimas reales y está diciendo quiénes son esas víctimas y está diciendo quiénes sostienen la explotación.
Paco Yunque, el personaje, no corresponde a ningún estereotipo previo en la literatura peruana y no engendra una genealogía de “cholitos víctimas”. Paco Yunque es Paco Yunque: un prospecto de semiciudadano que empieza a sufrir los horrores de la injusticia social en el momento en que la nación lo incluye engañosa y perversamente en sus circuitos: el primer día de escuela, la semana en que ha dejado el campo. Paco Yunque recuerda que en el campo las personas hablan como personas, es decir, una primero, después otra, después otra: dialogando, mientras que en la ciudad y en la escuela todos hablan al mismo tiempo, y eso no le parece humano. Paco Yunque, en su primer día de colegio, entiende algo que Beto Ortiz no entiende hasta hoy: que la sociedad no camina bien, que tiene algo monstruoso y deforme, y al comprender eso nos deja entender que las deformidades de la sociedad deberían abolirse y transformarse. Ese es el “espíritu de protesta” al que se refiere Vargas Llosa. Vallejo el marxista convicto y Vargas Llosa el liberal librepensador se dan cuenta. Beto Ortiz no. Beto Ortiz ha escrito hoy que prohibir al personaje de la Paisana Jacinta de Jorge Benavides sería como prohibir al Paco Yunque de Vallejo. Beto Ortiz no tiene la más remota idea de la diferencia que existe entre, por un lado, como Vallejo, exhibir y denunciar una deformidad de la sociedad y, por otro lado, como Benavides, contribuir a la repetición infinita de esa deformidad mediante la caricatura de las personas más habitualmente maltratadas en nuestra sociedad.
Paco Yunque no es un estereotipo pero sí ha engendrado una larga tradición de personajes que son parientes suyos en la literatura peruana. Para sorpresa de Beto Ortiz, esa genealogía no está formada por “cholitos víctimas”, sino por personajes de distintas clases sociales y orígenes étnicos, niños y adolescentes secuestrados por un orden social mucho más fuerte que ellos. Quien haya leído el cuento “Interior L” de Ribeyro, sabe que Ribeyro ha contribuido a esa genealogía con la historia de la chica sexualmente abusada que no tiene otro recurso que ceder al abuso para sobrevivir. Quien haya leído el cuento “Con Jimmy en Paracas” de Alfredo Bryce, sabe que Bryce también está en esa genealogía, con la historia del muchachito sacrificado por su propio padre, atrapado en la cueva oscura de las jerarquías sociales. Quien haya leído La ciudad y los perros sabe quién es Ricardo Arana, el Esclavo, y cómo su muerte es el producto natural de una sociedad vertical donde unos nacen para perder porque sólo así se mantiene la estructura.
Como dije al principio, para ser un buen escritor primero hay que ser un buen lector. Por eso Borges decía que estaba más orgulloso de los libros que había leído que de los libros que había escrito. Otra cosa que hay que tener para ser un buen escritor es empatía. Empatía con los que ocupan otro lugar en la sociedad, sobre todo con quienes ocupan un lugar radicalmente marginal. Para entender Paco Yunque hay que ser empático, claramente, porque Paco Yunque es un personaje distinto de la inmensa mayoría de quienes pueden leer un cuento en el Perú: es una criatura de algún lugar de alguna provincia peruana a principios del siglo pasado, donde una corporación inglesa rige la vida económica y política del pueblo; es un explotado y es un niño abusado; de grande será un adulto con la memoria del abuso que sufrió y que probablemente seguirá sufriendo. No es un pusilánime: es un oprimido. No es un estereotipo: es una realidad de su tiempo que sigue siendo real en nuestro tiempo, excepto, quizás, porque en nuestro tiempo Paco Yunque no tendrá nunca una carpeta en el mismo salón de clases que sus patrones. Quienes lean Paco Yunque de niños y lo entiendan, lo comprendan de verdad, sepan de qué habla, de grandes recordarán la lección y no repetirán el abuso. Beto Ortiz, como es claro, no entendió eso jamás.
Sobre el autor: Gustavo Faverón Patriau estudió Literatura y Lingüística en la Universidad Católica del Perú y una maestría y un PhD en Literaturas Hispanas en Cornell University.
Gustavo Faverón
Beto Ortiz sostiene que...
el cuento Paco Yunque de César Vallejo promueve “el estereotipo del cholito víctima”. Mario Vargas Llosa sostiene que en Paco Yunque hay “un espíritu de protesta que se contagia al lector”. No es sorprendente que nuestro peor escritor y nuestro mejor novelista tengan visiones tan radicalmente distintas de aquel relato escrito en 1931 por nuestro mayor poeta. No es sorprendente porque para ser un gran escritor primero hay que ser un excelente lector, y Vargas Llosa lo es, como sabemos de sobra por su largo trabajo como crítico literario, y Beto Ortiz no lo es, como sabemos de sobra porque es obvio. Beto Ortiz es un lector tan malo que lee Paco Yunque y cree que Vallejo promueve un estereotipo racista en el que se asocia lo cholo, o lo andino, o lo mestizo, con la pasividad y la pusilanimidad.
Todos hemos leído Paco Yunque en algún momento entre cuarto de primaria y segundo de media (como debe ser, porque Paco Yunque es un cuento para niños, escrito por Vallejo a pedido de una revista infantil) y sin duda, aunque desconociéramos palabras como estereotipo, racismo, segregación, semifeudal, gamonalismo y discriminación, todos entendimos el mensaje básico, el mensaje que Vallejo escribió para que le quedara claro a sus niños lectores. El mensaje es que hay sociedades atrozmente injustas donde el color de la piel y el origen permiten a unos abusar de otros, sentirse superiores, ser violentos, creerse propietarios de los demás, lastimarlos. Y que la injusticia de esa relación perversa se transmite de padres a hijos a nietos, de manera tan inexorable que incluso un niño inteligente, como Paco Yunque, un muchachito que no hace otra cosa que observar el mundo alrededor de él y preguntarse por qué ese mundo tiene esa forma maldita y agresiva, incluso ese niño, es inmediatamente introducido en la sociedad como sirviente, como semiesclavo, y sus dotes de observador y su sensibilidad no son nada al lado de la gigantesca estructura social que el país entero deposita sobre su espalda. Es decir, en otras palabras, sin tener esos conceptos a la mano, de chicos, cuando leímos Paco Yunque por primera vez, entendimos, como dice Vargas Llosa, que en ese cuento había “un espíritu de protesta”. Que Vallejo no promueve ningún “estereotipo de cholito víctima”: Vallejo está diciendo que la estructura de nuestra sociedad es criminal porque es racista y clasista y que ese crimen tiene víctimas reales y está diciendo quiénes son esas víctimas y está diciendo quiénes sostienen la explotación.
Paco Yunque, el personaje, no corresponde a ningún estereotipo previo en la literatura peruana y no engendra una genealogía de “cholitos víctimas”. Paco Yunque es Paco Yunque: un prospecto de semiciudadano que empieza a sufrir los horrores de la injusticia social en el momento en que la nación lo incluye engañosa y perversamente en sus circuitos: el primer día de escuela, la semana en que ha dejado el campo. Paco Yunque recuerda que en el campo las personas hablan como personas, es decir, una primero, después otra, después otra: dialogando, mientras que en la ciudad y en la escuela todos hablan al mismo tiempo, y eso no le parece humano. Paco Yunque, en su primer día de colegio, entiende algo que Beto Ortiz no entiende hasta hoy: que la sociedad no camina bien, que tiene algo monstruoso y deforme, y al comprender eso nos deja entender que las deformidades de la sociedad deberían abolirse y transformarse. Ese es el “espíritu de protesta” al que se refiere Vargas Llosa. Vallejo el marxista convicto y Vargas Llosa el liberal librepensador se dan cuenta. Beto Ortiz no. Beto Ortiz ha escrito hoy que prohibir al personaje de la Paisana Jacinta de Jorge Benavides sería como prohibir al Paco Yunque de Vallejo. Beto Ortiz no tiene la más remota idea de la diferencia que existe entre, por un lado, como Vallejo, exhibir y denunciar una deformidad de la sociedad y, por otro lado, como Benavides, contribuir a la repetición infinita de esa deformidad mediante la caricatura de las personas más habitualmente maltratadas en nuestra sociedad.
Paco Yunque no es un estereotipo pero sí ha engendrado una larga tradición de personajes que son parientes suyos en la literatura peruana. Para sorpresa de Beto Ortiz, esa genealogía no está formada por “cholitos víctimas”, sino por personajes de distintas clases sociales y orígenes étnicos, niños y adolescentes secuestrados por un orden social mucho más fuerte que ellos. Quien haya leído el cuento “Interior L” de Ribeyro, sabe que Ribeyro ha contribuido a esa genealogía con la historia de la chica sexualmente abusada que no tiene otro recurso que ceder al abuso para sobrevivir. Quien haya leído el cuento “Con Jimmy en Paracas” de Alfredo Bryce, sabe que Bryce también está en esa genealogía, con la historia del muchachito sacrificado por su propio padre, atrapado en la cueva oscura de las jerarquías sociales. Quien haya leído La ciudad y los perros sabe quién es Ricardo Arana, el Esclavo, y cómo su muerte es el producto natural de una sociedad vertical donde unos nacen para perder porque sólo así se mantiene la estructura.
Como dije al principio, para ser un buen escritor primero hay que ser un buen lector. Por eso Borges decía que estaba más orgulloso de los libros que había leído que de los libros que había escrito. Otra cosa que hay que tener para ser un buen escritor es empatía. Empatía con los que ocupan otro lugar en la sociedad, sobre todo con quienes ocupan un lugar radicalmente marginal. Para entender Paco Yunque hay que ser empático, claramente, porque Paco Yunque es un personaje distinto de la inmensa mayoría de quienes pueden leer un cuento en el Perú: es una criatura de algún lugar de alguna provincia peruana a principios del siglo pasado, donde una corporación inglesa rige la vida económica y política del pueblo; es un explotado y es un niño abusado; de grande será un adulto con la memoria del abuso que sufrió y que probablemente seguirá sufriendo. No es un pusilánime: es un oprimido. No es un estereotipo: es una realidad de su tiempo que sigue siendo real en nuestro tiempo, excepto, quizás, porque en nuestro tiempo Paco Yunque no tendrá nunca una carpeta en el mismo salón de clases que sus patrones. Quienes lean Paco Yunque de niños y lo entiendan, lo comprendan de verdad, sepan de qué habla, de grandes recordarán la lección y no repetirán el abuso. Beto Ortiz, como es claro, no entendió eso jamás.
Sobre el autor: Gustavo Faverón Patriau estudió Literatura y Lingüística en la Universidad Católica del Perú y una maestría y un PhD en Literaturas Hispanas en Cornell University.
Fuente: http://diario16.pe/noticia/46168-beto-ortiz-paco-yunque-o-que-pasa-cuando-no-entiende-un-cuento-para-ninos
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