Habla pausado, como pidiéndole permiso a las palabras. Sin prisa, como
si se tratara de una larga pincelada, rememora la historia de su arte,
que por definición es también la de su vida. Es un hombre de silencios
prolongados. Christian Bendayán Zagaceta nos permite reconocer la selva a
partir de su minuciosa y detallada pintura. A los 21 años expuso por
primera vez, a los 30 le realizaron una retrospectiva y ahora, poco
antes de cumplir los 40, ha recibido el Premio Nacional de Cultura en...
la
categoría Creatividad. En su taller hay un hombre triste, esperando ser
consumado. Es una obra en la que lleva diez meses, pero que aún no
logra finalizar. “A veces puedo terminar una pintura en un día, otras,
como con él, me demoran meses”, comenta.
-¿Cómo decidiste dedicarte al arte?
Desde niño pintaba. Cuando salí del colegio y tenía que tomarme en
serio la idea de hacer una carrera, ya sabía que quería dedicarme a la
pintura.
-¿Eres de formación autodidacta?
Intenté estudiar en varias escuelas, pero me sentía más cómodo pintando
por mi cuenta. Soy autodidacta, pero con muchos amigos maestros, como
José Ashuco y LU.CU.MA. También llevé un taller con Carlos Enrique
Polanco. Son muchos los artistas que han hecho de maestros para mí.
-¿Cómo así te introduces en la movida artística de Iquitos?
Yo crecí en un mundo de intelectuales y de artistas. Mi padre era
integrante de Bubinzana, que es el grupo de literatura más importante
que tuvo la selva, del que también formaba parte Javier Dávila Durand,
entre otros. Ellos estaban muy vinculados a artistas como Yando Ríos. Mi
padre coleccionaba obras y muchos artistas eran sus amigos, a mí me
adoptaron como mascota. Yo me veía de chiquillo acompañándolos en sus
reuniones bohemias o yendo a sus exposiciones. Poco a poco me fui
interesando por otros tipos de arte, por otras líneas artísticas, así
como por el arte callejero. Empecé a buscar a los autores de algunos
murales que estaban en las calles y trabajé con ellos. Me puse a pintar
con ellos, a coleccionar sus obras, a curar sus muestras. En un momento
me acerqué un poco más al arte indígena de la Amazonía, e incorporo a
artistas como Rubio, Roldán Pinedo, a proyectos curatoriales.
-¿Ser el hijo de un intelectual reconocido te sirvió, en un inicio, para alcanzar cierto renombre?
No creo que tenga que ver con eso, porque, finalmente, si no eres
consecuente con tu trabajo, si no tienes talento o si la gente no
engancha y no entiende tu obra, estás perdido. En todo caso, yo hice mi
carrera luego de la muerte de mi padre. Gracias a él conocí desde niño
aspectos del arte que ahora me sirven mucho.
-¿Tuviste el apoyo de tu familia?
Mi padre y mi madre siempre apoyaron mi carrera y la de mis hermanos,
nunca se opusieron a lo que queríamos hacer. Incluso cuando era muy niño
y me dedicaba a coser y a bordar, mi madre dijo: “Este se va a dedicar a
eso”, y me metió a unas clases de costura. En verdad yo lo hacía a
falta de plumones y de óleos, o simplemente me dedicaba a esas cosas
porque quería experimentar. De algún modo era hacer cuadros, crear
figuras, crear colores.
-¿Cuál es la historia detrás del cuadro “Pocha y sus hermanas”?
La historia es que cuando era niño, muy cerca a mi casa, las vecinas se
bañaban así. Y desde mi ventana yo podía ver la escena. Este es un
recuerdo que, me imagino, mucha gente de la selva debe tener. Antes las
cosas se daban con mucha naturalidad. Ahora hemos perdido hasta la
gracia en nuestra forma de hablar. Antes todo era mucho más natural y
ese recuerdo siempre me acompañó. Un día decidí hacer ese cuadro con
unas amigas a las que quiero mucho y que tuvieron la generosidad de
posar desnudas en un espacio libre. La verdad, yo creo que estuve ahí,
mientras Pocha y sus hermanas se bañaban, pero detrás de la pared,
espiando.
-¿Realmente en la selva se ha perdido la gracia hasta en el habla?
Sí, se han perdido muchas cosas. Las ciudades se han vuelto muy
ruidosas, están llenas de mototaxis que no usan silenciador porque así
van más rápido, pero hacen mucho más ruido. Se han perdido costumbres
muy bonitas, como la celebración de la fiesta de San Juan, que ahora se
ha convertido en una juerga y punto. A pesar de eso, la selva sigue
siendo un espacio diferente al resto del Perú, pero es cierto que hay
historias y mitos que van desapareciendo.
-¿A qué crees que se deba?
Es el curso de la vida. Es así. Todo va cambiando, se transforma, sobre
todo las cosas a las que no se les da la fuerza necesaria. También se
debe a una escasa o casi inexistente política cultural en la Amazonía,
falta reforzar la identidad en la educación. Al decir que se ha perdido
hasta la forma de hablar, no me refiero solo al modo de hablar de los
charapas, que hablamos cantando, sino también a las lenguas nativas
originarias. Cuando las familias migran a la ciudad, van perdiendo sus
lenguas, ocultando sus tradiciones y orígenes, pues tenemos una política
educativa que no está diseñada según las necesidades de cada región.
Las personas terminan negándose a sí mismas.
-Pero tú no hablas cantando…
Cuando estoy entre charapas, canto más que todos, porque fluye, es como
cuando estás con gringos y tienes que hablar inglés, con charapas
hablas charapa (risas). Y te entiendes mucho mejor con la gente, usas
palabras que son mucho más específicas, más descriptivas.
PREMIO NACIONAL DE CULTURA
-¿Qué significado le das a este galardón?
Creo que un reconocimiento así te cae como una responsabilidad, te
demuestra que lo que has hecho le importa a la gente. Mis proyectos
siempre se han orientado al trabajo social, a la reflexión. Tampoco es
que no me sentía capaz de tener un premio así, no es el primer galardón
que se me otorga, pero sí el más importante hasta el momento. Yo empecé
bastante joven, mi primera exposición fue a los 21 años. El Premio
Nacional de Arte que otorga la embajada de Francia también lo recibí
siendo muy joven.
-¿Qué les dirías a los críticos de tu premio?
Yo creo que todo premio genera esto, principalmente cuando son premios
importantes. Por otro lado, pienso que cada uno es conciente del valor
de su trabajo y no necesita un premio para saber lo que realmente vale.
Un premio es una motivación, un impulso, pero no es una verdad absoluta.
Todo el tiempo se dan premios y eso no significa que eres el mejor. Que
no te den un premio no es razón para arañarse.
-¿A qué te refieres?
Una de las críticas más fuertes vino de parte de un participante. La
verdad es que el asunto de los premios tiene que ver con el jurado –que
en este caso es de prestigio–, y en segundo lugar, con los tiempos. Si
en esta ocasión se ha premiado a alguien no tan viejo como yo, es porque
actualmente es importante que la obra esté vinculada con la sociedad, y
eso estaba en las bases. O sea, el trabajo más allá del hecho de
pintar. Mi obra ha estado vinculada en algún momento a rescatar la
producción artística y desconocida de la Amazonía. En otro momento,
desde mi misma pintura, a promocionar el arte callejero, el arte
anónimo, a darle nombre a estos artistas. Mi labor también se ha
vinculado a la problemática infantil de Iquitos, como es el caso del
proyecto “El niño de la caja”, que consiste en una pintura que sale en
procesión cada primero de mayo y es alzada por los niños trabajadores de
las calles de Iquitos. Finalmente, mi obra ha insistido en la igualdad
de derechos y de trato hacia las diferentes opciones sexuales.
-¿Qué opinas del arte abstracto?
La verdad, no te puedo dar una opinión muy clara, me gusta el arte abstracto, me gusta el arte en general.
-Uno de los referentes peruanos del arte abstracto es Fernando de Szyszlo, quien, además, te ha criticado…
Mira, líneas artísticas que han sido parte de un movimiento
generacional ya pasado tienen su valor en la historia y, por supuesto,
tuvieron un gran valor en su momento, pero no hay nada en el arte que
sea eterno. El arte debe renovarse constantemente, responder a
situaciones reales, vinculadas a cada tiempo, y hay que tener el valor
como artista de aceptar discursos nuevos, de admitir que cada tiempo
exige un pensamiento, una técnica, un color diferente.
-¿Por qué tu arte está tan marcado por la imagen de la mujer semidesnuda?
¿Te parece? Sí pues. Será porque soy muy pegado a la pintura clásica.
-¿A cuánto se cotizan tus pinturas?
Depende, la verdad, no me gusta hablar de precios.
-¿Hay jerarquías? Entre un pintor, un grafitero…
Para mí no. Hay mucha gente que hace comentarios desubicados en prensa,
que dice que son cosas muy diferentes. Yo creo que no. Por ejemplo, en
el ‘76, cuando se le otorgó el Premio Nacional de Cultura a López Antay,
muchos artistas saltaron porque le dieron el galardón a un artista
popular. En el setenta, le dieron el premio de San Isidro a Tola, que
era un reconocimiento importante de pintura. Fue igual, saltaron porque
era muy joven para tener un galardón. ¿Tienes que ser viejo para que te
den un premio? Tú ves la pintura de Tola a sus veintitantos años y era
genial.
-En tu obra se evidencia una fuerte presencia materna y una casi nula figura paterna…
Mi padre está presente de modo solapa. Esta ahí. De niño lo dibujaba
más. Por cosas de la vida, como la muerte de mi papá, quería hacerla
sentir mejor a mi mamá y la retrataba.
MILAGROS OLIVERA
molivera@diario16.com.pe
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