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Las cosas que uno medita mucho o quiere que sean 'perfectas', generalmente nunca se empiezan a hacer...
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"Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no cuenta es lo humano". (Ernesto Sábato, Antes del fin)
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domingo, 15 de septiembre de 2013

Nada que aclarar



Quiero reflexionar sobre una de las logradas creaciones literarias de Teresa Ruiz Rosas. Con la autora, una de las mejores novelistas contemporáneas de lengua hispana, me une un antiguo cariño, la poesía, la narrativa y Arequipa.
Teresa es nativa de la hermosa ciudad blanca, donde el sillar gracias a su luminosidad única se ve realmente blanco. Traigo este dato porque Nada que declarar es una novela muy...
arequipeña. Entre los intersticios de la trama que se desarrolla en Düsseldorf, Barcelona, Marruecos, incluso en Lima, la autora hace filtrar adrede la idiosincrasia arequipeña. Silvia Olazábal Ligur, -inmigrante voluntaria y protagonista de la novela-, es una referente constante de ese juego de jerarquías mesocráticas de Arequipa. ¿Será sólo de Arequipa? O ¿A través de su relato otras ciudades ni capitales, ni cosmopolitas se retratan? En un ejemplar de El Comercio de la década del veinte, un artículo sobre el músico polaco Chopin, argumentaba que era un provinciano folklorista, pero por eso mismo era universal, pues se adentraba tanto en el alma local que lograba trascender hacia los valores esenciales de la humanidad. Basta recordar que las polonesas fueron su afición constante, y que también fue un inmigrante, un expatriado con el corazón siempre puesto en su amada Polonia.
Pasemos ahora a la obra. Nada que Declarar es una novela escrita por una mujer, desde su experiencia vivencial e intelectual de mujer. Lo cual, estoy convencida, marca una diferencia: habrá entendimientos y sentires diferentes al ser leída por una mujer que por un varón. El corte de género radica en que la ficción remite a la realidad de las experiencias femeninas más temidas e incómodas. El acoso sexual es una experiencia que casi todas la mujeres hemos sufrido, sea de niñas, de púberes, de adolescentes, de jóvenes y de adultas. Y casi todas hemos reaccionado de la misma manera que la protagonista: El silencio. Silencio por compasión de los otros: no hacer sufrir a la madre. Silencio por vulnerabilidad: ¿te creerán? Silencio por miedo al poder del adulto que te violenta.
Remite también al enamoramiento y la confianza que se teje sobre las ganas de creer en el cuento de hadas: el varón que te regale la vida soñada. Sea salir de la miseria o tener riqueza. Amor y credulidad, son la antesala de ingentes desgracias: embarazos solitarios, madres abandonadas, violencia doméstica y la trata de mujeres.
La trata de mujeres es el tema central, el hilo conductor de Nada que declarar, pero es una manera crítica y denunciadora que comparto plenamente con la autora. Primero, porque nos adentra al tema a través de la mirada femenina, es decir, de una óptica que nace en los sentimientos de las mujeres frente a la prostitución propia y ajena. Segundo, porque la postura política de la autora es devastadora frente a la permisividad y legalidad de la prostitución, que tras el manto de los derechos civiles encubre el poder masculino en pleno siglo XXI; encubre la criminalidad organizada: las mafias traficantes que engañan, extorsionan, violentan y explotan a las mujeres; encubre la corrupción institucional que vive y es cómplice de esas mafias, recuerdan el escándalo del director gerente del FMI Dominique Strauss-Kahn (DSK) denunciado por acoso sexual y un año después por proxenetismo. Se especuló sobre maniobras políticas detrás de esas acusaciones, lo cierto es que el prontuario de dicho señor era harto conocido, es decir, si salió a luz no fue por hacerles justicia a las mujeres. Además, el escándalo inspiró la novela Karnaval que ganó el premio Herralde 2012 y el film “Welcome to NY” cuyos avances se proyectaron en el 66° Festival de Cannes, donde se lució el mismísimo DSK. Nada que declarar en postura diametralmente opuesta, toma partido desde y por las mujeres.
Tercero, comparto con la autora los argumentos históricos con que devela la ideología de la Tolerancia. Un discurso aparentemente democrático que esconde o endulza verdades aberrantes como la trata de mujeres y la opresión del sexo femenino que la sostiene.
Por último, la autora pone en tela de juicio el dictamen “la prostitución es la profesión más antigua de la humanidad”. ¿Será verdad? O es una lectura occidental moderna de la historia como muchas otras con relación a las mujeres cargada de falacias, pues, ¿Cómo puede ser que la prostitución femenina haya sido la profesión más antigua cuando en Europa hasta 3mil años a.C. veneraban a las diosas, se ensalzaba la capacidad reproductiva del cuerpo de las mujeres y ellas eran el centro de las relaciones comunales? Incluso en las Antiguas Grecia y Roma aquello denominado prostitución, respondía a una jerarquía de relaciones vinculadas a la religiosidad, que daba al cuerpo femenino una categoría divina. Más bien fue el crecimiento moderno de las ciudades europeas convertidas en el reino del mercado que lo convirtieron todo en mercancía, donde ejércitos de mujeres desplazadas del campo, se iniciaron en el comercio de sus cuerpos.
En el Antiguo Perú no hubo mercado y tampoco prostitución, entonces al menos en el Perú la prostitución no fue la profesión más antigua. Pero dejamos este tema para otra ocasión. Ahora deseo terminar diciendo que la exuberante novela de Teresa Ruiz Rosas cala nuestras biografías, que nos da ganas de ser cómplices solidarias de una y miles Diana Postigo, sumidas en el oprobio de la explotación y la prostitución, en suma decirle que su novela no es un reloj de arena roto en el desierto.
 
Fuente: http://maritzavillavicencio.lamula.pe/2013/09/14/nada-que-aclarar/oranek/

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