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Las cosas que uno medita mucho o quiere que sean 'perfectas', generalmente nunca se empiezan a hacer...
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"Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no cuenta es lo humano". (Ernesto Sábato, Antes del fin)
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domingo, 24 de noviembre de 2013

Derrota asegurada



Por Carlos León Moya. Versión preliminar a la publicada en Hildebrandt en sus Trece el 22/11/2013.
El escándalo López Meneses nos ha hecho olvidar aún más las elecciones municipales de este domingo, donde se elegirán a los regidores metropolitanos que reemplazarán a los revocados en marzo.
Susana Villarán perdió a...
20 de sus 21 regidores, y es altamente probable que la alianza metropolitana que lidera no obtenga más de un (1) regidor este domingo. Uno solo.
Es un fracaso por donde se le mire. Villarán no perdió la revocatoria, pero habrá perdido virtualmente todos sus regidores. Si ha pasado tres años fatales con mayoría en Concejo, ¿cómo será ahora, con apenas uno o dos regidores?
Muchos en la gestión municipal apuestan que el 2014 será el año del destape, donde las reformas tomarán cuerpo y la aprobación de Villarán subirá como la de Toledo en sus últimos meses. Hasta se animan a pensar en una posible reelección de Villarán –incluida ella misma.
Pero, aunque la esperanza es lo último que se pierde, no hay nada que haga pensar que el último año será mejor que los anteriores. Todo lo contrario: todo apunta a que será aún peor.
Pasados tres años de cuatro, creo que ya se puede hablar de un fracaso. Aunque varias razones lo explican, hay un responsable principal: la propia alcaldesa Villarán. Y como tal, no debería pensar en reelegirse.
Razones de un fracaso
Como decía, hay varias causas de este fracaso. Algunas son anteriores a Villarán. La principal: en general, la izquierda tenía un brutal desconocimiento del Estado. Tanto tiempo fuera del poder la había oxidado y entorpecido a sus principales dirigentes. Como se veía electoralmente incompetente, la mayoría no pensó en gobernar. El primer paso era acumular.
Esa fue la idea de la Confluencia el 2010: postular para acumular, no para gobernar. El Perú tenía entonces a la izquierda más marginal de América del Sur, así que no había mucho que perder.
No buscábamos ganar pero ganamos.
Ganó una izquierda enana, sin organizaciones sociales, sin vínculos con la gente, sin experiencia. No tenía cómo servir de base social a la gestión. Por otra parte, muchos de sus militantes no estaban profesionalmente calificados, lo cual complicaba su ingreso a la burocracia.
Se sabía también los enemigos a enfrentar: la derecha, los medios de comunicación, Castañeda Lossio, etcétera. Su comportamiento agresivo y desleal era previsible.
Sacar adelante la gestión no iba a ser fácil. Se necesitaba mucho más que la suerte de la campaña. Se necesitaba un liderazgo a la altura de las circunstancias: convocante con los aliados pero severo con los errores; firme en la estrategia pero flexible en la táctica. Un liderazgo consciente de que sobre sus hombros reposaba el futuro de la izquierda, y que debía dar un mensaje claro: una gestión de izquierda es como esta, mejor y diferente.
Villarán hizo todo lo contrario.
Semanas antes de iniciar la gestión, Villarán trató peor que a perro callejero a sus aliados de Patria Roja y rompió la alianza nacional con ellos. Tierra y Libertad se solidarizó con los maltratados y se alejó también. En la práctica, generó un distanciamiento con ellos. Como habrá sido de torpe esta jugada que, a cambio de perder a sus aliados, Fuerza Social ganó a Manuel Rodríguez Cuadros.
Luego, la gestión no supo diferenciarse. ¿Qué hacía diferente a la gestión, que no sea la ausencia de resultados concretos? ¿Qué la hacía de izquierda, sino la supuesta ineficiencia? Se optó por reformas de largo plazo en lugar de resultados visibles y tangibles. Lo más visible fue la pelea con Castañeda. La gente pedía concreto y resultados de corto plazo, pero Villarán y su equipo querían educar a la gente. Al final la gente los terminó educando.
Su estilo de gobernar fue poco amplio. El círculo de decisión no estuvo en el conjunto de la izquierda, sino en el círculo de confianza de Villarán. Un círculo que tenía buenas credenciales profesionales, pero cuya vanidad era inversamente proporcional a su olfato político.
Cuando cometieron (grandes) errores, Villarán miró a otro lado. Cuando el peso era mucho, los castigaba otorgándoles otro puesto de confianza. Solo cuando el escándalo era insostenible (Miguel Prialé, Gabriel Prado), optaba por sacarlos. En lugar de actuar como una lideresa, Villarán actuó como una mamá gallina.
Por otra parte, así la izquierda no tuviese las “credenciales profesionales” para entrar a la burocracia municipal, ¿cómo explicar el ingreso masivo de un grupo de personas que no tenían las “credenciales políticas”? El patio de Sociales de la Universidad Católica se mudó en masa al Palacio Municipal, pero con gente cuya experiencia política no pasaba de una pacífica y aburrida campaña de centro federado.
Esta tecnocracia sin política tuvo su par en una Villarán que hablaba mucho y no decía nada. No creó un mensaje ideológico ni apeló a los lazos afectivos. Ni siquiera un poquito de populismo. Nada. Fue una gestión sin nervio, sin sentimiento. Peor aún, para mucha gente el único sentimiento que generaba era rabia.
Durante la revocatoria, la gestión mejoró sustantivamente. Los funcionarios trabajaron como nunca porque intuían que se les venía la noche, y los políticos mejoraron largamente su accionar. Sin duda, Luis Favre ayudó a ese objetivo (gracias Siomi Lerner) y consiguió que Villarán permaneciera en su puesto.
Pero Villarán seguía siendo Villarán. Apenas tres horas de haber triunfado el “No”, dijo que se “tomaría unas vacaciones”.
Ocho meses después se puede apreciar mejor el efecto de la revocatoria. Villarán se salvó, pero no la imagen de su gestión. Los medios dejaron de prestarle atención. Su estilo casi no cambió. Si hubo cambios en la gestión, no se notaron. Muchos funcionarios “se relajaron” y dejaron de trabajar como en el verano, dando paso a una gestión otoñal. El domingo se cerrará el círculo en unas elecciones que seguramente la dejarán peor parada.
¿Reelección de un fracaso?
Cuando no clasificamos al Mundial, siempre tenemos cosas buenas que destacar: un par de partidos, alguna actuación individual. Asimismo, en la gestión municipal hay cosas destacables. La reforma del transporte seguramente trascenderá a la gestión, llevada adelante por Gustavo Guerra García. Regidores como Marisa Glave y Marité Bustamante han dejado muy buena imagen y quedan como promesas a futuro.
Pero el balance igual es negativo. La relación entre la gestión y la izquierda, en lugar de simbiosis, fue un suicidio mutuo. La gestión pudo haber sido una oportunidad para la izquierda, pero parece que será un pasivo. La izquierda pudo haber ayudado a la gestión, pero no tenía ni experiencia, ni cuadros, ni organizaciones, ni flexibilidad ideológica.
La responsabilidad es compartida, pero en última instancia recae sobre Villarán: ella asumió el liderazgo de la izquierda en Lima hace tres años. A menos que la tratemos con guante de seda y digamos que los activos son suyos y los pasivos compartidos.
En todo caso, si el domingo el resultado es tan malo como parece, Villarán debería dejar de pensar en reelegirse. Su intención es un secreto a voces y hasta se está volviendo consenso. “Si no es Susana, ¿quién?” se preguntan. Discrepo: la pregunta no es “quién”, sino “para qué”. Si la gente no vota para darle un par de regidores siquiera, ¿para qué Susana de nuevo? ¿Para qué?
 
Fuente: http://carlosleon.lamula.pe/2013/11/24/derrota-asegurada/carlosleon/

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