Para Klaudia Gaugier son mucho más que muñecas: son sus hijas. Las crea para sí misma y en cuanto están terminadas se siente tan responsable de su suerte como lo haría una madre. Por eso, si alguien quiere arrebatarle a alguna de sus criaturas y, por tanto, romperle el corazón, debe pagar bien por ello: hasta 700 euros.
Por suerte, o por desgracia, no son...
el tipo de muñecas que uno verá en
los escaparates de las jugueterías. Su autora afirma que “tienen alma”, y
debe ser un alma muy torturada, a juzgar por su aspecto. “Quiero que
mis creaciones provoquen emociones extremas: desde una carcajada hasta
el terror –afirma–, que la gente reaccione ante ellas como lo harían
ante un ser humano”.
Después de comprobar que ni la pintura ni la escultura le servían para
expresar su creatividad, esta artista polaca encontró en sus muñecas la
síntesis perfecta entre un retrato, una figura y un ser animado. Desde
su cabaña situada en los umbríos bosques del sur del país, se dedica a
“dar a luz” a estos seres sombríos, que parecen preguntar con su mirada
vidriosa por qué les han obligado a nacer. Su aire timburtoniano y
gótico ha fascinado a clientes de medio mundo y sus muñecos han
aparecido en revistas de arte, exposiciones e, incluso, anuncios
publicitarios.
El proceso de creación siempre comienza con la cara. La forma que
adopte el trozo de porcelana cocido a mil y pico de grados en un horno
eléctrico determinará la “personalidad” de la muñeca. Después, Gaugier
simplemente deja que “el nuevo ser cobre vida y se termine de crear a sí
mismo”. Abalorios, ropa a medida y sobre todo un par de pupilas
vidriosas conferirán a su nueva “hija” ese aire ambiguo que mezcla las
muñecas de porcelana clásicas con una especie de estética folk
primitiva. Finalmente, a cada escultura se le infringe pequeñas marcas y
defectos para que el efecto sea completo. El proceso puede llevar
meses.
“Cada muñeca es única, no hago moldes. Por eso digo que crearlas es
como alumbrar a un niño. Algunas las termino enseguida, otras me
torturan durante meses hasta que las completo. Las hay primitivas y las
hay más complicadas. Pero si al mirarlas alguien siente que se le rompe
el corazón y debe llevársela a casa, entonces sé que ha merecido la
pena”.
Miguel Ángel Gayo
Elmundo.es
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