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Las cosas que uno medita mucho o quiere que sean 'perfectas', generalmente nunca se empiezan a hacer...
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"Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no cuenta es lo humano". (Ernesto Sábato, Antes del fin)
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martes, 8 de marzo de 2011

8 de marzo: ¿Qué celebrar? ¿Cómo celebrar?

EDITORIAL
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Por Marfil Francke
 
Este martes, 8 de marzo, celebramos en el mundo entero el Día de la Mujer. No faltará algún tonto que pregunte, una vez más, por qué las mujeres tenemos que tener un día especial de reconocimiento y los hombres no, por qué se habla tanto de los derechos de las mujeres y no de los derechos de los hombres. Parece que hay quienes todavía no quieren ver lo que desde hace 50 años, con la publicación de "El Segundo Sexo" de Simona de Beauvoir, nos estamos esforzando en mostrar: subsumidas bajo el genérico término "hombre" que supuestamente nos incluía –como en la "Declaración Universal de los Derechos del Hombre" y en el "peruano oprimido" de nuestro himno nacional-, las mujeres fuimos invisibilizadas, desaparecimos de la historia, no se contó nuestro aporte económico, no se nos consideró ciudadanas ni se nos reconoció derecho alguno.
Eso fue en el pasado, insisten los tontos. Pues si, en el pasado era mucho peor. Mi mamá quedó embarazada a la primera que se atrevió a hacer el amor con su novio y tuvo que dejar la universidad y casarse: era inimaginable en una ciudad como Lima, que optara por seguir estudiando "con barriga", mucho menos que pensara en ser madre soltera! En aquella época, apenas hace unos 60 años, las mujeres no tenían aún derecho al voto (concedido por el dictador Odría que buscaba legitimarse mediante un proceso electoral – ¿suena familiar?) y el Código Civil equiparaba a las mujeres casadas con menores de edad que requerían permiso del marido para salir a trabajar.
Eso sería en el caso de las clases altas, insisten los tontos, las mujeres del pueblo siempre han trabajado, nunca requirieron permiso de nadie. Efectivamente, para las mujeres pobres la situación siempre ha sido peor: obligadas a trabajar desde muy pequeñas para asegurar la sobrevivencia familiar, siempre lo han hecho en calidad de "ayuda familiar no remunerada", y/o cuando logran además de la carga doméstica hacerse de un trabajo asalariado se trata de los peor pagados, de los oficios subvalorados, que no garantizan condiciones adecuadas de trabajo, salarios decentes, derecho laboral alguno. Es lo que sucede hoy en el Perú con las trabajadoras de la agroexportación, con las miles de empleadas domésticas (¿sabía Ud que el 95% de los "trabajadores domésticos" en el Perú son mujeres?), con las asalariadas rurales (¿sabía que en la sierra a las mujeres se les paga habitualmente "medio jornal"?)
Las cosas están cambiando, argumentan una vez más los testarudos. Pues si, están cambiando. Gracias a las luchas, múltiples y desde diversos frentes, de las mujeres en todo el mundo. En las calles, quemando sostenes o dándose besos frente a la catedral para espanto de los conservadores –pareciera que no hay otro modo de que la prensa nos conceda espacio-; en los gremios, exigiendo a los compañeros que se incluyan reivindicaciones como guarderías y permiso de lactancia en los pliegos y eventualmente dirigentas en la representación; en el Congreso, promoviendo leyes, políticas y presupuesto, y en nuestras familias, requiriendo que se comparta el trabajo doméstico; y escribiendo libros, poesía, canciones, celebrando la vida. Por eso celebramos el 8 de Marzo.
Celebramos por lo mucho que hemos avanzado. Celebramos también, para recordarnos y recordar a los tontos que se niegan a mirar, lo mucho que aún falta: en el Perú aun hay personas analfabetas y 75 % de ellas son mujeres, en la escuela aun se omite hablar de nuestras heroínas cuando se explaya sobre Tupac Amaru o Miguel Grau, y aunque ingresan tantas mujeres como hombres a la universidad, son menos las que se gradúan. Como mi mamá hace 60 años, muchas peruanas hoy aun postergan o abandonan sus estudios para dedicarse a apoyar a otros: hermanos mayores que también quieren estudiar, padres ancianos, bebés propios o ajenos. De otra parte, la tasa de mortalidad materna es aun inaceptablemente alta y la mayoría de esas muertes femeninas son evitables: servicios oportunos y adecuados culturalmente aun no están disponibles para la mayoría de las mujeres rurales. Tampoco están asegurados la información y el acceso a anticonceptivos modernos y ni siquiera el aborto terapéutico, legal en el país desde 1927.
  
En materia laboral, también queda mucho pan por rebanar: el trabajo doméstico, fundamental para asegurar la reproducción de las familias y de la sociedad en su conjunto, no es reconocido como tal ni contabilizado en las cuentas nacionales; los oficios que se consideran propios de la mujer conllevan menores remuneraciones y escaso prestigio, y son pocas las mujeres que llegan a ocupar cargos directivos en las empresas, sean éstas privadas o públicas. Lo más grave empero, es la vigencia del uso de la violencia contra las mujeres. En las casas, en las escuelas, en las fuerzas armadas, en las empresas privadas y de parte de los llamados operadores de la ley: las mujeres son objeto de acoso sexual, violencia psicológica y maltrato físico, aunque éste aun permanece bastante oculto por lo difíciles que son los procesos que conlleva una denuncia y la poca garantía de que llegarán a buen fin para la denunciante. Por ello, y para seguir avanzando nuestros derechos, reclamamos justa representación en el Congreso y en el Ejecutivo. Una vez más, empero, vemos que los partidos se limitan a cumplir con el 30% mínimo de candidaturas femeninas y que éstas no se ubican precisamente en lugares donde puedan destacar. Así, una de las consignas que este 8 de marzo vamos a corear, sin duda, será: 50/50 y paridad!


Por Marfil Fracke

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