Estados Unidos no quería una guerra en Libia. En Washington, pocos tenían ganas de una nueva intervención en un país musulmán. Una zona de exclusión aérea les parecía una solución ineficaz. Gadafi, además, podía ser malo, pero no había pruebas de atrocidades que reclamaran urgencia. Durante la semana, sin embargo, algo cambió. Fueron tres cosas:
1. Los libios y los árabes. La oposición libia pedía igualdad de condiciones: si ellos no tenían aviones, que Gadafi tampoco. Querían una zona de exclusión aérea. El presidente francés, Nicolás Sarkozy, cogió el guante porque le interesaba mejorar su imagen de líder y el rol de Francia en Oriente Medio, y junto al primer ministro británico, David Cameron, empezaron a moverse para conseguir algo en Naciones Unidas.
Estados Unidos era escéptico hasta el sábado. La Liga Árabe pidió la imposición de una zona de exclusión aérea en Libia. La aventura militar ya no sería solitaria y occidental. Los libios y sus vecinos también la pedían. Es quizá la primera intervención occidental en un país musulmán sin manifestaciones en contra.
En este vídeo que, según Los Angeles Times, es de un posible bombardeo en el aeropuerto de Misurata, alguien grita sin parar “Alá es grande” mientras caen misiles americanos en suelo musulmán. El apoyo árabe no era solo de boquilla: al menos Catar y Emiratos intervendrán.
1. Los libios y los árabes. La oposición libia pedía igualdad de condiciones: si ellos no tenían aviones, que Gadafi tampoco. Querían una zona de exclusión aérea. El presidente francés, Nicolás Sarkozy, cogió el guante porque le interesaba mejorar su imagen de líder y el rol de Francia en Oriente Medio, y junto al primer ministro británico, David Cameron, empezaron a moverse para conseguir algo en Naciones Unidas.
Estados Unidos era escéptico hasta el sábado. La Liga Árabe pidió la imposición de una zona de exclusión aérea en Libia. La aventura militar ya no sería solitaria y occidental. Los libios y sus vecinos también la pedían. Es quizá la primera intervención occidental en un país musulmán sin manifestaciones en contra.
En este vídeo que, según Los Angeles Times, es de un posible bombardeo en el aeropuerto de Misurata, alguien grita sin parar “Alá es grande” mientras caen misiles americanos en suelo musulmán. El apoyo árabe no era solo de boquilla: al menos Catar y Emiratos intervendrán.
2. Gadafi es tonto. Desde que recuperó la iniciativa, el régimen de Gadafi se movía con astucia: avanzaba, bombardeaba, pero no era indiscriminado. Morían personas, pero ninguna agencia -que averiguaban la información por teléfono- daba más de algunos muertos. No se veían masacres que hicieran pensar en genocidios.
Pero se acercaba Bengasi y la victoria. En lugar de bajar las amenazas y prometer clemencia y diálogo, Gadafi dijo que “no tendría piedad” de los que se enfrentaban a él. En lugar de tranquilizar, Gadafi subió el tono. Desde el primer día, el mundo vio un hombre estrambótico, impredecible. Nadie podía fiarse de él en momentos así.
No sabremos qué hubiera ocurrido si Gadafi hubiera llegado a Bengasi. No está aún descartado que llegue, pero la situación no sería la misma; sería peor. La represión podría haber sido brutal para eliminar rebeldes y evitarse problemas futuros. Pero no había más pruebas de crueldad que las imágenes de los primeros días. La mejor prueba era lo que decía y ese tono ido. Podía haberse callado. Las palabras cuentan.
3. El poder de tres mujeres. Tres mujeres del gobierno de Obama impulsaron el cambio de opinión. La mujer más importante es Hillary Clinton, la secretaria de Estado. Tenía sobre todo dos motivos para intervenir: uno, la capacidad de Libia para desestabilizar los cambios en Túnez y Egipto y los posibles en otros países. Si Gadafi seguía, sería el primer dictador que resistía después de una revuelta seria. Era un ejemplo de violencia severa. La línea no podía cruzarse.
Dos, Irán. Clinton quería demostrar a Irán que Estados Unidos no se arruga para defender sus valores. Es probable que Clinton compartiera estas preocupaciones con Obama y otros miembros de la Administración, pero quizá por su trabajo diario, eran un problema diario suyo.
Las otras dos mujeres son la embajada americana en Naciones Unidas, Susan Rice, y la miembro del Consejo de Seguridad Nacional, Samantha Power. Rice era asesora para África de Bill Clinton cuando ocurrió Ruanda; Power es periodista y premio Pulitzer por un libro sobre la política exterior americana y el genocidio. Las dos han trabajado en sus carreras previas sobre la intervención humanitaria. Era su momento: como dice aquí un diplomático árabe, “Rice no quería tener otra Ruanda en sus manos”.
El momento clave fue la noche del martes. Allí el presidente Obama decidió que había que hacer algo y que una zona de exclusión aérea no era suficiente. La embajadora Rice se encargó de dar con una buena resolución y los votos. Gracias a eso, suena ya como próxima secretaria de Estado en 2013; aunque depende mucho de esta guerra.
*
Así llegó a la guerra en Estados Unidos. Pero esos motivos, más o menos válidos, no cambian el hecho: estamos en guerra. Las quejas hace tres o cuatro días eran sobre la lentitud de Occidente. Hoy son sobre su cinismo y amor por la guerra. Nunca todos están contentos. Por supuesto, es más fácil cambiar de opinión en casa que en la Casa Blanca.Ante todo, hay algo evidente: nunca sabremos qué hubiera ocurrido si Naciones Unidas no toma la resolución 1973. Es imposible también saber cómo sería el mundo si hoy Sadam Husein fuera presidente de Irak. Pero como no ha pasado, actuamos como si no fuera tan grave. Ya hemos olvidado la gravedad de la amenaza.
Pero da igual. La pregunta es otra: por qué en Libia sí, y en Bahráin, Yemen, Sudán o Costa de Marfil no. Primero, deberíamos preguntarnos por qué nos interesa tanto Libia y tan poco Costa de Marfil. Luego, las guerras no son fáciles de lanzar. Los recursos son limitados y cada país tiene intereses distintos. Es difícil que todo converja. George H. W. Bush logró ir a Somalia y fracasó. Poco después, Bill Clinton no quiso ir a Ruanda y se equivocó.
Las condiciones para intervenir en Libia se cumplían: a Francia y Gran Bretaña les interesaba, los árabes lo pedían, Estados Unidos no se negaba y China y Rusia no iban a vetar. ¿Por qué no aprovecharlas? ¿Era mejor esperar más? No sirve el argumento de que ahora, en una guerra, morirá más gente: hace tres días se decía lo contrario -que el ataque de Gadafi sería terrible- y también era un argumento definitivo. No se sabía entonces y no se sabe ahora. No valen.
Tampoco creo que el petróleo libio sea tan importante. El petróleo ya fluía y seguirá fluyendo. Es la fuente de ingresos principal de Libia, para este gobierno y para el siguiente. Si el petróleo era tan esencial, Occidente hubiera callado, hubiera esperado que el conflicto amainara y habría enviado de nuevo a las compañías petroleras. Pero ha intervenido para proteger a civiles. Me parece la razón más sólida.
La vida de un civil libio no vale más que la de un yemení. Es evidente. ¿Pero por eso es mejor que mueran los dos o solo uno? Claro que ahora quizá mueran todos porque la guerra se complica. Las guerras no solo son difíciles de lanzar, también pueden liarse: una intervención humanitaria exterior puede acabar por matar a más gente que quedarse fuera y mirar cómo se matan. Pero aunque hay muchos profetas, ninguno es capaz de saber eso. Estas decisiones son a tientas. Lo mejor que podía hacer el jueves el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas era frenar a Gadafi. Y lo hizo.
Fuente: http://www.obamaworld.es/2011/03/20/la-primera-guerra-de-obama-por-que-en-libia-si-y-en-otros-paises-no/
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