El ingeniero industrial Juan Luis Cipriani Thorne tiene un hábito: desde el púlpito de la catedral de Lima, todos los domingos pega y sermonea de forma estentórea a esos –sobre todo-- pecadores que se atreven a defender los derechos humanos. Magnánimo, administrativamente para sus fieles, Cipriani debe ser llamado: “Eminentísimo y Reverendísimo Señor Juan Luis Cardenal de la Santa Romana Iglesia, Cipriani Thorne”. Es decir, él y solo él, es único. Representa a Dios en el Perú. En jerarquías, arriba de su sotana solo está el Papa, el vicario de Cristo en la Tierra, el único planeta donde la Iglesia reconoce la vida misma. Y Cipriani, hoy le ha puesto el ojo a la Pontificia Universidad Católica del Perú. La quiere para su bando y bolsillo. Cuidado, que por eso soy ateo gracias a Dios.
Así, la Junta de Presidentes de la FEPUC –los trabajadores de la “Católica”- del 23 de agosto de 2011 ha proclamado: “Rechazamos enfáticamente las pretensiones del arzobispo Cipriani de alterar nuestra institución y convertirla en una difusora de pensamientos retrógrados e intolerantes”. Los profesores también reclaman que mediante la modificación de los estatutos, se busca alterar los principios democráticos y plurales que caracterizan a esa casa de estudios. Que el cardenal está instrumentalizando su cargo eclesiástico de forma indebida para causar impacto mediático acorde a sus propios intereses políticos, ideológicos y económicos. “Es necesario aclarar que nuestro conflicto es ante el arzobispo Cipriani y no contra la Iglesia como institución. La PUCP fomenta la pluralidad, en concordancia con los...
ideales católicos de respeto y justicia”, dice otro comunicado.
Me embelesa Cipriani. Es un apasionado hormonal y belicoso. Escribía Mario Vargas Llosa aquel 8 de agosto del 2002 en el diario español “El País”: “Cipriani no pasará a la historia por su vuelo intelectual, del que, a juzgar por sus sermones, está un tanto desprovisto, ni por su tacto, del que adolece por completo, sino por haber sido el primer religioso del Opus Dei en obtener el capelo cardenalicio, y por su complicidad con la dictadura de Montesinos y Fujimori, a la que apoyó de una manera que sonroja a buen número de católicos peruanos, que fueron sus víctimas y la combatieron. La frase que lo ha hecho famoso es haber proclamado, en aquellos tiempos siniestros en que la dictadura asesinaba, torturaba, hacía desaparecer a opositores y robaba como no se ha robado nunca en la historia del Perú, que ‘los derechos humanos son una cojudez”. No es fácil decirle sus verdades a Cipriani. Cierto, te enjuicia. Por ello es bueno tener un Nobel en la familia. Así le revela sus cuatro cosas al cura bravucón.
Conocí al Ciprini basquetbolista. Jugaba en el Club Social Lince, una suerte de Sport Boys pero de clase media. El cardenal era atlético, erguido y de tiro certero. El viejo Koco Cárdenas lo elogiaba. Pero siempre fue un ‘boca sucia’. Mentaba la madre cuando le quitaban la pelota. Yo lo oía al borde del parquet en el inolvidable Coliseo del Puente del Ejército. Cierto, Cipriani debió ser soldado y no cura. No le va, su mirada lo desnuda. Yo lo imagino con casco, camuflaje y borceguís allá en Ayacucho. Son famosas sus conferencia a militares. En enero del 2001, agenciaperu.com propaló un video donde nuestro monseñor derrama tiesura en la Escuela Técnica del Ejército. Ver http://www.youtube.com/watch?v=v0w4oEX5JU4&NR=1. Pero es ‘salado’, en marzo último estuvo en EE.UU. y visito los entrenamientos del más famoso equipo de la NBA, los Angeles Lakers. Cipriani, que jugó en la selección peruana de básquetbol entre 1961 y 1967, confesó a las estrellas del equipo, Kobe Bryant y Paul Gasol. Luego dijo: “Les ofrezco oraciones para que puedan terminar un buen torneo”. Para variar, los Lakers fueron eliminados de los playoffs.
Cipriani es hijo del conocido médico oftalmólogo limeño, el Dr. Enrique Cipriani –fundador de la Democracia Cristiana y del PPC--, y la señora Isabel Thorne --primera mujer supernumeraria del Opus Dei en el Perú (1954)--. Buena cuna. Siendo el cuarto de once hermanos. Estudió en el Colegio Inmaculado Corazón y el Colegio Santa María. Esa vez se hizo fanático y fue admitido por la prelatura Opus Dei en 1962. Ya militante, terminó sus estudios en la Universidad Nacional de Ingeniería y ejerció como ingeniero industrial en la Compañía W. R. Grace, hasta 1968. Es verdad, los designios divinos obligaban a Cipriani a más poder ¿Opus Dei? Sí, es una diócesis personal de la iglesia católica. Una organización que ofrece, “formación cristiana a personas de todas las profesiones (agricultores, enfermeras, arquitectos, amas de casa...), que tienen en común la búsqueda de la santidad en esa vida corriente”.
Durante más de medio siglo el Opus Dei –a imagen y semejanza del clan en la España de Franco-- ha ganado espacio en las esferas políticas. Desde que sus militantes ingresaron a trabajar al diario La Prensa (Chirinos Soto, Arturo Salazar Larraín, Carlos Rizo Patrón, etc.), fundaron la Universidad de Piura en alianza con el poderoso Dionisio Romero y, con Rafael Rey, lograron fusionarse al aparato fujimontesinista y hasta hoy, que poseen un poder omnímodo. El cardenal Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima, es su producto. El abrazo armado de esa fe. Cipriani, que cuando basquetbolista impuso “el martillo”, un estilo agresivo para hacer una ‘canasta’ de rebote. Hoy sigue en cruzada. La “católica” es su caza.
Eloy Jáuregui
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