El autor de la novela Materia dispuesta y del libro de cuentos La casa pierde sostiene que hay que dejar de hacer una “crónica del poder”. Y propone “un periodismo de las víctimas que se opone a ese poder de la muerte, de las armas y del dinero”.
Por Silvina Friera
Un rasguño en la madera agrietada de las conciencias. “Los olvidados no olvidan al país.” Juan Villoro pronunciará esta frase redonda que escribió en una crónica reciente sobre la Cruz Roja mexicana. Los pobres –los olvidados con memoria– son la columna vertebral que sostiene la asistencia. Pero antes de que diga esta frase, la silueta del escritor se alarga a medida que se aproxima por el hall del hotel. Un recuerdo se agiganta con su felicidad remota ahora que estrena en Buenos Aires su segunda obra de teatro, Filosofía de vida, dirigida por Javier Daulte y protagonizada por Alfredo Alcón, Rodolfo Bebán y Claudia Lapacó (ver aparte). Habrá que imaginar a ese adolescente que a los 14 años (en 1970) garabateó lo primero que pudo mostrar: una obra de creación colectiva, Crisol, inspirada por la estética de Alejandro Jodorowsky, el “gurú hippy” de montajes deslumbrantes. La pasión por el teatro no se olvida, aunque haya sido aplazada por el periodismo y la literatura. “Este es mi mes argentino”, dice Villoro. No se jacta de ser un viajero curtido. Pero detesta las visitas relámpago. Prefiere una agenda recargada de charlas, presentaciones de algunos de sus libros reeditados, como su novela Materia dispuesta (Interzona), los cuentos de La casa pierde (Alfaguara) y la participación en un homenaje a Roberto Fontanarrosa en el Festival Internacional de las Artes, en Rosario.
“Mis crónicas son francamente parciales y responden a la principal exigencia periodística del viejo Severio: ‘Escriban con los riñones’”, se lee en el primer cuento de La casa pierde. El escritor recuerda que esa cita de “Campeón ligero” la escupe un periodista deportivo “un poco reventado” que ha recibido los maltratos de las redacciones, donde se considera más importante el vitalismo de la información que el rigor o la calidad estilística. “Ese periodista pretende ser un escritor, aunque es alguien que fracasó, quiso seguir a Onetti y a otros autores, pero sabe que no podrá emularlos. Entonces habla con cierto resentimiento de esta preceptiva que tiene que cumplir”, subraya Villoro en la entrevista con Página/12.–¿Qué opina de esta preceptiva de “escribir con los riñones”?–Yo creo que es decisivo escribir con emoción; sin pasión, ni siquiera un omelette tiene sentido, nada sale bien. El problema es que en cierto tipo de crónicas se adelanta demasiado la emoción de una manera tremendista para vender la noticia y se priva al lector de descubrir el placer de que eso es emocionante. Si el cronista se emociona demasiado, si lloró la crónica, te priva del placer de llorarla tú...
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