Mirko Lauer
Se ha reabierto la temporada de caza al primer ministro. De capitán a paje los opositores de izquierda, algunos congresistas de Gana Perú incluidos, ven a Óscar Valdés como el eslabón débil del gobierno, y piden su cabeza. De modo que una vez más Ollanta Humala ha salido a darle su respaldo público. ¿De qué trata todo este juego?
La idea parecer ser que la caída de Valdés demostraría la inviabilidad del camino que él encarna como ministro, y devolvería el péndulo político al punto inicial de la peripecia de Humala en el gobierno, cuando él y la izquierda daban la impresión de una mutua colaboración. Como si Humala fuera una suerte de presidente reversible.
Todo lo cual se asienta en...
una ilusión: que es Valdés y no Humala quien lleva adelante las medidas de fuerza frente a los actos de protesta más inclinados a la violencia. Pero Valdés no ha dado un paso sin la venia de Palacio, como corresponde a todo primer ministro en un sistema presidencialista. Su estilo no es de los mejores, pero institucionalmente está en caja.
De modo que Humala lo va a cambiar cuando tenga, o cuando se le imponga, una nueva concepción política que llevar adelante, como sucedió con la salida de Salomón Lerner. Esa nueva concepción no está a la vista, de modo que Valdés solo sería reemplazado por una figura similar: un revés político sin mucha ganancia.
A Humala le ha costado mucho esfuerzo imponer los términos de su actual concepción de la política frente a los conflictos. La podríamos definir como garrote defensivo con zanahoria desarrollista, suponemos que con la esperanza de que las energías de la protesta se agoten por el camino. Por ejemplo, que surja un cansancio frente a los heridos y los muertos.
No parece la mejor política para el gobierno. Por lo pronto deja la ofensiva en manos de la protesta. Esta se va expandiendo y en cierto modo unificando, mientras que el oficialismo se va dividiendo internamente. El propio pedido de que Valdés se vaya es la expresión de una división en las fuerzas del gobierno.
En otras palabras, la represión no es en sí misma una ofensiva política. Por sí sola no significa más que un desgaste policial. De pronto –es un ejemplo nomás– poner a alguien como Nicolás Lynch en el Ministerio de Educación haría mucho más por cambiar el panorama de la protesta y el diálogo que cientos de piquetes policiales.
¿Tiene Humala posibilidades de refinar su manejo político? No hay que hacerse muchas esperanzas. Hasta el momento da la impresión de haber dedicado más sofisticación política al manejo de su imagen como presidente (viajes y buenos anuncios). Parte del problema es que no parece gustarle delegar el poder, y menos compartirlo.
Fuente: http://www.larepublica.pe/columnistas/observador/despues-de-este-valdes-otro-valdes-02-06-2012
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