“La captura de Abimael Guzmán ha sido una maldición para el GEIN”. Veinte años después lo dice la suboficial Cecilia Garzón, Gaviota, la mujer policía que fue, junto con el que hoy es su esposo, la primera en ingresar a la guarida del criminal jefe de Sendero Luminoso. No lo dice con el mérito que le ha dado su papel estelar en esta hazaña policial, habla desde la tristeza y la decepción. Cómo se destruyó a un grupo excepcional de policías que desde la escasez inventó sus propios métodos, perfeccionó la técnica de investigación operativa, y logró llegar al corazón de... una organización terrorista muy cerrada, fanática y clandestina. Por qué una buena parte de estos policías ahora odia al general Ketín Vidal, se supone su respetable jefe. Ha sido solo la comprensible vanidad humana, que subyace cuando está de por medio la paternidad de una victoria universal contra el terror, lo que encendió los líos viscerales entre Benedicto Jiménez y el general que salió del anonimato esa memorable noche del 12 de setiembre de 1992. Y se hizo héroe.
EL INICIO DEL FIN DEL GEIN
Los problemas intestinos entre los policías que capturaron a Abimael Guzmán empezaron pocas horas después de la captura. El general Ketín Vidal filtró a Cecilia Valenzuela dos minutos convenientemente editados del video de la captura. Valenzuela en esos días trabajaba como colaboradora local para un equipo de la BBC de Londres que preparaba un documental sobre Sendero. Vidal siempre niega esto. Lo ha hecho en interrogatorios judiciales y en entrevistas periodísticas. Pero no es un secreto entre policías y reporteros de aquella época. En 1997, cuando coincidimos en el canal 9, Valenzuela me contó los detalles de esta filtración. Me dijo que Vidal evitó que un subalterno subaste al mejor postor la primicia. Una primicia de ciento veinte segundos donde se le ve a Ketín parado frente a un irascible jefe de Sendero que se chanca la cabeza con los dedos y ensaya una perorata supuestamente filosófica y revolucionaria. El general lo escucha y le responde con solvencia y autoridad. Esa imagen fue la metáfora del triunfo de la democracia y el Estado de derecho frente al terror y la barbarie terrorista. También es la estampa con la que se inmortaliza Vidal. Una vez que las imágenes se vieron en todo el mundo, Fujimori llamó a Vidal para pedirle responsables. Que rueden cabezas por haberle arruinado su primicia mundial. Según Marco Miyashiro, Vidal quiso que la pita se rompiera por el lado más débil: propuso sancionar a dos subalternos. Los jefes del GEIN no aceptaron. Al final, Vidal sancionó a Marco Miyashiro y al suboficial Walter Cápac, uno de los camarógrafos de la noche de la captura. El castigo consistía en no recibir los 14 mil dólares de premio y ser expectorados de la Dincote. Miyashiro fue cambiado a una comisaría de Chiclayo y Cápac sufrió similar suerte. Era la primera decepción para los hombres del GEIN.
SE RECONCILIA CON EL 'DOC'
El tiempo corría inexorablemente y los destinos de los hombres del GEIN se fueron bifurcando aún más. Jiménez y Miyashiro fueron enviados al extranjero como agregados policiales. Uno a Panamá, el otro a Bolivia. A los pocos años Ketín Vidal llegó a reconciliarse con su compañero de promoción, amigo, exabogado y mentor Vladimiro Montesinos. No se entendería de otra manera su nombramiento como Director General de la Policía en una época en donde los puestos más importantes de las Fuerzas Armadas y Policía estaban reservados solo para los hombres de absoluta confianza del asesor. Colaboradores cercanos del SIN me revelaron que fue un trabajo de doble agente, en las altas esferas de la candidatura presidencial de Javier Pérez de Cuéllar, lo que le devolvió a Montesinos la confianza que había perdido en Vidal. Precisamente fue cuando Ketín Vidal ya era jefe máximo de la Policía que el MRTA tomó por asalto la residencia del embajador japonés en Lima y provocó la llamada “Crisis de los Rehenes”. A ese gran ‘estratega de la inteligencia antiterrorista’ en el que se había convertido Vidal se le paseó un elefante por la cristalería. Su responsabilidad política era evidente y él optó por la renuncia. Pidió su baja a la Policía Nacional y se fue a sus cuarteles de invierno. Es verdad que Montesinos le ofreció el exilio dorado en Washington como agregado policial en la embajada peruana en Estados Unidos. Él, muy digno, no aceptó. Supongo que para un héroe viviente era denigrante aceptar un puesto para coronel. Y un sueldo de diplomático a esa altura del partido no le hacía falta.
EL DINERO QUE NUNCA LLEGÓ A SU DESTINO
Ketín Vidal llegó a ser director de la Dincote porque se perdió la plata. Era el dinero que todos los fines de mes llegaba en efectivo para el pago de un bono a los cientos de policías que trabajaban en esa dirección especializada. Un buen día simplemente robaron la plata de una de las instalaciones policiales más seguras del país. Los hombres del GEIN dicen que fue un supuesto robo urdido para sacar de la dirección al general Héctor Jhon Caro, quien hasta ese momento había tenido una gestión que podía mostrar resultados significativos. Durante su comando, el GEIN había realizado hasta diez grandes operaciones de inteligencia policial operativa. Habían logrado capturar a cuadros senderistas importantes y encontraron el famoso video de “Zorba el griego”, el registro visual del primer y único congreso del buró político de Sendero Luminoso. Un invalorable material visual para los sabuesos del GEIN. Fue la primera vez que tuvieron la certeza de que el omnipresente “Presidente Gonzalo” estaba vivo y no se escondía en el extranjero o en provincias. Presumiblemente estaba en Lima. Meses antes Vidal había llegado a la Dincote con el grado de general a un puesto sospechoso y que le crearon para él: subdirector. Venía del SIN de Montesinos donde había sido su jefe de contrainteligencia. Es decir, llegaba el espía de los espías de Montesinos.
Ya han contado los jefes del GEIN que conforme iban obteniendo resultados, la ayuda iba llegando. Primero recibían logística y mil quinientos dólares de la embajada de Estados Unidos. Esa suma subió a cinco mil dólares, más equipos de audio y video y radios de comunicación. Marco Miyashiro, aprovechando sus contactos con la colonia japonesa, había logrado una entrevista con Santiago Fujimori y, junto con Jiménez, le habían explicado la necesidad de apoyar con dinero al trabajo del GEIN. Santiago Fujimori tuvo éxito en convencer a su hermano y este ordenó al entonces ministro de Economía, Carlos Boloña, se desembolse las partidas necesarias. Nada ha enfurecido más a los hombres del GEIN que enterarse de que Vidal los había sacrificado para desfalcar las arcas de la Dincote. En el 2002, el contralor general de la República, Genaro Matute, dijo que entre enero y noviembre de 1992, nueve meses antes y dos después de la captura, el general Ketín Vidal había cobrado en secreto un total de dos millones y medio de soles –en cheques girados a su nombre– de las partidas del gobierno destinadas a la lucha contra Sendero Luminoso. Eso equivale a casi dos millones de dólares de la época. Suficiente como para dotar al GEIN de todo lo necesario para convertirlo en un pequeño FBI. La Contraloría no encontró un solo documento que sustentara el gasto de ese dinero y, según los miembros del GEIN, nadie vio en su momento en qué los había invertido el general. La Dincote, que recibía también un aporte mensual de la embajada de Estados Unidos, mantenía al GEIN con un presupuesto de supervivencia: cinco mil dólares para 82 policías en trabajo constante. No había dinero para pagar hoteles, para comprar disfraces, para costear traslados, ni siquiera para pagar el almuerzo de sus agentes. Las doce o catorce horas de vigilancia las pasaban a veces comiendo plátanos y mantenían su sueldo de policía peruano: es decir, casi ridículo. Vidal dijo que sí, que había gastado hasta el último centavo en equipos, infraestructura, aguinaldos y demás. La Contraloría le pidió que probara su dicho con documentos. No lo pudo hacer. El Contralor, Genaro Matute, ordenó a su procurador denunciar penalmente a Vidal por esto que en cristiano se conoce como robo al erario nacional. Así lo hicieron. Pero el siempre astuto litigante Antonio Ketín Vidal se hizo de un lío judicial menos de inmediato con un recurso legal que los abogados penalistas conocen como “excepción de prescripción”. Decirle al juez: “Señor, pude haber cometido el delito, pero lamentablemente Usted ya no puede perseguirme penalmente porque han pasado más años de la pena máxima que la legislación prevé para este supuesto delito. Gracias”. Al juez no le quedó otra cosa que archivar la causa. Los hombres del GEIN, en cambio, jamás podrán olvidar esto que consideran alta traición: mientras el jefe empezaba a darle forma a su pequeña fortuna personal, ellos tenían que hacer vigilancias callejeras de varias horas comiendo una mano de plátanos. Eso, dicen, jamás lo perdonarán. En el año 2004 la Fiscalía de la Nación denunció por enriquecimiento ilícito a Ketín Vidal. La puerta para esta denuncia la abrió un antiguo corredor inmobiliario del general al que le quedó debiendo siete mil dólares por comisiones. Zócimo Venturo Acuña, como se llama este corredor sin escrúpulos, no estaba dispuesto a condonarle la deuda y, después de contar su secreto a un par de periodistas, entregó los documentos que probaban lo que decía a la Fiscalía de la Nación. Vidal siempre dirá que ha salido absuelto de todas estas denuncias. Aunque no es absuelto la palabra exacta. Sobreseimiento o archivo serían las más exactas. Sus triunfos pírricos en el Poder Judicial solo demuestran que sabe navegar con mucho éxito en las aguas profundas de la corrupción judicial. Parece ser aprendió mucho de cuando era asistente del narcoestudio de Vladimiro Montesinos.
La otra traición que para los hombres del GEIN cometió Vidal quedó registrada en varias cintas de audio. Durante las dos semanas siguientes a la captura, Guzmán estuvo recluido en el sótano de la Dincote. Allí, en una habitación que había servido de gimnasio para los oficiales, el GEIN improvisó una celda para el preso más temido del país. Cada día Vidal bajaba a visitar al detenido y pasaba horas hablando con él y con su concubina de entonces, convertida en su esposa en prisión, la número dos de Sendero Luminoso, Elena Iparraguirre Revoredo. Pero tan ajeno estaba el director al trabajo de sus subordinados, que ignoraba que el cuarto había sido “sembrado” con pequeños micrófonos de alta sensibilidad. Los tres oficiales que lo oyeron todo, entre ellos Benedicto Jiménez, solo pretendían de los planes de los terroristas. No esperaban descubrir que su propio jefe, el general Vidal, se dirigiera a los cabecillas terroristas con tanta cordialidad y que hasta les dijera cosas en voz muy baja, como si les estuviese dando algunos secretos para salir bien librados de los interrogatorios. Alguien podría decir que se trataba de una actitud inteligente para generar confianza, pero los exmiembros del GEIN, también expertos en interrogar a terroristas, no creen que la intención de Vidal haya sido esa. Esas grabaciones lo dejan en evidencia. Una traición que, veinte años después, tampoco están dispuestos a perdonar.
Un artículo de Carlos Paredes
Fuente: http://diario16.pe/noticia/19002-la-maldiciaon-de-el-cachetaon
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