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Las cosas que uno medita mucho o quiere que sean 'perfectas', generalmente nunca se empiezan a hacer...
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"Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no cuenta es lo humano". (Ernesto Sábato, Antes del fin)
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miércoles, 12 de septiembre de 2012

¡Despierta, hijo!, que estamos perdiendo la fe


¡Despierta, hijo!, que estamos perdiendo la fe

Cuántas veces no hemos usado a una persona como un saco de box en cualquier sentido de la palabra o situación. Los golpes pueden ser metafóricos en muchos casos, sin embargo el dolor logrará empozarse como el charco más sucio sobre el llanto, rabia, venganza, resignación o impotencia.

Pero todo suele ocurrir antes que en cualquier otro lugar, en casa. La familia se convierte así en...
un campo minado por el amor tantas veces torpe de quienes lo profesan y actúan en roles autoritarios o dependientes. No hay nada más violento e importante que la familia, sí, aunque para reconocerla bajo sus dos caras uno deba crecer y decrecer tantas veces en procesos de clan, dolorosos o felices, pero siempre intensos. La familia es finalmente un no lugar, un espejo que nos devuelve más de una imagen y todas pertenecen a las personas con las que debemos aprender a convivir toda la vida. Ellos nunca se irán ya sea de manera física o no. Para dicha o desdicha, depende de la situación.


Un verso pasajero, obra dramática de  Gonzalo Rodríguez Risco (Lima, 1971), es llevada a escena por el director Carlos Acosta y tiene en la mira precisamente a una familia, cuyas escenas son narradas desde lo que podrían parecer simples confesiones, pero que terminan como delicados actos de tortura, valga la contradicción. Javier es un joven quien, víctima de un accidente automovilístico, cae en coma. Durante la obra, sus familiares lo visitan en el hospital, y -aprovechando su estado inconsciente- le cuentan secretos que jamás le serían revelados si es que aparentemente no pudiera escuchar. Lo usan acaso como un saco de box que recibe los golpes que no pueden darse a sí mismos. La madre llega así a contarle que tuvo un aborto, y pide perdón inútilmente  a quien no debe -a Javier- sin poder asumir que tuvo que hacerlo para continuar con su vida y obtener las cosas que deseaba. Sus hermanos también tienen secretos y vuelcan en ellos culpa y sexualidad.


Narrada estructuralmente por once monólogos y tres escenas Un verso pasajero es el ensayo del no lugar en el que Javier se sitúa para no despertar, además de explorar un mundo interior previo al accidente, lleno de musarañas y frases torpes y tiernas. Desde este mismo lugar Javier reacciona ante los secretos que guarda su familia y se va enredando bajo el terror de nunca salir del coma o, peor aún, despertar y enfrentar las cosas que ya sabe y ver de cerca a su familia, falsa o fracturada.


“Javier, despierta, que los otros están perdiendo la fe”, le dice repetidamente su madre, quizá esperando a que no lo haga nunca, por temor a que este pueda verla a los ojos, juzgarla y rechazarla. Quizá no haya nada que haga más daño que los secretos de las familias y estos aparecen cuando las personas quieren proteger a su clan de sí mismos y protegerse de los ojos que lo señalarán y condenarán, sea por prejuicios o de manera justa.


DATO
De jueves a domingo a las 8:00 pm
Hasta el 30 de setiembre, Centro Cultural El Olivar.
Calle La República 455, El Olivar, San Isidro.
Entradas en boletería.

Cecilia Podestá
cpodesta@diario16.com.pe

Fuente: http://diario16.pe/noticia/19012-aadespierta-hijo-que-estamos-perdiendo-la-fe

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