Echados sobre el suelo, como despojos humanos, duermen cientos de personas en los andenes de la estación de tren de Chittagong, la segunda mayor ciudad de Bangladesh. La mayoría son niños de menos de 14 años. Son los niños de la calle, que forman un ejército de más de 700.000 almas, cuya vida vale bien poco. Deambulan durante el día por cualquiera de las ciudades superpobladas del país bengalí, el de mayor densidad de población del mundo, buscando algo que llevarse a la boca, y descansan a la intemperie, en cualquier rincón, sin importarles los peligros que les rodean. Cada día es una nueva aventura para unas vidas sin pasado ni futuro: solo importa el presente.
Son las doce de la noche y todavía hace calor, más de 30 grados, pero hoy no va a llover. Se ven estrellas en el cielo, a pesar del humo de los camiones que aguardan, con el motor encendido, a menos de cien metros de la estación, en el mercado de frutas, listos para descargar sus mercancías. Hace ya una hora que la policía ha dejado de patrullar por los andenes de la vieja estación victoriana de Chittagong y los niños no han perdido el tiempo. Hay cientos de ellos repartidos por los dos kilómetros de andenes en penumbra. Si te descuidas, los puedes pisar.
La gente se amontona en torno al fotógrafo. Tienen tiempo… es lo único que tienen. Los niños no se despiertan a pesar del ruido de los curiosos, el repiqueteo del clic de la máquina de fotos o las velas que hay que encender para tener más claridad. Están en un estado de semiinconsciencia, después de un día más de malvivir en la calle.
Una madre duerme con tres hijos, uno de ellos un bebé de pocos meses, al que abraza de forma protectora. Los otros dos chiquillos, de entre 5 y 8 años, no sueltan ni en sueños los sacos de tela blanca en los que llevan sus únicas pertenencias; botellas de plástico vacías, algún bidón de agua, chatarra y algo de arroz o fruta a medio pudrir que hayan recogido de la calle. La madre abre un ojo, alterada por el paso del grupo, comprueba que su camada está allí, y lo vuelve a cerrar atrayendo para sí a su bebé.
A pocos metros, dos niños de entre 10 y 12 o 13 años sueñan entrelazados. Uno boca arriba, con la pierna izquierda tocando al otro, que a su vez pone la mano sobre el cuerpo del primero. Es un contacto mutuo, que seguro les hace estar en compañía en medio de la noche. Respiran profundamente...
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