Bajo la gestión del alcalde Sergio Fajardo (2004-2008), y después con el actual burgomaestre Alonso Salazar, la "ciudad de la eterna primavera", como popularmente se conoce a Medellín, experimentó un cambio de aspecto y mentalidad, gracias a un modelo centrado en la educación, el civismo y la convivencia. A esto se sumó una apuesta por la arquitectura vanguardista al servicio del ciudadano y un innovador sistema de transporte.
Medellín se alejó así de su turbulento pasado vinculado al temido narcotraficante Pablo Escobar y a las guerras entre cárteles de la droga, paramilitares, guerrilleros y sicarios. Y pasó de ser la ciudad más violenta de Sudamérica hace dos décadas a experimentar una drástica reducción de los homicidios.
Pero esta luna de miel se ha esfumado en los últimos meses, cuando una sangrienta guerra entre pandillas que se disputan el negocio de la droga y el territorio ha demostrado que los viejos demonios de Medellín solo estaban escondidos bajo la alfombra.
En la Comuna 13, "la cabeza de cada uno tiene precio", de acuerdo a los pandilleros "El Bola" y "El Gato". "Los precios los ponen los enemigos, un muerto se puede cobrar por un melón (millón de pesos) o dos, pero si es alguien duro de otro combo puede valer 5 palos (también millón)".
Y si bien la violencia se venía registrando desde hacía ya meses atrás, desde junio se ha agudizado hasta provocar la alerta. A la fecha, más de 3,000 personas han huido de sus hogares y los crímenes ascienden a 1,600.
La situación se ha desbordado de tal manera que el propio presidente Juan Manuel Santos se desplazó hasta allí el pasado 8 de septiembre para reclamar mayor colaboración y comunicación de la ciudadanía con las autoridades, y conseguir así frenar la violencia.
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