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Las cosas que uno medita mucho o quiere que sean 'perfectas', generalmente nunca se empiezan a hacer...
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"Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no cuenta es lo humano". (Ernesto Sábato, Antes del fin)
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domingo, 12 de mayo de 2013

JUAN GONZALO ROSE: “TU VOZ EXISTE”.

No soy escritor, ni crítico y menos poeta. Solo quiero compartir lo que siento y lo que viví con él tras 30 años de su partida. En todo caso, me gustaría desmitificar la tristeza del poeta y resaltar su gran sentido del humor, su apego al amor y a la vida.
Han pasado 35 años desde que lo vi por primera vez. Me impresionó, más que su tristeza de la que todo el mundo habla, su gran sentido del humor, contagiante, que iluminaba su rostro cada vez que una de sus ocurrencias se convertía en una anécdota. Solo en él podían coexistir perfectamente la tristeza y la alegría, sin que una se sobrepusiera a la otra.
Confieso, sin vergüenza alguna, que...
así como me dio alguna vez el título de poeta; cuando le hice una pregunta media kafkiana, sin piedad alguna me lo quitó. Fue tan pronto leyó algo que escribí. Yo me la había creído lo de poeta a pesar que hasta ese momento no había producido ni un solo verso. Y empecé a escribir como loco. Tras haber redactado unos veinte poemas, escogí uno –según yo, el mejor- y se lo di para que lo revisara. Demoró como una hora, antes de emitir su veredicto. ¿Cantas?, me interrogó. Conociendo su fama de compositor, pensé que quería ayudarme a realizarme como cantautor. Le dije que sí, y me contestó: ¡mejor dedícate a cantar!
Una anécdota me la contó Juan Cristóbal – uno de los mejores poetas vivos que tiene el Perú– en una tertulia interminable sobre Juan Gonzalo: “Una vez en el Jinete –un bar de la Av. Brasil que solíamos frecuentar con Rose- un abogado jodía insistentemente para que Juan Gonzalo le recitara uno de sus poemas, y él le contestó: “Esta bien, pero primero recítame el Código Penal”. El abogado no insistió más.
Su genialidad era inagotable. Recuerdo que una vez un búfalo aprista le pegó a un profesor de izquierda por haberlo dejado mal parado en un debate sobre Haya y Mariátegui. A Juan Gonzalo, que en esa época era el encargado de poner los titulares del diario Expreso, no se le ocurrió mejor idea que poner en la portada “Búfalo vil agrede a profesor”, haciendo referencia irónica al famoso Búffalo Bill del lejano Oeste.
Recuerdo, también, otra anécdota que me contó el gran Washington Delgado: “Juan Gonzalo había organizado en el INC una exposición de una joven pintora, sobre José Carlos Mariátegui. Sandro –hijo de Mariátegui y congresista por esa época, asistió a la exposición y sin saludar siquiera a la expositora, empezó a examinar minuciosamente cada uno los cuadros. Terminado su cometido, sin el menor reparo y respeto a la pintora, sentenció: ¡estos cuadros no se parecen a mi padre! Juan Gonzalo, le respondió inmediatamente: ¡usted tampoco!”.
Comparto la idea de Carlos Sotomayor en el sentido que la leyenda había dibujado en torno a él, no sólo la idea de un bebedor impenitente, amante de la tertulia bohemia, sino también la de un poeta secuestrado por la tristeza, quizás por aquella aura de solitario que ostentó en su vida –casi como un apostolado– o por los rasgos melancólicos de muchos de sus poemas.
No puedo dejar de mencionar que su espíritu rebelde y su apego a la justicia social lo acompañaron hasta las últimas horas de su existencia. Una tarde de otoño Juan Gonzalo recordó sus días en México con el “Che”, y contó que casi se embarca en la aventura de acompañarlo por América Latina en su sueño revolucionario.
Como casi todos, Juan Gonzalo le tenía miedo a la muerte. La tenía cerca, conversaba con ella, la quería, la evocaba, pero le temía.
La última vez que lo vi con vida fue un par de días antes del 12 de Abril del 83. Me había pedido que cerrara la puerta de su cuarto por afuera. Me expulsó cuando arroje por el baño una botella de ron y un par de cajetillas de cigarros negros que le había traído uno de sus amigos a cambio de una entrevista que Rose jamás pudo honrar. Solo Julio Heredia, poeta y amigo personal de él, que lo acompañó hasta el final, pudo grabar sus últimas palabras.
De mi parte solo guardo el recuerdo de un poema inédito, escrito en una servilleta en su última noche de bohemia y tertulia, donde solo hablaba yo. Estaba en su última copa de vino: “El Mar no tienes descanso, el vino si/ El amor no tiene olvido, el vino si/Unos fueron a la luna, otros fueron al mar, pero nadie vino a mi/ El vino sí”. Fuente: https://www.facebook.com/julio.failocrivas.1/posts/10201031657061683

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