Decencia
es la capacidad que tiene una persona de tomar conciencia de su propia
dignidad. Javier Diez Canseco tenía esa capacidad, y por eso mismo, no
se traicionó. Era un peruano decente y uno de los últimos políticos
decentes en el Congreso. En una entrevista JDC sostenía que la gente lo
había criticado por ser “muy principista”, que en política es una
condición complicada pues puede llevar a posiciones siempre
maximalistas. Sin embargo, sus principios lo ayudaron a andar el camino
de la política defendiendo los derechos de los trabajadores, de las
mujeres, de la población LGTB, de los discapacitados, de los niños, del
medio ambiente. No es fácil vivir entre la acción política pública y...
los principios pues para ser decente debes exigirte una evaluación permanente y una autocrítica constante. Precisamente Javier Diez Canseco aprendió a andar ese camino gracias a la polio.
Como lo ha explicado en innumerables entrevistas, la enfermedad le permitió “estar adentro pero tener la perspectiva del que está afuera”. El estudiante del Colegio Santa María pudo estar adentro y luego salir de esa condición por decisión propia, por opción y literalmente, “desclasarse”. Ese proceso de desclasamiento, de tomar distancia de las condiciones de clase para entender que no se trata de un simple legado, de “suerte” o de destino, sino resultado de procesos sociales y económicos complejos que te posicionan favorablemente en relación con el resto de la sociedad, es algo que Diez Canseco aprendió muy pronto. El Perú es inequitativo y él era un privilegiado con dos opciones: asumir que se lo merecía o entender que era producto de una injusticia que da una posición de dominio. Diez Canseco lo entendió plenamente y por eso asumió la opción preferencial por el pobre.
Hoy, en este mundo de emprendedurismo llamado Perú, con valores supremos de éxito individualizado, asumir que es más importante la decencia que la carrera al éxito es una toma de decisión radical. Diez Canseco era un radical, sí, y yo creo que hacen faltan muchos radicales como él para poder convertir la política peruana en una clase de decencia en lugar de ser este albañal de acomodos arribistas. Es difícil ser consecuente en acción y pensamiento durante toda una vida. Casi imposible. Pero si alguien quiere entrar a la arena política es preciso hacerlo, porque se entra para dar servicio no para hacer de ella un servicio higiénico. Seres humanos como Diez Canseco, con su coherencia y su vehemencia, nos hacen recordar que sí es posible construir una democracia radicalmente democrática.
En los últimos veinte años en el Perú y en América Latina son pocos los políticos que no han migrado de partido o de ideología, o que manteniéndose en el suyo, han usufructuado del erario público, con dinero, con prebendas, apoyos, favores y cuanto chanchullo pueda existir. Por eso mismo, cuando un hombre en el Perú no se la da de pendejo, sino que persiste en ser un portavoz del subalterno, hay que seguir el legado, aunque cueste, aunque empobrezca, aunque nos llenemos de enemigos, aunque nos griten “puta terruca bruta”.
Solo nosotros ante nosotros mismos, de pie, desnudos frente a la muerte, podremos avergonzarnos o enorgullecernos de nuestras vidas.
¡Hasta la victoria siempre, Javier!
Esta kolumna ha sido publicada el día de hoy en La República.
los principios pues para ser decente debes exigirte una evaluación permanente y una autocrítica constante. Precisamente Javier Diez Canseco aprendió a andar ese camino gracias a la polio.
Como lo ha explicado en innumerables entrevistas, la enfermedad le permitió “estar adentro pero tener la perspectiva del que está afuera”. El estudiante del Colegio Santa María pudo estar adentro y luego salir de esa condición por decisión propia, por opción y literalmente, “desclasarse”. Ese proceso de desclasamiento, de tomar distancia de las condiciones de clase para entender que no se trata de un simple legado, de “suerte” o de destino, sino resultado de procesos sociales y económicos complejos que te posicionan favorablemente en relación con el resto de la sociedad, es algo que Diez Canseco aprendió muy pronto. El Perú es inequitativo y él era un privilegiado con dos opciones: asumir que se lo merecía o entender que era producto de una injusticia que da una posición de dominio. Diez Canseco lo entendió plenamente y por eso asumió la opción preferencial por el pobre.
Hoy, en este mundo de emprendedurismo llamado Perú, con valores supremos de éxito individualizado, asumir que es más importante la decencia que la carrera al éxito es una toma de decisión radical. Diez Canseco era un radical, sí, y yo creo que hacen faltan muchos radicales como él para poder convertir la política peruana en una clase de decencia en lugar de ser este albañal de acomodos arribistas. Es difícil ser consecuente en acción y pensamiento durante toda una vida. Casi imposible. Pero si alguien quiere entrar a la arena política es preciso hacerlo, porque se entra para dar servicio no para hacer de ella un servicio higiénico. Seres humanos como Diez Canseco, con su coherencia y su vehemencia, nos hacen recordar que sí es posible construir una democracia radicalmente democrática.
En los últimos veinte años en el Perú y en América Latina son pocos los políticos que no han migrado de partido o de ideología, o que manteniéndose en el suyo, han usufructuado del erario público, con dinero, con prebendas, apoyos, favores y cuanto chanchullo pueda existir. Por eso mismo, cuando un hombre en el Perú no se la da de pendejo, sino que persiste en ser un portavoz del subalterno, hay que seguir el legado, aunque cueste, aunque empobrezca, aunque nos llenemos de enemigos, aunque nos griten “puta terruca bruta”.
Solo nosotros ante nosotros mismos, de pie, desnudos frente a la muerte, podremos avergonzarnos o enorgullecernos de nuestras vidas.
¡Hasta la victoria siempre, Javier!
Esta kolumna ha sido publicada el día de hoy en La República.
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