Por Alberto Adrianzén M. (*)
Luego de las elecciones municipales y regionales cabe hacerse algunas preguntas. Una de ella es cuál será el comportamiento de la derecha luego del fracaso del PPC en Lima, en relación a los comicios presidenciales del 2011. ¿Qué línea se impondrá? La dura, que durante toda la campaña en Lima y sobre todo en la última semana fue expresada por los diarios Correo, Expreso, La Razón, El Comercio y otros medios. O si, más bien, ganará una línea sensata y pluralista que entienda que en las elecciones participan opciones distintas y hasta antagónicas.
Si comparamos estas elecciones con las de 1983 en las cuales ganó la Izquierda Unida en Lima, se puede concluir que la derecha peruana ha incorporado, como una de sus principales líneas de acción, la intolerancia. Por lo sucedido en esta campaña se puede decir que fueron los duros los que impusieron el ritmo. Sin embargo, la idea de que hay grupos que no deben estar presentes o ser invisibles en el sistema político, más allá de que sean legales y que nunca hayan gobernado, como el nacionalismo o la izquierda, ha dejado de ser patrimonio de la derecha para ser parte del discurso de aquellos que hoy se autodefinen como los nuevos progresistas.
Crecer en función de excluir al nacionalismo y a la izquierda o satanizarlos, como hoy parece estar de moda, no es solo caminar por el sendero abierto por la derecha, es también, además de poco democrático, firmarle una carta de sujeción a esa misma derecha. Es aceptar que sea ella quien defina quién o quiénes deben estar presentes en el sistema político y en las próximas elecciones. En este contexto, no me parece extraña la propuesta de algunos voceros de la derecha que plantean que lemas como “la izquierda unida jamás será vencida” deban ser, en la práctica, proscritos, porque simplemente “afean” este nuevo progresismo. Por eso me pregunto si efectivamente “la esperanza venció al miedo”, porque el miedo (a la izquierda y al nacionalismo) aún existe.
Me pregunto también que harán la izquierda y el nacionalismo para enfrentar no solo la próxima guerra sucia sino también esta suerte de exclusión que hoy está en marcha. Lo que está en disputa en estos tiempos electorales es si este nuevo progresismo, incluyo a FS, al nacionalismo, a los movimientos regionales y a la izquierda, debe ser la cara amable del neoliberalismo; o, si más bien, es su opuesto, es decir, el rostro del pueblo. La idea de que los progresistas son buenos para manejar las políticas sociales, pero una nulidad a la hora de administrar la economía del país, debe terminar. Por eso, uno de los temas que se debe discutir es qué significa y qué representa ser progresista, de izquierda o nacionalista hoy en día. Una manera de enfrentar o resolver estas preguntas o problemas es entender algo muy sencillo: en las próximas elecciones no solo se va a elegir a un presidente sino también a un gobierno. Por lo tanto, las alianzas deben ser programáticas y no exclusivamente en torno a personas. De lo que se trata entonces es de formar una coalición de gobierno que vaya más allá del acuerdo electoral. Sospecho que por ese camino dejaremos, como en el pasado, de excluirnos los unos a los otros. La palabra, como diría Alfonso Grados, es concertar.
Nota
Tuve la suerte de trabajar con Alfonso Grados varios años en el Congreso. Un hombre digno y sinceramente demócrata no solo en el campo de la política sino sobre todo en la vida cotidiana. Siempre me llamó la atención su permanente llamado a la concertación, pero al mismo tiempo la fuerza y pasión que le ponía a sus ideas. Era un hombre que luchaba por lo que creía, no para vencer sino más bien para concertar. Entendía que la política era, como solía decir Valentín Paniagua, confrontación de ideas e ideales bajo los límites que impone la propia democracia. Ahora que no está más me pregunto dónde encontraremos la pasión del político que tan bien encarnó Alfonso Grados en vida.
(*) albertoadrianzen.lamula.com
Fuente: http://www.larepublica.pe/disidencias/09/10/2010/izquierdas-y-derechas
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