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Las cosas que uno medita mucho o quiere que sean 'perfectas', generalmente nunca se empiezan a hacer...
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"Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no cuenta es lo humano". (Ernesto Sábato, Antes del fin)
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sábado, 4 de septiembre de 2010

65 años de historia: Hiroshima, mil grullas por la paz

Daniela Saidman (Desde Venezuela. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)


El 06 de agosto de 1945 el gobierno estadounidense de Harry Truman dejó caer sobre Hiroshima una bomba atómica, Little Boy se llamaba.

Seiscientas cuarenta y cuatro grullas alcanzó a hacer Sadako Sasaki antes de mirar la vida por última vez. Ella, una niña japonesa, de once años, internada en un hospital de Japón trató de burlar a la muerte aferrándose a la tradición de su país que cuenta que haciendo mil grullas de origami, los deseos se cumplen. Sadako no terminó sus aves de papel, pero ella, aunque tal vez no lo sepa, sigue viviendo.

Esa niña japonesa que murió de leucemia ocasionada por la exposición a las radiaciones de la Little Boy, la bomba atómica que Estados Unidos arrojó sobre Hiroshima, el 06 de agosto de 1945, es una llamarada de conciencia, un fueguito que sigue diciendo y diciéndonos, que la paz es el único camino posible de transitar hacia el futuro.

“Éste es nuestro grito, ésta es nuestra plegaria: paz en el mundo”, dice la inscripción en la Plaza de la Paz de Hiroshima, justo debajo de un monumento desde donde la imagen de Sadako, con una grulla entre las manos alzada en vuelo, contempla el porvenir. Esa misma plaza, cada 06 de agosto, se puebla de papeles rojos y blancos, doblados, volando con el viento y recordando, recordándonos lo que los seres humanos somos capaces de hacer.

Hiroshima

Hace sesenta y cinco años, la mañana del 06 de agosto de 1945, en Hiroshima, Japón, un niño contemplaba su rostro en el espejo por última vez. Y por última vez una anciana servía el té. Una madre veía el rostro de su hijo, mientras le cantaba una canción de cuna. Un poeta escribía el primer verso de un haikú. Una niña se trenzaba los largos cabellos negros. Un hombre leía un libro. Una abuela contaba un cuento. No sabían, no sabían que ese sería su último aliento.

Si desea leer el artículo completo vaya a:
http://cultural.argenpress.info/2010/09/65-anos-de-historia-hiroshima-mil.html

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