Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)
En toda la historia humana no existe fiasco comparable a la fabricación de la bomba atómica, un instrumento ideado para salvar a la humanidad del fascismo y que se ha transformado en su contrario. La propuesta partió de Albert Einstein, un judío refugiado en Estados Unidos, el más renombrado científico de todos los tiempos y el más influyente pacifista del siglo XX, a quien se le propuso la presidencia de Israel, cosa que declinó.
La historia de las bombas atómicas norteamericanas comenzó cuando, el 2 de agosto de 1939, a instancias de Leo Szilárd, Einstein escribió una carta al presidente Franklin D. Roosevelt advirtiéndolo de probables avances de los científicos nucleares al servicio de fascismo. Einstein que no quería confiar la carta al correo ni magnificar la solicitud pidiendo una entrevista al presidente, la envió con un amigo común, el banquero Alexander Sachs, quien dos meses después, el 11 de octubre, la puso en manos del destinatario.
A diferencia de lo que suele ocurrir en las guerras, la bomba atómica no fue fruto de la competencia sino de la colaboración, no de la dispersión de la ciencia sino de su integración. En la década del 40, ningún país hubiera podido lograrla por sí solo. Conscientes de eso Gran Bretaña y Canadá detuvieron sus respectivos programas nucleares y cedieron sus resultados a Estados Unidos, lo mismo hizo la dirección de la resistencia francesa.
El primer paso de Roosevelt fue crear, en secreto, el Comité del Uranio presidido por Lyman James Briggs, quien, o bien porque no creyó en la viabilidad del proyecto, magnificó las dificultades o equivocó la estrategia, tratando de involucrar a las empresas privadas de armamento, las cuales no se interesaron en el asunto, avanzó poco; por tal motivo el 17 de septiembre de 1942 se creó el Proyecto Manhattan.
No existe esfuerzo bélico ni empresa científica mejor respaldada que la idea de construir el arma atómica para liberar a la humanidad del fascismo: 150 000 científicos, ingenieros, matemáticos, especialistas y obreros altamente calificados, entre ellos casi 200 de los más reputados físicos del mundo, encabezados por 10 premios Nobel, trabajaron para lograrlo. Al empeño se vincularon además de las fuerzas armadas norteamericanas, más de 2000 empresas, los laboratorios de diez universidades y los servicios secretos aliados.
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http://www.argenpress.info/2010/09/bombas-atomicas-la-gran-paradoja.html
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