El regreso de la señora Keiko Fujimori, como reencarnación asistida de su padre, ha desempolvado el kimono de los que ven en el modelo económico al nuevo Buda naranja. Por: Ybrahim Luna (*) Con la lógica: “No me gusta Keiko, pero ella mantendrá el rumbo económico. Además, su padre fue quien sentó las bases para la economía liberal en este país”.
Para recordar: Una raza extraña, compuesta de camaleones y primates, se consolidó una mañana entre escritorios y redacciones. Su alias: geishas. Hablamos de los noventa.
Durante la dictadura de Alberto Fujimori, la prensa peruana calzó con el sensacionalismo macartista. Esos -y “esas”- agentes del dardo y la franela se aprendieron una predica de hienas camufladas de palomas. Y fueron intocables. Fueron jueces de la moral y la verdad.
Sus informes y despachos periodísticos eran tan patéticos y mortíferos como un palillo chino envenenado, o un paraguas con la punta de Polonio 210.
Su fuente de abasto cultural siempre fue Palacio de Gobierno y la comisaría más sangrienta del distrito; sus ideales, dictados por el SIN o las empresas más estables, eran tan canjeables como chapas de gaseosa; y sus amores, las peores cicatrices sociales.
Esa raza extraña gobernaba la opinión pública. Esos (y esas) jóvenes profesionales, sólo de obediencia, creían que todo se justificaba con tal de beneficiar al jefe eterno. Las edecanes de la ignominia, por ejemplo, se paseaban en el avión presidencial por todo el país, sonriéndole a la impunidad, creyéndose el cuento de hadas de las elegidas de un proyecto imperecedero, haciendo contactos vía microondas desde la cloaca, o bañándose con el dictador en insalubres aguas de sumisión.
No, para ellas no habría fecha de caducidad, ni jubilación peruana. Ellas eran las “geishas” del Emperador. Ellas serían las hijas negadas, pero empalagosas, de un mandatario inoxidable, de un criminal que ahora purga una pena de cárcel de 25 años.
Pero al hundirse el barco ellas se hundieron también. Y no hubo un salvavidas que las contuviese. Todas hicieron naufragio en alta mar, desmenuzándose en las aguas que anticipaban los primeros asomos de democracia.
Como mamíferos durante el Jurásico, en democracia, las geishas se arrastraron entre las sombras de las instituciones esperando la oportunidad de emerger como especie. Y llegó el momento gracias a la política económica.
El nuevo hacedor no se encarnaría en una persona, sino en una entidad, en un concepto. Entonces el espectro sería más amplio y menos conflictivo. Se podría criticar a las personas, pero no al sistema. Y los dueños de los medios de prensa elegirían a las personas que representaran ese pensamiento casi sagrado.
Los grupos de poder, grupos mediáticos y grupos empresariales, encaminarían ese nuevo pensamiento peruano.
En ese sentido, el liberalismo se convirtió en una religión; y sus periodistas, en los apóstoles de la catequización. En resumen, un renovado tipo de geishas. Con razones y motivos, pero geishas al fin y al cabo: “Por el Mercado, TODO”.
Y si no pensabas así, no tendrías espacio ni voz oficial en el circuito de la información masiva. Salvo que te la buscases por cuenta propia.
Un periodista no es un profesional perfecto. No es un juez. Mucho menos un oráculo o un guerrillero de la libertad. En eso estamos de acuerdo.
Pero un periodista está en la obligación, al menos, de jugar al detective que investiga. De tener la fresca resolución de un niño que busca algo persistentemente hasta encontrarlo: la verdad. De discernir y descubrir si detrás de ese perfume que lo inunda todo hay un cadáver de varios días. O si tras ese hedor del que todos huyen se esconde una lúcida realidad que nadie saca a flote.
Dura y hermosa tarea la de los periodistas consecuentes e inteligentes que fueron perseguidos durante la dictadura, que pusieron en riesgo sus vidas con tal de que los demás pudiesen vivir las suyas informados y con dignidad.
Un día, las geishas de los noventa desaparecieron. Un día quisieron justificarse. Un día fingieron un Mea culpa y pocos les creyeron. Un día se mostraron en público como si nada. Un día visitaron nuevamente las redacciones y lograron el tan anhelado reciclaje.
Pero un día descubrieron, también, que el estigma de geishas sería absolutamente imborrable.
Ahora que Keiko Fujimori ha pasado a la segunda vuelta. ¿Quiénes encarnarán en forma más avezada el papel de ‘geishas recargadas’? ¿Las de la vieja escuela de la conveniencia política, los grupos mediáticos, o los convencidos defensores del pensamiento ultraliberal?
(*) Colaborador y escritor de "Criador de pilotos" en poesía; y "De corresponsal a cómplice" de cuentos. Encuentra su columna Hotel de Paso, todos los jueves en La República.pe.
Para recordar: Una raza extraña, compuesta de camaleones y primates, se consolidó una mañana entre escritorios y redacciones. Su alias: geishas. Hablamos de los noventa.
Durante la dictadura de Alberto Fujimori, la prensa peruana calzó con el sensacionalismo macartista. Esos -y “esas”- agentes del dardo y la franela se aprendieron una predica de hienas camufladas de palomas. Y fueron intocables. Fueron jueces de la moral y la verdad.
Sus informes y despachos periodísticos eran tan patéticos y mortíferos como un palillo chino envenenado, o un paraguas con la punta de Polonio 210.
Su fuente de abasto cultural siempre fue Palacio de Gobierno y la comisaría más sangrienta del distrito; sus ideales, dictados por el SIN o las empresas más estables, eran tan canjeables como chapas de gaseosa; y sus amores, las peores cicatrices sociales.
Esa raza extraña gobernaba la opinión pública. Esos (y esas) jóvenes profesionales, sólo de obediencia, creían que todo se justificaba con tal de beneficiar al jefe eterno. Las edecanes de la ignominia, por ejemplo, se paseaban en el avión presidencial por todo el país, sonriéndole a la impunidad, creyéndose el cuento de hadas de las elegidas de un proyecto imperecedero, haciendo contactos vía microondas desde la cloaca, o bañándose con el dictador en insalubres aguas de sumisión.
No, para ellas no habría fecha de caducidad, ni jubilación peruana. Ellas eran las “geishas” del Emperador. Ellas serían las hijas negadas, pero empalagosas, de un mandatario inoxidable, de un criminal que ahora purga una pena de cárcel de 25 años.
Pero al hundirse el barco ellas se hundieron también. Y no hubo un salvavidas que las contuviese. Todas hicieron naufragio en alta mar, desmenuzándose en las aguas que anticipaban los primeros asomos de democracia.
Como mamíferos durante el Jurásico, en democracia, las geishas se arrastraron entre las sombras de las instituciones esperando la oportunidad de emerger como especie. Y llegó el momento gracias a la política económica.
El nuevo hacedor no se encarnaría en una persona, sino en una entidad, en un concepto. Entonces el espectro sería más amplio y menos conflictivo. Se podría criticar a las personas, pero no al sistema. Y los dueños de los medios de prensa elegirían a las personas que representaran ese pensamiento casi sagrado.
Los grupos de poder, grupos mediáticos y grupos empresariales, encaminarían ese nuevo pensamiento peruano.
En ese sentido, el liberalismo se convirtió en una religión; y sus periodistas, en los apóstoles de la catequización. En resumen, un renovado tipo de geishas. Con razones y motivos, pero geishas al fin y al cabo: “Por el Mercado, TODO”.
Y si no pensabas así, no tendrías espacio ni voz oficial en el circuito de la información masiva. Salvo que te la buscases por cuenta propia.
Un periodista no es un profesional perfecto. No es un juez. Mucho menos un oráculo o un guerrillero de la libertad. En eso estamos de acuerdo.
Pero un periodista está en la obligación, al menos, de jugar al detective que investiga. De tener la fresca resolución de un niño que busca algo persistentemente hasta encontrarlo: la verdad. De discernir y descubrir si detrás de ese perfume que lo inunda todo hay un cadáver de varios días. O si tras ese hedor del que todos huyen se esconde una lúcida realidad que nadie saca a flote.
Dura y hermosa tarea la de los periodistas consecuentes e inteligentes que fueron perseguidos durante la dictadura, que pusieron en riesgo sus vidas con tal de que los demás pudiesen vivir las suyas informados y con dignidad.
Un día, las geishas de los noventa desaparecieron. Un día quisieron justificarse. Un día fingieron un Mea culpa y pocos les creyeron. Un día se mostraron en público como si nada. Un día visitaron nuevamente las redacciones y lograron el tan anhelado reciclaje.
Pero un día descubrieron, también, que el estigma de geishas sería absolutamente imborrable.
Ahora que Keiko Fujimori ha pasado a la segunda vuelta. ¿Quiénes encarnarán en forma más avezada el papel de ‘geishas recargadas’? ¿Las de la vieja escuela de la conveniencia política, los grupos mediáticos, o los convencidos defensores del pensamiento ultraliberal?
(*) Colaborador y escritor de "Criador de pilotos" en poesía; y "De corresponsal a cómplice" de cuentos. Encuentra su columna Hotel de Paso, todos los jueves en La República.pe.
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