No son estos, pues, días de business as usual. Las confortables rutinas mercantiles de nuestra “democracia de mercado” y sus rituales electorales y mediáticos se han visto abruptamente alteradas por la irrupción imprevista en la calle y el espacio público de la movilización ciudadana.
Esta “rebelión de l@s indignad@s” inquieta a las élites políticas, siempre incómodas cuando la población se toma en serio la democracia…y decide empezar a practicarla por su cuenta.
Hace dos años y medio, cuando la crisis que estalló en septiembre de 2008 se rebeló de proporciones históricas, los “amos del mundo” vivieron un breve momento de pánico alarmados por la magnitud de una crisis que no habían previsto, por su falta de instrumentos teóricos para comprenderla y por el temor a una fuerte reacción social. Llegaron entonces las vacías proclamas de “refundación del capitalismo” y los falsos mea culpas que fueron evaporándose poco a poco, una vez apuntalado el sistema financiero y ante la ausencia de un estallido social.
La reacción social ha tardado en llegar. Desde el estallido de la crisis, las resistencias sociales han sido débiles. Ha habido un sesgo muy grande entre el descrédito del actual modelo económico y su traducción en acción colectiva. Varios factores lo explican, en particular, el miedo, la resignación frente la situación actual, el escepticismo respecto a los sindicatos, la ausencia de referentes políticos y sociales, y la penetración entre
los asalariados de los valores individualistas y consumistas.
El estallido actual no parte, sin embargo, de cero. Años de trabajo a pequeña escala de las redes y movimientos alternativos, de iniciativas y resistencias de impacto más limitado han mantenido la llama de la contestación en este periodo difícil. El 29S abrió también una primera brecha, aunque la desmovilización posterior de las direcciones de CCOO y UGT y la impresentable firma del pacto social cerró la vía de la movilización sindical y, ahondó aún más si cabe, el descrédito y desprestigio de los sindicatos mayoritarios entre la juventud combativa y quines ahora protagonizan las acampadas.
Indignados e indignadas!
La “indignación”, tan de moda a través del panfleto de Hessel es una de las ideas-fuerza que definen las protestas en marcha. Reaparece así, bajo otra forma, el “Ya Basta!” que entonaron los zapatistas en su alzamiento del 1 de enero de 1994, entonces la primera revuelta contra el “nuevo orden mundial” proclamado por George Bush padre tras la primera guerra del Golfo, la desintegración de la URSS y la caída del muro de Berlín.
“La indignación es un comienzo. Uno se indigna, se levanta y después ya ve”, señalaba Daniel Bensaïd. Poco a poco, sin embargo, se ha ido pasando del malestar a la indignación y de ésta a la movilización. Estamos ante una verdadera “indignación movilizada”. Del terremoto de la crisis, empieza a surgir el tsunami de la movilización social.
Para luchar no sólo se requiere malestar e indignación, también hay que creer en la utilidad de la acción colectiva, en que es posible vencer y en que no todo está perdido antes de empezar. Durante años los movimientos sociales en el Estado español hemos conocido esencialmente derrotas. La falta de victorias que muestren la utilidad de la movilización social y hagan aumentar las expectativas de lo posible ha pesado como una losa en la lenta reacción inicial ante la crisis.
Precisamente ahí entra la gran contribución de las revoluciones en el mundo árabe a las protestas en curso. Muestran que la acción colectiva es útil, que “sí se puede”. De ahí que éstas, igual que la menos mediática victoria contra los banqueros y la clase política en Islandia, hayan sido un referente desde el comienzo para las y los manifestantes y activistas.
Junto con el convencimiento de que “es posible”, de que se pueden cambiar las cosas, la pérdida del miedo, en un momento de crisis y dificultades, es otro factor clave. “Sin miedo” es precisamente uno de los eslóganes que más se han sentido estos días. El miedo atenaza todavía una gran mayoría de los trabajadores y los sectores populares y éste da alas a la pasividad o a las reacciones xenófobas e insolidarias.
Pero la movilización del 15M y las acampadas expanden como una mancha de aceite un poderoso antídoto para el miedo que amenaza con desmontar los esquemas a una élite dirigente al frente de un sistema cada vez más deslegitimado.El movimiento del 15M y las acampadas tiene un importante componente generacional. Como cada vez que estalla un nuevo ciclo de luchas, emerge con fuerza una nueva generación militante, y la “juventud” como tal adquiere visibilidad y protagonismo.
Si bien este componente generacional y juvenil es fundamental, y se expresa además en algunos de los movimientos organizados que han tenido visibilidad estos días como “Juventud Sin Futuro”, hay que remarcar que la protesta en curso no es un movimiento generacional. Es un movimiento de crítica al actual modelo económico y a los intentos que la crisis la paguen los trabajadores con un peso fundamental de la juventud. Precisamente el reto es que, como en tantas ocasiones, la protesta juvenil actúe como factor desencadenante y catalizador de un ciclo de luchas sociales más amplio.
El espíritu antiglobalización de vuelta
El dinamismo, la espontaneidad y el empuje de las protestas actuales son las más fuertes desde la emergencia del movimiento antiglobalización desde hace más de una década. Irrumpido internacionalmente en noviembre de 1999 en las protestas de Seattle durante la cumbre de la OMC (aunque sus antecedentes se remontan al alzamiento zapatista en Chiapas en 1994), la ola antiglobalizadora llegó rápidamente al Estado español.
La consulta por la abolición de la deuda externa en marzo de 2000 (celebrada el mismo día de las elecciones generales y cuya realización fue prohibida en varias ciudades del Estado por la Junta Electoral) y la fuerte movilización para participar en la contracumbre de Praga en septiembre del 2000 en contra del BM y el FMI fueron los primeros signos de arranque, en particular en Catalunya.
Pero su masificación y ampliación llegarían con las movilizaciones contra la cumbre del Banco Mundial en Barcelona en los días 22 y 24 de junio de 2001, cuyo décimo aniversario está a punto de cumplirse. Justo diez años después asistimos al nacimiento de un movimiento cuya energía, entusiasmo y fuerza colectiva no habíamos visto desde entonces. No será éste, pues, un décimo aniversario nostálgico. Todo lo contrario. Vamos a celebrarlo con el nacimiento de un nuevo movimiento.
Las asambleas estos días en Plaza Catalunya (y, sin duda, en todas las acampadas que recorren el Estado empezando por la de Sol en Madrid) nos han dado momentos impagables, de aquellos que suceden cada mucho tiempo y que marcan un antes y un después en las trayectorias biográficas de quines participan en los mismos y en la dinámica de las luchas sociales. El 15M y las acampadas son auténticas “luchas fundacionales” y síntomas claros que asistimos a un cambio de ciclo y que el viento de la rebelión sopla de nuevo. Al fin. Una verdadera “generación Tahrir” emerge, como antes lo hizo una “generación Seattle o “generación Génova”.
A medida que el impulso “antiglobalizador” fue recorriendo el planeta, siguiendo a las cumbres oficiales en Washington, Praga, Québec, Goteborg, Génova o Barcelona, miles de personas se sintieron identificadas con estas protestas y una gran diversidad de colectivos de todo el planeta tuvieron la sensación de formar parte de un mismo movimiento, del mismo “pueblo”, el “pueblo de Seattle” o de “Génova”, de compartir unos objetivos comunes y sentirse partícipes de una misma lucha.
El movimiento actual se inspira también en los referentes internacionales más recientes e importantes de luchas y de victorias. Busca situarse en la estela de movimientos tan dispares como las revoluciones en Egipto y Túnez o la victoria en Islandia, ubicando su movilización en un combate general contra el capitalismo global y la élite política servil. Dentro del propio estado español, las manifestaciones del 15M y ahora las acampadas, en un ejemplo simultáneo de descentralización y de coordinación, dibujan una identidad compartida y una comunidad simbólica de pertenencia.
El movimiento antiglobalización tuvo en su fase de ascenso en el punto de mira a las instituciones internacionales, OMC, BM y FMI y las firmas multinacionales. Después, con el inicio de la “guerra gobal contra el terrorismo” proclamada por Bus hijo, la critica a la guerra y a la dominación imperialista adquirieron centralidad.
El movimiento actual coloca en el eje de la crítica a una clase política, cuya complicidad y servidumbre ante los poderes económicos ha quedado más expuesta que nunca. “No somos mercancías en manos de políticos y banqueros” rezaba uno de los eslóganes principales del 15M. Se enlaza así la crítica frontal a la clase política y a la política profesional y la crítica, no siempre bien articulada y coherente, al actual modelo económico y a los poderes financieros. “¿Capitalismo? Game over”.
Hacia el futuro
El futuro del movimiento iniciado el 15M es imprevisible. A corto plazo el primer reto es seguir ampliando las acampadas en curso, ponerlas en marcha en las ciudades donde todavía no hay y conseguir que, por lo menos, continúen hasta el domingo 22. A nadie se le escapa que las jornadas del 21, día de reflexión, y del día 22, día de las elecciones, van a ser decisivas. En estos dos días la masificación de las acampadas es fundamental.
Es necesario también plantearse nuevas fechas de movilización, en la estela del 15M, para seguir manteniendo el pulso. El reto principal es mantener esta dinámica simultánea de expansión y radicalización de la protesta que hemos vivido los últimos días. Y, en el caso específico de Catalunya, buscar sinergias entre la radicalidad y las ansias de cambio de sistema expresados el 15M y en las acampadas, con las luchas contra los recortes sociales, en particular en sanidad y educación.
La acampada de Plaza Catalunya se ha convertido ya en un punto de encuentro, un poderoso imán, de muchos de los sectores en lucha más dinámicas. Se trata de convertirla en un punto de encuentro de las resistencias y las luchas, que permita tender puentes, facilitar diálogos, y propulsar con fuerza las movilizaciones futuras. Establecer alianzas entre las protestas en curso, entre los activistas no organizados, y el sindicalismo alternativo, el movimiento vecinal, los colectivos de barrio…es el gran desafío de los próximos días.
“La revolución empieza aquí…” coreabámos ayer en Plaza Catalunya. Bueno, al menos lo que comienza es un nuevo ciclo de luchas. De lo que no hay dudas ya es que, más de una década después del ascenso del movimiento antiglobalización y dos años después del estallido de la crisis, la protesta social ha vuelto para quedarse.
- Josep Maria Antentas es Profesor de Sociología de la Universitat Autónoma de Barcelona (UAB)Esther Vivas, Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales (CEMS) de la Universitat Pompeu Fabra (UPF)
Hace dos años y medio, cuando la crisis que estalló en septiembre de 2008 se rebeló de proporciones históricas, los “amos del mundo” vivieron un breve momento de pánico alarmados por la magnitud de una crisis que no habían previsto, por su falta de instrumentos teóricos para comprenderla y por el temor a una fuerte reacción social. Llegaron entonces las vacías proclamas de “refundación del capitalismo” y los falsos mea culpas que fueron evaporándose poco a poco, una vez apuntalado el sistema financiero y ante la ausencia de un estallido social.
La reacción social ha tardado en llegar. Desde el estallido de la crisis, las resistencias sociales han sido débiles. Ha habido un sesgo muy grande entre el descrédito del actual modelo económico y su traducción en acción colectiva. Varios factores lo explican, en particular, el miedo, la resignación frente la situación actual, el escepticismo respecto a los sindicatos, la ausencia de referentes políticos y sociales, y la penetración entre
los asalariados de los valores individualistas y consumistas.
El estallido actual no parte, sin embargo, de cero. Años de trabajo a pequeña escala de las redes y movimientos alternativos, de iniciativas y resistencias de impacto más limitado han mantenido la llama de la contestación en este periodo difícil. El 29S abrió también una primera brecha, aunque la desmovilización posterior de las direcciones de CCOO y UGT y la impresentable firma del pacto social cerró la vía de la movilización sindical y, ahondó aún más si cabe, el descrédito y desprestigio de los sindicatos mayoritarios entre la juventud combativa y quines ahora protagonizan las acampadas.
Indignados e indignadas!
La “indignación”, tan de moda a través del panfleto de Hessel es una de las ideas-fuerza que definen las protestas en marcha. Reaparece así, bajo otra forma, el “Ya Basta!” que entonaron los zapatistas en su alzamiento del 1 de enero de 1994, entonces la primera revuelta contra el “nuevo orden mundial” proclamado por George Bush padre tras la primera guerra del Golfo, la desintegración de la URSS y la caída del muro de Berlín.
“La indignación es un comienzo. Uno se indigna, se levanta y después ya ve”, señalaba Daniel Bensaïd. Poco a poco, sin embargo, se ha ido pasando del malestar a la indignación y de ésta a la movilización. Estamos ante una verdadera “indignación movilizada”. Del terremoto de la crisis, empieza a surgir el tsunami de la movilización social.
Para luchar no sólo se requiere malestar e indignación, también hay que creer en la utilidad de la acción colectiva, en que es posible vencer y en que no todo está perdido antes de empezar. Durante años los movimientos sociales en el Estado español hemos conocido esencialmente derrotas. La falta de victorias que muestren la utilidad de la movilización social y hagan aumentar las expectativas de lo posible ha pesado como una losa en la lenta reacción inicial ante la crisis.
Precisamente ahí entra la gran contribución de las revoluciones en el mundo árabe a las protestas en curso. Muestran que la acción colectiva es útil, que “sí se puede”. De ahí que éstas, igual que la menos mediática victoria contra los banqueros y la clase política en Islandia, hayan sido un referente desde el comienzo para las y los manifestantes y activistas.
Junto con el convencimiento de que “es posible”, de que se pueden cambiar las cosas, la pérdida del miedo, en un momento de crisis y dificultades, es otro factor clave. “Sin miedo” es precisamente uno de los eslóganes que más se han sentido estos días. El miedo atenaza todavía una gran mayoría de los trabajadores y los sectores populares y éste da alas a la pasividad o a las reacciones xenófobas e insolidarias.
Pero la movilización del 15M y las acampadas expanden como una mancha de aceite un poderoso antídoto para el miedo que amenaza con desmontar los esquemas a una élite dirigente al frente de un sistema cada vez más deslegitimado.El movimiento del 15M y las acampadas tiene un importante componente generacional. Como cada vez que estalla un nuevo ciclo de luchas, emerge con fuerza una nueva generación militante, y la “juventud” como tal adquiere visibilidad y protagonismo.
Si bien este componente generacional y juvenil es fundamental, y se expresa además en algunos de los movimientos organizados que han tenido visibilidad estos días como “Juventud Sin Futuro”, hay que remarcar que la protesta en curso no es un movimiento generacional. Es un movimiento de crítica al actual modelo económico y a los intentos que la crisis la paguen los trabajadores con un peso fundamental de la juventud. Precisamente el reto es que, como en tantas ocasiones, la protesta juvenil actúe como factor desencadenante y catalizador de un ciclo de luchas sociales más amplio.
El espíritu antiglobalización de vuelta
El dinamismo, la espontaneidad y el empuje de las protestas actuales son las más fuertes desde la emergencia del movimiento antiglobalización desde hace más de una década. Irrumpido internacionalmente en noviembre de 1999 en las protestas de Seattle durante la cumbre de la OMC (aunque sus antecedentes se remontan al alzamiento zapatista en Chiapas en 1994), la ola antiglobalizadora llegó rápidamente al Estado español.
La consulta por la abolición de la deuda externa en marzo de 2000 (celebrada el mismo día de las elecciones generales y cuya realización fue prohibida en varias ciudades del Estado por la Junta Electoral) y la fuerte movilización para participar en la contracumbre de Praga en septiembre del 2000 en contra del BM y el FMI fueron los primeros signos de arranque, en particular en Catalunya.
Pero su masificación y ampliación llegarían con las movilizaciones contra la cumbre del Banco Mundial en Barcelona en los días 22 y 24 de junio de 2001, cuyo décimo aniversario está a punto de cumplirse. Justo diez años después asistimos al nacimiento de un movimiento cuya energía, entusiasmo y fuerza colectiva no habíamos visto desde entonces. No será éste, pues, un décimo aniversario nostálgico. Todo lo contrario. Vamos a celebrarlo con el nacimiento de un nuevo movimiento.
Las asambleas estos días en Plaza Catalunya (y, sin duda, en todas las acampadas que recorren el Estado empezando por la de Sol en Madrid) nos han dado momentos impagables, de aquellos que suceden cada mucho tiempo y que marcan un antes y un después en las trayectorias biográficas de quines participan en los mismos y en la dinámica de las luchas sociales. El 15M y las acampadas son auténticas “luchas fundacionales” y síntomas claros que asistimos a un cambio de ciclo y que el viento de la rebelión sopla de nuevo. Al fin. Una verdadera “generación Tahrir” emerge, como antes lo hizo una “generación Seattle o “generación Génova”.
A medida que el impulso “antiglobalizador” fue recorriendo el planeta, siguiendo a las cumbres oficiales en Washington, Praga, Québec, Goteborg, Génova o Barcelona, miles de personas se sintieron identificadas con estas protestas y una gran diversidad de colectivos de todo el planeta tuvieron la sensación de formar parte de un mismo movimiento, del mismo “pueblo”, el “pueblo de Seattle” o de “Génova”, de compartir unos objetivos comunes y sentirse partícipes de una misma lucha.
El movimiento actual se inspira también en los referentes internacionales más recientes e importantes de luchas y de victorias. Busca situarse en la estela de movimientos tan dispares como las revoluciones en Egipto y Túnez o la victoria en Islandia, ubicando su movilización en un combate general contra el capitalismo global y la élite política servil. Dentro del propio estado español, las manifestaciones del 15M y ahora las acampadas, en un ejemplo simultáneo de descentralización y de coordinación, dibujan una identidad compartida y una comunidad simbólica de pertenencia.
El movimiento antiglobalización tuvo en su fase de ascenso en el punto de mira a las instituciones internacionales, OMC, BM y FMI y las firmas multinacionales. Después, con el inicio de la “guerra gobal contra el terrorismo” proclamada por Bus hijo, la critica a la guerra y a la dominación imperialista adquirieron centralidad.
El movimiento actual coloca en el eje de la crítica a una clase política, cuya complicidad y servidumbre ante los poderes económicos ha quedado más expuesta que nunca. “No somos mercancías en manos de políticos y banqueros” rezaba uno de los eslóganes principales del 15M. Se enlaza así la crítica frontal a la clase política y a la política profesional y la crítica, no siempre bien articulada y coherente, al actual modelo económico y a los poderes financieros. “¿Capitalismo? Game over”.
Hacia el futuro
El futuro del movimiento iniciado el 15M es imprevisible. A corto plazo el primer reto es seguir ampliando las acampadas en curso, ponerlas en marcha en las ciudades donde todavía no hay y conseguir que, por lo menos, continúen hasta el domingo 22. A nadie se le escapa que las jornadas del 21, día de reflexión, y del día 22, día de las elecciones, van a ser decisivas. En estos dos días la masificación de las acampadas es fundamental.
Es necesario también plantearse nuevas fechas de movilización, en la estela del 15M, para seguir manteniendo el pulso. El reto principal es mantener esta dinámica simultánea de expansión y radicalización de la protesta que hemos vivido los últimos días. Y, en el caso específico de Catalunya, buscar sinergias entre la radicalidad y las ansias de cambio de sistema expresados el 15M y en las acampadas, con las luchas contra los recortes sociales, en particular en sanidad y educación.
La acampada de Plaza Catalunya se ha convertido ya en un punto de encuentro, un poderoso imán, de muchos de los sectores en lucha más dinámicas. Se trata de convertirla en un punto de encuentro de las resistencias y las luchas, que permita tender puentes, facilitar diálogos, y propulsar con fuerza las movilizaciones futuras. Establecer alianzas entre las protestas en curso, entre los activistas no organizados, y el sindicalismo alternativo, el movimiento vecinal, los colectivos de barrio…es el gran desafío de los próximos días.
“La revolución empieza aquí…” coreabámos ayer en Plaza Catalunya. Bueno, al menos lo que comienza es un nuevo ciclo de luchas. De lo que no hay dudas ya es que, más de una década después del ascenso del movimiento antiglobalización y dos años después del estallido de la crisis, la protesta social ha vuelto para quedarse.
- Josep Maria Antentas es Profesor de Sociología de la Universitat Autónoma de Barcelona (UAB)Esther Vivas, Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales (CEMS) de la Universitat Pompeu Fabra (UPF)
Fuente: http://questiondigital.com/?p=13751
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