La prestigiosa carpa canadiense presenta en Lima “Quidam”, una idea llena de retórica visual y asombrosas demostraciones
Por Daniel Meza Mosqueira
Ayer presencié el espectáculo del Cirque du Soleil y confieso que aún estoy, sino confundido, algo desconcertado. Mi elemental conocimiento sobre gravedad y demás leyes universales de la física han sido desbaratados en apenas un par de horas por Quidam, el último espectáculo de la carpa de Guy Laliberté, que se empieza a presentar en Lima desde hoy y por primera vez.
Luego de abastecerse con popcorn, cocacolas y hot dogs como si entraran a ver una película, el público invitado no hizo más que comprobar por qué la crítica mundial se rinde ante esta puesta en escena incomparable. Quidam, que significa “un fulano cualquiera”, es una representación sublime, magistral y perfecta, y sobre todo esto último. Sin precedentes en nuestro país. No tuvimos la dicha de contemplar shows como ‘Saltimbanco’ y ‘Alegría’ que se presentaron en otros estados latinos, pero este fue, para los amantes del show circense, como sacarse el clavo y a cambio recibir una buena recompensa.
Pero volvamos al tema inicial. “Nosotros jugamos con la gravedad, y la gravedad suele ser grave. Siempre tiene más probabilidades de ganar”, dijo en una ocasión Sean McKeown, director artístico de Quidam. Solo así se explica que el público esté con el corazón en la boca de cabo a rabo, con actos en los que la trapecista de la cuerda o el hombre de la rueda alemana parecen estrellarse en contra de la dura plataforma metálica (giratoria), pero lo solucionan suspendiéndose en el aire, como si de un juego se tratara. Los aplausos no se hacen esperar. Inician nerviosos, suaves y temerosos para luego terminar casi sacando chispas. O mejor dicho, casi ni terminan.
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Son un cuarto para las nueve y la expectativa reina en la mini-carpa donde los invitados esperan el show. Una suerte de museo adornado con antifaces felinos, poleras, máscaras emplumadas y maniquíes con trajes con motivos del “Cirque du soleil” distrae a los espectadores. No se imaginan que en momentos verán a 52 personajes en escena, de quince nacionalidades distintas, dirigidos por un loco millonario que antes fue artista de la calle y que ahora se dedica a realizar viajes espaciales
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